Faulkner publica Las palmeras salvajes en 1939. Su apuesta más arriesgada hasta el momento había sido El ruido y la furia, 1929, obra que siguió en su cabeza y a la que añadió un capítulo quince años después de publicada. Desde entonces Yoknopatawpha no había hecho sino crecer en historias y habitantes, sin embargo Las palmeras salvajes no transcurre allí, sino en lugares con sus nombres reales y un río, el Misisipi -o Misisipí, como gusta de traducir Borges- conocido como El viejo y que da nombre a una de las dos historias que constituyen esta obra. El título que Faulkner había elegido era un verso del Libro de los salmos, del salmo 137, Si me olvidare de ti, Jerusalén, pero el editor impuso el de uno de los dos relatos. Tremendo y bellísimo salmo que sigue «pierda mi diestra su destreza / mi lengua se pegue a mi paladar…» Y tremendo es todo en estas dos narraciones que, a decir de Faulkner bastantes años después de haberla escrito, fueron alimentándose la una a la otra en función de la necesidad que requería la obra, sin llegar a cruzarse ni en el tiempo ni en el espacio, esas dos dimensiones y obsesiones de su literatura, si bien el destino de ambos protagonistas acaba siendo el mismo y en el mismo sitio, aunque por motivos muy distintos.
La traducción que he leído es, sorprendentemente, la única que hay. Ciertamente no es de cualquiera, que la firma Borges, pero:
– En sus ensayos autobiográficos hace referencia a haber trabajado en ella y también a que su madre había hecho algunas traducciones consideradas suyas entre ellas Faulkner.
– Está hecha sobre la edición inglesa en la que los editores Chatto y Windus pulieron expresiones malsonantes -incluida la frase final-.
– Ël mismo dice haber modificado algunos diálogos entre Harry y Carlota por encontrar a Carlota demasiado masculina y viceversa, así como haber jugado con el estilo directo en indirecto en la historia de El viejo para aclarar el caos faulkneriano.
– En la época de su traducción sentía un cada vez más profundo rechazo por la novela y otros pormenores que no vienen al caso, además de tener un personal concepto de la traducción..
Vamos, que no estaría de más otra versión menos personal -reconociendo el valor de esta pues no en vano autores como Onetti y Márquez reconocen en ella una profunda influencia- y sin otro objetivo que transmitirnos a Faulkner.
Apuntado lo anterior, este experimento no deja de ser Faulkner en un sui géneris contrapunto que aspira al equilibrio en medio de la desmesura. La voz de un autor que todo lo sabe arranca el relato primero, Las palmeras salvajes, presentando a un doctor profundamente convencional y su señora, una mujer gris, muy gris. A continuación aparecen sus inquilinos, la pareja protagonista, Harry y Carlota, pareja peculiar y a todas luces adúltera. El siguiente capítulo corresponde a El viejo, en él nos son presentados un penado alto, flaco, sin barriga…, otro bajo y rechoncho, el flaco, preso por creer a pies juntillas las novelas baratas de héroes poco ejemplares e intentar emular sus actos, el segundo encerrado por credulidad, ignorancia y mala suerte. Los quijote y sancho del Misisipí. Un total de diez capítulos, cinco y cinco, intercalados y enfrentados. Una fatalista historia de amour fou, cargadísima de tintas, profundamente obscena para la moral de la época, frente al absurdo periplo de un preso por volver a sus cadenas. Dos viajes, una huida frente a un regreso. Las fuerzas interiores y las fuerzas de la Naturaleza. El amor y el dolor, la libertad y el encierro. Dos hombre vírgenes frente a unas mujeres incognoscibles (¿para Faulkner también?). Carlota, “una inundación violenta y amarilla”, «un halcón«, «más caballero», radical, probablemente madre doliente, no obstante al mirarla las reflexiones de Harry no son tan románticas cuando se admira de «la habilidad de las mujeres para adaptar lo ilícito y aun lo criminal a un molde burgués de decencia«; la mujer que rescata el penado, en un momento, vista como “esto, de toda la carne de mujer que anda por el mundo, es lo que me toca en un bote huido”. Ambas madres, ambos inexpertos. Harry que llega a disfrutar escribiendo novelas baratas, el penado que caza cocodrilos a cuerpo. La narración va creciendo y en los capítulos 3 está en su esplendor. Hay párrafos magníficos y la lejanía de los paisajes sitúa las dos narraciones en su nivel más intenso y también más confrontado. Da para mucho, pero esto solo es una breve reseña. Resulta toda una diversión de lector ir ajustando la balanza entre capítulo y capítulo y llegar al final, enhebrando la ironía que flota por el libro como si una inundación de imposturas entre Faulkner y Borges nos llegara a la cintura.
No lo tengo a mano, pero, siendo la única como dices, debí leer también la traducción de Borges. Es una de las novelas de Faulkner que más me gusta. La fuerza de las imágenes y la tensión que transmite es brutal, no olvido aquel rio ni la opresiva historia de la pareja, pero no capté ninguna ironía, gracias por la buena excusa para volver a leerlo.
No sé si es cierta ni si es archiconocida la historia de que Faulkner se burló de las preguntas de un entrevistador diciéndole que eran dos novelas que el editor había mezclado por error.
Parece ser que sí, que así le contestó al entrevistador. Fue sobre los cincuenta cuando reconoció haber alternado las dos historias, deteniendo la de Carlota y Harry cuando entendía que caía el interés y siguiendo con el penado. Eso dijo él…, aunque al leerla parece bastante plausible porque siendo tan distintas, se complementan y enfrentan muy bien. EN cuanto a la ironía, no es tanto a la hora de escribir -las palmeras es absolutamente intensa y el viejo linda, para mi, con lo fantástico- como en la historia en sí. La peripecia del penado,llegado el final, es resueltamente cómica y de su enfrentamiento con las palmeras salen lecturas jugosas y faulknerianamente sarcásticas (si a esto le añadimos los dimes y diretes de la traducción y las fobias de Borges, pues tenemos esta interesantísima rara avis que, por cierto, escribió Faulkner mientras estaba en Hollywood y mantenía una tórrida relación con una secretaria de Howard Hanks, Meta Carpenter, que duró hasta que ella se casó -esto es papel couché, pero…-.
Ya me dirás de tu relectura, suelen ser más fructíferas y sabias que las primeras.
Por cierto, vi la película de Herzog sobre el príncipe de Venosa y me resultó muy interesante. Particular y con sus cosas, como pasa con Herzog. Casualmente hacía poco que había vuelto a ver Aguirre y, para mí, aguantó bien el paso del tiempo.
Saludos y gracias por estos ratitos.
El caso es que Borges ha acaparado todas las ediciones en castellano desde las publicaciones de los cuarenta en Ed, Sudamericana hasta la de Siruela, en 2010, así que no hay donde elegir, puesto que en la edición de sus obras hizo Aguilar, que es la que tengo en casa, no aparece ésta de «Las palmeras salvajes». No he conozco por tanto la traducción de Borges, y tus nocicias de censuras e imposiciones de traductor no me animan demasiado, aunque tu entusiasmo (que no comparto) por Faulkner quizá me acabe convenciendo antes de perderme en la demencia senil (que está a un paso).
No sé, no sé si animarte.
Interesantísimos análisis, Mer. Me picas las ganas de acercarme tanto al original de Faulkner como a la traducción borgiana.
Saludos
Si lo haces, seguro que lo disfrutas. Bicos.
Que buena reseña, Faulkner es uno de tantos pendientes que tengo acumulados. Saludos!
Pues no lo dejes correr. Vale la pena. Un saludo y gracias.
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