Del color de la leche de Nell Leyshon

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Todo es pequeño en Del color de la leche, como las minúsculas. “Literatura doméstica” escrita por una mujer. Aparentemente, sin grandes temas, le faltan las mayúsculas. Y así es, la narradora -está escrita en primera persona- y protagonista acaba de aprender a escribir y se llama mary, sus hermanas, violet, beatrice, hope, el padre, la madre, el abuelo…

     Nell Leyshon es una reputada autora teatral y como obra de teatro fue concebida en un principio esta obra, pero la potente voz de mary se impuso y escribió “con (su) propia mano”, en el “año del señor de mil ochocientos treinta y uno” su historia, sin complejos, sin miedo, sin otro respeto que el que denota hacia si misma de forma natural y, hasta el invierno -se divide en cinco partes: primavera, verano, otoño, invierno y, de nuevo, primavera-, con tesón y sin tapujos. Su día a día es, exclusivamente, el trabajo, ya sea en el campo o en la casa, sus placeres, el sol, sus confidentes -de poca cosa- dos enfermos. Arranca cuando ella considera que empezó, poco antes de abandonar la granja y con el descubrimiento del sexo -apenas cuento nada, no me gusta hacerlo-. No hay nada grandilocuente en la narración. No podría haberlo, es analfabeta. Una niña albina que quiere contar lo que pasó, ¿a quién?, para terminar y ser libre. El blanco como símbolo de pureza y la vaca que huele a leche y a mierda.

     Un fluir constante, reiterativo, como la rutina o como un poema que arrastra imágenes y palabras en ritornelos repletos de nostalgia, como pequeñas olas. Un saber primitivo y orgulloso, de límpida naturalidad a pesar del paisaje humano de su entorno, miserable, turbio, malsano. Sin descripciones, con repetidas enumeraciones, retomando sensaciones y quehaceres, sin eludir asuntos escabrosos, sin incidir ni más ni menos en ellos, con estatus de normalidad. El relato avanza y mary se mantiene escribiendo. Frente a una ventana y se le cansa la mano. Nos ha contado que habla mucho, incluso demasiado, también que dice siempre lo que piensa. Vemos que también escribe lo que piensa e iremos descubriendo el precio a pagar por este aprendizaje. Un universo femenino. Un universo privado y sometido en el que la libre elección no da muchas alternativas. Las relaciones de poder cotidiano en el ámbito privado y en el del trabajo, tan imbricados tantas veces.  En el siglo XIX y en el XXI (el orden de los romanos no altera el resultado).

     Una pequeña -por su extensión- obra maestra que se lee de un tirón, rica, muy rica en significados, en alusiones, en trasfondos. Una superficie pulida con un montón de corrientes internas.

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