Grandes esperanzas de Charles Dickens

Grandes esperanzas

 

 

En el capítulo LIV paré y me di cuenta del profundo gozo que me producía leer una frase. Me pregunté entonces con cuál arrancaba el libro y a ella fui. Tras leerla, de nuevo sonreí. Cómo me lo estaba pasando. Desde el principio. Hacía tiempo que no me contaba una historia así -o no dejaba que me la contarán, me es lo mismo-. También disfruté de la idea de la gran suerte que se tiene cuando te gusta leer, hay tanto donde elegir y sabes hacerlo, eliges lo adecuado o lo elegido se adecua a ti, ahí, en ese momento y mientras dura la relación. Caí casi en una alegría infantil y me dije que estaba segura de debérselo a la edad -dulce paradoja, de mano de la edad recrear un placer infantil- y a Dickens. Y lo mejor es que esto volverá a pasar, sea así con Dickens, Eliot -Mary Anne Evans-, Flaubert, Galdós…, sea de otras muchas maneras, con otros y otras, distintos, revulsivos, antitéticos… Aquí no hay matrimonio posible. Siempre es triste terminar una historia, pero quedan tantas…, con y sin argumento, con y sin final o con final abierto.

         Pues bien, algo -un tremendo constipado, unos días grises y fríos malamente aceptados- me hizo coger la preciosa edición de Alba de Grandes esperanzas adquirida hace tiempo con la intención de leerla algún día más bien remoto. Sin mucha voluntad en un sentido u otro, comencé la lectura a ver qué pasaba. Ya no hubo vuelta de hoja, no en vano Dickens la escribió a razón de 2 capítulos por entrega y en una cierta sintonía con los lectores (tanto que tuvo 2 finales, el original -que no fue publicado hasta 1937 por Bernard Shaw- y el publicado entonces -1861-)

         Grandes esperanzas es su penúltima obra, novela de formación, con tintes autobiográficos y de resonancias góticas. La frase en la que “reparé”, de alguna manera, representa la esencia de la forma de escribir y de mirar de Charles Dickens: “Era uno de aquellos días de marzo en que brilla el sol esplendoroso y sopla frío el viento; y es verano donde da el sol e invierno en la sombra”. Así es la obra dickensiana. Por voz del protagonista conocemos su historia, el porqué de sus grandes esperanzas, en un ambiente oscuro, ventoso, encharcado, con unos personajes al límite de la tragedia -o inmersos en ella, como la señorita Havisham- y de la comedia -el señor Wopsle entre otros-. Si mucho hay de biográfico en la mayoría de sus narraciones, en esta, en Pip -¡qué ajustados, qué expresivos son los nombres de sus personajes!- vierte gran parte de sí mismo, del niño que trabajó en una fábrica de betún mientras su padre con parte de la familia vivían en la cárcel. Son el Londres y la Inglaterra de Dickens y también de Marx y Engels, a través de una pluma comprometida siempre con los desfavorecidos. Una historia decimonónica, llena de luces y sombras, de protagonistas extremos y trama retorcida, pero contada con la naturalidad del niño que fue al comienzo, Pip, sin adelantarnos nunca nada, y con la ironía y la precisión del cronista autodidacta que conoce bien la dura sociedad en la que sobrevive la mayoría. Sabemos solo que él nos la cuenta, no desde dónde ni cómo, sentimos como se alarga la tensión en capítulos llenos de presagios y avanzamos absortos, intrigados -aún sabiendo la trama, eso es poderío-, sonreímos con las descripciones y el hacer de historias y personajes, nos emocionamos con la bondad de otros, encajamos las vueltas de tuerca del argumento que finalmente se ensambla a pedir de boca en un contexto magistralmente dibujado. Es natural que Dickens siga vivo en nuestras manos. Lo dicho, un placer recidivo. ¡Viva!

 

7 comentarios en “Grandes esperanzas de Charles Dickens

  1. Qué acertado el traer aquí la enorme satisfacción que produce el amor por la lectura, las infinitas posibilidades de placeres en las infinitas historias escritas o por escribir, y más -digo yo- el vértigo que a veces produce tanta posibilidad, la biblioteca de Borges, por ejemplo. Y respecto de Dickens, es cierta la maestría con que conjuga su sentido de la concisión con la exacta descripción de lo que quiere decir. Pienso que nadie ha descrito la Revolución Industrial con todos sus horrores, la insensibilidad del naciente capitalismo hacia el trabajo (de esclavos) que se desarrollaba bajo los excesos de la riqueza. Marx, Engels, plasmarían ese desequilibrio atroz en una teoría casi perfecta, pero Dickens nos hace sentir ese horror de la esclavitud, de la miseria y de la escasez de esperanza, aunque ésta nunca queda desechada: Nos lleva hasta la compasión en su sentido más filosófico del amor compasivo.

  2. Ya no sé si me queda más por releer que por leer -aunque, dada la memoria que me va quedando, a veces releer es como leer por primera vez. Lo cual también es estupendo-. ¿Acabaremos leyendo los Cuadernos Rubio? Eso ya no tiene tanta gracia…

  3. Dickens: es uno de esos autores a los que vuelvo siempre. Lo leo y releo y me sigue atrapando la pureza de sus personajes-ángeles, la bondad bajo la costra de otros, la maldad de muchos, la miseria y lo sublime, la historia perfecta…

    • Yo lo tenía bastante olvidado, pero ya he desempolvado sus libros y ocupan el lugar que se merecen: cerca. Su estructura es perfecta y su bonhomía dosifica a la perfección la convivencia de los extremos. Un saludo.

  4. «Mi querida Camilla, es bien sabido que tu afecto por la familia te está mermando de tal forma que ya tienes una pierna más corta que la otra.»

    Cómo me lo estaba pasando… y que buen rato ahora, recordando esa gloria. Viva! :

  5. Los alumnos de 4ª de la ESO han de leerlo en inglés resumido. No hay mayor pecado, suelen dejar la trama lacrimógena y despojan a Dickens de todo el engranaje -la palabra- que lo convierte en único. Tremendo pecado perder una frase como esa.

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