El negro del «Narcissus» de Joseph Conrad

El negro del Narcissus

 

Cuando Conrad terminó de escribir El negro del Narcissus decidió abandonar el mar y dedicarse en exclusiva a la escritura, lo cual le dio, económicamente hablando, bastantes quebraderos de cabeza. De esto deduzco que las intenciones apuntadas en el prefacio, las vio suficientemente cumplidas. En el considera, entre otras cosas que el arte “debe aspirar sin desfallecimiento a la plasticidad de la escultura, al color de la pintura y a la mágica sugestión de la música, que es el arte entre las artes”. Veamos un pequeño ejemplo, la descripción del Narcissus:

…Había nacido del estrépito de los martillos, contra el hierro, entre nubes de negro humo, bajo un cielo gris, en la ribera del Clyde, cuya ruidosa y sombría corriente engendra seres magníficos que se alejan hacia la claridad del mundo para ser amados por los hombres. 

     El propio Narcissus tiene vida y a lo largo de una larga y bella prosopopeya (“…el barco lo sabía, y a veces enmendaba la presuntuosa ignorancia de los hombres con el sano correctivo del miedo.”) en la que el cocinero llega a acusar al buque de intentar ahogarle en el propio fogón, Conrad nos la trasmite para, a continuación, darnos una lección descriptiva y psicológica del lugar y las complejas relaciones establecidas entre tripulación -tanto los oficiales como los vulgares marinos-, nave, mar y uno mismo. Para ello se vale de un nada condescendiente, sino más bien distante y sarcástico, hombre, el negro del Narcissus, llamado James Wait (y sí, James y todos sus compañeros esperan) que sube a bordo enfermo (o tal vez no, quizá sea lo de menos) y se convierte en el eje entorno al cual se establecen vínculos afectivos que van del amor al odio, del egoísmo más turbio a la más absurda generosidad. Ni los distinguidos y eficientes capitán y sus primero y segundo de a bordo pueden permanecer ajenos a la complicada tela de araña que a partir de la demora de su defunción se teje alrededor del buque. Otro hombre, Donkin, de oscuro carácter y aviesas intenciones, saboteador nato de cualquier cosa constructiva, reinvindicador incansable y fullero, se dedica a sembrar dudas y soliviantar los ánimos en cuanta oportunidad se le brinda. La presencia de la muerte y las incertidumbres sembradas en una tripulación dispar, “perpleja, ingenua y silenciada” dan lugar entre otras cosas a un conato de motín. Solo permanece al margen el «venerable Singlenton», lobo de mar que en tierra pierde su grandeza. En este microcosmos, de shakespeariana climatología emocional -tempestad, olas gigantes, falta de viento…- el recelo, la inseguridad, la soledad son los protagonistas de una marina feroz. Despùés llegan el desembarco y el cobro de la paga (que como en Brecht “era escasa”).

     Conrad viajó a bordo del Narcissus y, como el narrador (que al principio parece ser un narrador omnisciente, pero, tras un cambio a la primera persona del plural, resulta ser un miembro de la tripulación), partió de Bombay, pero desembarcó en Dunquerque, no en Londres. La obra hubo de ser publicada como Los niños del mar, no tanto por lo peyorativo de la palabra «nigger», como por lo poco comercial que podría resultar la vida de un negro…

     Es una historia corta, llena de leyenda y aun misterio. Trepidante, casi se puede tocar, ver, oír. Y la traducción de Soriano Marco para Alianza, estupenda.

Conrad

2 comentarios en “El negro del «Narcissus» de Joseph Conrad

  1. Novela muy precisa en su descripción de lo deprimente a bordo, sobre todo en largas campañas. Muchas veces no se sabe qué es, pero se nota que la atmósfera se enrarece consiguiendo el descontento general. Son lo que yo llamé hace ya mucho tiempo los imponderables a bordo, y en este caso el imponderable está representado por James (aunque puede ser cualquier cosa: el cocinero, muchas veces), y que suele actuar como catalizador ‘negativo’. Y lo más preciso en esta novela es la pasividad -real o fingida- del negro, y es que el catalizador no necesita hacer nada, son los demás los que actúan bajo su influencia y de acuerdo al carácter de cada uno. El barco también tiene su carácter, claro, desde el punto de vista de cualquier marino.
    Y hablando de marinos, existen a bordo los marinos, que son los oficiales y la marinería, los marineros, que pueden ser de muchas maneras pero nunca «vulgares marinos».

    • Hola Lobo de mar: Sí, el negro del Narcissus es el catalizador, pero, precisamente por ello, no creo que sea negativo. Su distante actitud y su lenta agonía propicia la inseguridad de la tripulación (la «sin estudios») que no sabe a qué atenerse y duda de si misma. Esto unido a, este sí negativo, Donkin, que no para de vocear las propias inseguridades de sus compañeros, los imponderables -la tempestad, la falta de viento, la realidad, la leyenda- echan al traste el ambiente a bordo. Y sí, la mar de enrarecido.
      Lamento tu dolor por lo de «vulgar», pero es una palabra con más de una acepción: 2. adj. Común o general, por contraposición a especial o técnico.
      Sé que la «patente de corso» es tuya, pero no ser marinera no es más que una «vulgar carencia»… Lo hablamos.

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