Esta es la primera novela del Tríptico de carnaval. En ella se conjugan tres tiempos. El primero es, en apariencia, un pretexto del personaje conductor, Del Solar, historiador que inicia una investigación movido más por su interés personal, que por el profesional (a lo largo de la novela hará que ambos converjan). La primera obra de Del Solar se centraba en el año 1914, en plena revolución mexicana; el relato se narra desde 1973. Entre estas dos fechas se sitúa el hecho que da pie a la tabla central de esta novela y que aconteció en 1942, año en el que México le declaró la guerra a Alemania y demás países del Eje. Cuenta Pitol que uno de los motores de este Desfile del amor fueron unas fotos de Erwitt de ese año en las que, junto a artistas del momento como Rivera, Kahlo, Orozco…, aparecían otros de los más dispares: refugiados españoles, príncipes polacos, comunistas alemanes, estrellas de Hollywood -Buster Keaton y Paulette Godard-…
A esta tríada le añadimos los trípticos de Max Bechmann, sus figuras grotescas, realzadas, en primer plano, sus actos casi cotidianos, el desfile de todos los personajes que rondan, rondaron y rondarán el poder; las diferentes voces que van narrando los hechos pasados siguiendo el enfoque narrativo de Rashomon donde cada personaje da su interpretación del crimen, aunque, por otro lado, es también Lubitsch, y especialmente Ser o no ser, uno de los referentes que tiene Pitol a la hora de enfocar este subtríptico que abre su Tríptico de carnaval; la concepción de Batjin -bien conocido por el autor, pero al que no hace falta haber leído para disfrutar con esta gran parodia- sobre los elementos del carnaval (el enfrentamiento entre lo sagrado y lo profano, la desaparición de las distancias y de las diferencias, la muerte y la risa) y el desarrollo de la polifonía que va construyendo los hechos; la voluntad de escribir una novela policíaca con final abierto; el juego de las máscaras en el teatro y la escatología en la novela picaresca -impagable la escena entre la felliniana Ida Werfel y el vilipendiado Martínez-; una narración -la de Rosa y su hijo Gabriel- que si Buñuel no la imaginó, estoy segura de que pagaría por leerla en su tumba; la cantante alemana y un castrato mexicano; la, quizá menos grotesca, pero hieráticamente patética, Delfina, hija de revolucionario. El pretendido bastonero de este estupendo desfile, que no tiene desperdicio. La galería de personajes merecería todo un repaso, del que me reprimo; se entreveran lecturas entre cada línea, como en el buen jamón de bellota. Rezuma ingenio e inteligencia en esta visión esperpéntica y lúcida de México, que se enfoca muy bien desde ella misma y, claro está, en tres partes:“Tesis. Antítesis. Síntesis. Tan fácil como eso. ¿Tesis?, el porfiriato. ¿Antítesis?, la revolución. ¿Y la síntesis? La síntesis somos todos. Bueno, todos, todos no; aún no es posible. La síntesis somos nosotros, digamos, los que sobrevivimos al desastre y quienes se nos han incorporado. (…) La síntesis somos precisamente los que estamos sentados a esta mesa.”
Por algo le llama Vila-Matas el Maestro.