El primer aviso a navegantes por el proceloso mar de Exhortación a los cocodrilos es que hay que olvidarse de la trama, no empeñarse en controlarla y entregarse a las emociones e imágenes que las cuatro mujeres que vertebran el relato -si tal puede llamársele- nos despliegan, siempre por el mismo orden: Mimí, la sorda -inconveniente vital que también padece Lobo Antunes-; Fátima, la amante del obispo; Celina, mezcla de niña inocente, adolescente enamorada y viuda despiadada y Simone, la de más baja estofa y gorda, por un problema de glándulas.
Así durante treinta y dos, no sé cómo llamarlos, lo de capítulos no se amolda a ese chorro de historias que se superponen hasta llegar a un final que, cuando llega, hace tiempo que ha dejado de importar. Pone de nuevo Antunes a sus protagonistas ante situaciones límite. Con un telón de fondo atisbado en cada uno de los monólogos de estas mujeres y conformado por una trama terrorista anticomunista, cuyos participantes pertenecen a las altas estancias del poder -obispos, militares de rango (uno con monóculo, como Spínola en los mismos años), ricos empresarios…- las cuatro, de conflicto en conflicto, van hilando pasado y presente, deseo y realidad, con la infancia siempre como refugio o, al menos, como punto de referencia. Son mujeres partícipes de unos actos claramente fascistas y criminales, pero, al mismo tiempo, son víctimas de un pasado y un presente que no pueden manejar. Cuatro personajes de carne, hueso, sueños, esperanzas, decepciones…, en una prosa hipnótica que tan pronto enlaza el final de un capítulo con el principio del siguiente a través de las mismas palabras desde otra voz y otra perspectiva, como convierte una idea fija, una obsesión, en un ritornelo con aires de conjuro poético reiterado una y otra vez a modo de salvavidas personal. Mimí, la sorda, con su mundo aparte, lejano y despegado, Fátima, sumisa, infeliz, envidiosa, acosada, Celina, intensa, caprichosa, abandonada, Simone, vilipendiada, mala hija, temerosa, maltratada… A veces, los deseos se superponen a la realidad y abocan a la autodestrucción, es cuando el destino no les pertenece o cuando ni siquiera les interesa.
Ciertamente, no es una novela al uso, pero ¿cuál del portugués lo es? Es una obra para saborear despacio, sin afán por descubrir su resolución, aunque cada monólogo ha de leerse de un tirón. Como un poema largo. El autor aquí se sitúa al margen, no es el Antunes de Tratado de las pasiones que se esparce en distintos personajes, sino el que se plantea un reto que se dirime sólo en la literatura y que se ciñe al fluir de los sentidos, los sinsabores, los anhelos…, de cuatro mujeres, sean cuáles sean los entramados y al mismo tiempo con ellos. Cuando lo cierras, cuando ya has llegado a entender a Mimí, Fatinha, Celina y Simone y este devenir de sus circunstancias y sus pensamientos, cuando la música de Antunes, con tantas melodías aparentemente difíciles de armonizar -es cuestión de paciencia, de saber esperar y escuchar (leer) despacio- se oye con nitidez, cuando se han interiorizado los discursos, cuando la voz es más clara, el libro se acaba.
Y la trama terrorista -trama que bebe claramente de una realidad histórica previa y posterior a la Revolución de los Claveles, tan esperanzadoramente vivida por Antunes y por tantos portugueses, y del Aginter Press -nombre en clave del ejército secreto portugués- concluye, por un lado, de una manera que ya nos gustaría. Tiene mucho de justicia poética, al menos políticamente. Y por otro, pues no concluye, todo sigue igual, con un grupúsculo menos.
Ayer se me olvidó -cajonacona- encargar el libro para que me lo llevaran hoy a la feria local (he recordado, sin embargo el de Yasushi Inoue -ya te contaré-). Y tengo mucho interés en leer éste de Antunes que no conozco más que por tu referencia, que ya tira, sobre todo por el horizonte de una justicia poética que sea, aunque ficción alivio de tanta herida real.