Hijo de rusos blancos ricos, muy ricos. De exquisita educación trilingüe. Exiliado en 1919 a Berlín, gran centro de rusos expatriados. Amante de las mariposas, del ajedrez. Buen conocedor desde joven de la pintura. Casado con Vera, motor fundamental de su carrera como escritor que salvó en repetidas ocasiones Lolita de la destrucción, desterrado itinerante hasta que el éxito de esta novela le permitió regresar a Europa en 1961 (sobrevivían como podían en Estados Unidos desde 1940) para promocionarla y establecerse en el que habría de ser su paradero definitivo, el Hotel Palace de Montreaux. Esta obra, rechazada por tantos editores, triunfó en Francia y permitió a la familia Nabokov (marido, mujer e hijo, Dimitri) olvidarse por fin de las estrecheces económicas.
Empieza con el artificio de un falso prólogo del editor en el que justifica el porqué de la publicación de estas Confesiones de un ruso de raza blanca. La primera parte arranca con un delicioso primer capítulo de exquisita prosa, lleno de sensualidad y ternura.
Lolita. Mariposa de alas cortadas. De corta existencia. En la primavera de la vida, cuando todo brota. A Humbert Humbert, firmante del manuscrito, le recuerda a Botticelli. También Swann amó a Odette por su parecido con un rostro pintado por Botticelli. Lolita. Una obsesión, la creación de un perfeccionista que venera una etapa fugaz en la que algunas mujeres alcanzan la perfección. Si Odette era una sonata, Lolita es un breve espacio de tiempo. Una mariposa atrapada en la red, que huye. La trama es harto conocida. Leerla es el placer. Inteligente, traviesa, irónica, distante, retórica, no desperdicia nada. En Auteil, barrio de Proust, contempla HH “pálidas jóvenes pubescentes, de pestañas gruesas, con la perfecta impunidad que nos está asegurada en sueños”. Dicen algunos de la perversión de Nabokov, cuando el buen escritor , “el encantador”, es un demiurgo que crea un mundo en el que juega con las palabras, combina estrategias, inventa, fantasea, abomina de llamar a las cosas por su nombre, se arriesga. Pero tiene sus propias reglas, como el ajedrez. Se demora. Como un cazador de mariposas que ha de dedicar muchas horas y recorrer kilómetros para atrapar una, o no. Como Humbert Humbert que recorre el país con su prisionera (de nuevo Proust) para perderla. La belleza es efímera. Tal vez, incluso, una ilusión, una creación personal. Hablaba Umberto Eco de la obra de arte como de una obra abierta a cuantas más connotaciones mejor. Lolita es un gran ejemplo. A pesar de haber desesperado a Nabokov hasta el punto de querer quemarla, era también una de sus obras más queridas. Humbert Humbert, culto y seco. De saber enciclopédico y con una sola pasión: las nínfulas, un variedad del sexo femenino, la quitaesencia de la perfección, la sensualidad encarnada, que a los 14 años se transforman y desaparecen como tales. Aunque tal vez, al final, sí que ama a Lolita, a la que mantiene encerrada a lo largo de las carreteras norteamericanas, de triste en triste motel, valiéndose de un único instrumento: el miedo, no el miedo físico, sino el miedo a lo desconocido, la culpa. Pero Lolita no llega a corromperse, aunque no sobreviva. Lolita, adolescente típica, víctima de la brillante publicidad y del desconocimiento propio de la adolescencia. La segunda parte es casi una novela de carretera, antes de Kerouac, rumbo a ninguna parte. HH, apátrida, como Nabokov, sin destino fijo. Nabokov, ruso errante desde un mundo ya extinto. Tránsfuga del lenguaje que acaba sus días en Suiza. Errante HH, europeo de orígenes diversos (padre suizo de ascendencia francesa y austríaca y madre inglesa) e infancia feliz, como Nabokov. Como Nabokov, con un amor adolescente que perdió para siempre. Lolita, joven norteamericana. ¿El nuevo mundo frente al viejo?
Buscar en Nabokov una simbología definida que sistematice la novela es encerrarla en un corsé, querer ahogarla, empobrecerla. Un contrasentido para quien gusta de calambures, litotes, paronimias, aliteraciones y más; los colores y la melodía de las palabras y lo que asoma detrás, delante y entremedias. Se ha dicho y escrito sobre esta obra (imagino que no tan leída como conocida por las dos versiones cinematográficas) y Vladimir Nabokov de todo: pornográfica, esteticista, amoral… No me extraña que corran ríos de tinta sobre ella. Es eso y muchas cosas más. Quien guste de la literatura, que no deje de leerla.