Steinbeck firmaba con un dibujo que él denominaba “pigassus”, que no es sino un plástico juego con las palabras “pig” (cerdo) y “pegassus” y refleja como él se veía, alguien anclado a la tierra que quiere volar, alcanzar el cielo, la esencia humana. El naturalismo de sus Uvas de la ira, con una concienzuda contextualización del espacio y el tiempo que ocupan sus personajes, sigue presente en Al este del Edén, pero el alma de la clase trabajadora, de los desasistidos, de los olvidados da paso a un enfoque más íntimo, más personalmente moral de los individuos -y el “individuos” en claro masculino, ya que las mujeres están más estereotipadas y únicamente la Eva alejada del Edén posee una personalidad extensamente tratada, representativa de la ausencia de Bondad, del Mal-.
Arranca describiendo con precisión el valle de Salinas, donde se desarrollará el relato, y lo hace en tono autobiográfico pues de las 2 familias en torno a las cuales gira esta novela, una es la suya y parte de los tiempos del abuelo, Samuel Hamilton. Sin embargo su función a lo largo de la obra suele ser la de narrador omnisciente, conocedor de las pulsiones, luchas, dudas, etc. de sus protagonistas, excepción hecha de Cathy-Kate-Eva cuyos motivos no entiende o a quien no encuentra motivaciones y cuya presentación, en el capítulo 8, adquiere tonos de novela gótica, amparándose, tal vez, en la visión que el niño, el John que arranca el relato, creó: Estoy convencido de que en el mundo hay monstruos nacidos de padres humanos. Algunos son visibles, seres contrahechos y horribles, con enormes cabezas o cuerpos diminutos; algunos nacen sin brazos o sin piernas, otros con tres brazos o con rabo o con la boca en sitios impensables…. No obstante, al final, atisbamos un algo de humanidad en esa Alicia en el país de las maravillas que acude en su auxilio.
El paisaje, la meteorología, las condiciones de trabajo de los habitantes de Salinas, las cualidades de las tierras, la convivencia del caballo, el carro y los nuevos coches, el advenimiento de la modernización, la Gran Guerra…, todo está expuesto y maravillosamente precisado. Un “cronotopo” impecable, indisoluble, precioso de desentrañar y perfecto para comprender la obra.
Con un eje dual, nos presenta a su familia y a la familia Trash. La primera gira entorno al abuelo, hombre culto, en constante diálogo consigo mismo, alguien que hace de la duda la batalla cotidiana, vital, emprendedor, creativo, poco práctico en cuestiones económicos, frente a la abuela, aferrada a la religión y su consecuente moralidad, limitada, testaruda, fuerte. Ambos basan su relación en el respeto mutuo, con sus peculiaridades asumidas, y sus hijos están unidos por un auténtico amor fraternal. Las vidas de los hermanos y hermanas va desfilando por sus páginas, algunas de forma sucinta, otras, las más dramáticas, las más sentidas, recogen la lucha interior que cada cual lleva consigo y se engarzan en la lucha de uno mismo con sus propios demonios.
Como lazo de unión entre ambas familias está Lee, el criado chino de Adam Trash, confidente y amigo del abuelo Hamilton y, con el tiempo, también de Trash, además de cuidador de los gemelos Trash y portador de ese papel que siempre aparece como depositario de la mayor serenidad y sabiduría en las obras de Steinbeck.
Si los Hamilton se presentan como una familia de carne y hueso, los Trash arrastran la mayor carga simbólica de la novela. Dos generaciones de hermanos sin madre, dos generaciones de enfrentamiento, Caín y Abel, la culpa y la inocencia, el permanecer y el partir… Y así, sino ad infinitum, al menos largamente. Adam y Charles. Aaron y Caleh. Y claro, Eva. La mujer de Adam Trash, arrastrada a un Edén sin manzanas, pérfida y cruel, desnaturalizada y prostituta. No le ahorra detalle: bella, manipuladora, tarada, ladrona, asesina… Mas cautivadora, hermosa…
Y si por un lado teníamos la dicotomía de los hijos de Adán, por otro están la iglesia y los burdeles. Magnífico el capítulo 19 y no me puedo resistir:
[Refiriéndose a la creación de un país nuevo]… finalmente llega la cultura, que consiste en distracciones, descanso y medios para evadirse del dolor de vivir. Y la cultura puede hallarse, y se halla, en cualquier nivel social.
Las iglesias y los burdeles llegaron simultáneamente al Lejano Oeste. Y tanto a las unas como a los otros les hubiera horrorizado pensar que no eran sino distintas facetas de lo mismo. Sin embargo, perseguían idéntico fin: los cánticos, la devoción y la poesía de las iglesias libraban al hombre de su desolación durante unos instantes, y eso mismo lograban los burdeles.”
Una obra larga y profunda en la que a este dualismo, sobre el que se extiende y en el que se desarrolla, lo envuelve la necesidad de elegir, el libre albedrío. Sin desatender en ningún momento, como una tónica suya, lo fundamental, en las relaciones humanas, del amor y la amistad.
Al Steinbeck más determinista de De ratones y hombres, de Las uvas de la ira, ese Steinbeck de finales rotundos, le sigue un Steinbeck más centrado en el debate interior del ser humano, más espiritual, más religiosa y moralmente filosófico. Y profundamente masculino.