Vaya por delante que me declaro literaria y cinematográficamente francófila. Pasando por alto creadores y creadoras francesas, así como los acogidos y adoptados, prefiero sin titubeos dos horas de cursi verborrea francesa a veinte minutos de incansables persecuciones hollywoodienses. Por otro lado, siempre me resultó sorprendente ese amor galo a sus obras, a sus autores y autoras, a sus productos culturales y lo bien que los defendieron y defienden en el cada vez más mercado (ahora todo es mercado, pero figurado, sin los colores y olores de los tradicionales, eso sí, con los gritos desde los puestos de los cada vez menos leídos periódicos y demás publicaciones de las voces del amo de múltiples cabezas).
Cuando se lanzó el libro en España, me llegaron las ondas y caí sobre él con interés: la biografía de Charlotte Salomon no podía ser más sugerente, tanto por sus antecedentes familiares y su historia personal, como por el contexto -Alemania y Francia 1917-1943-, si bien hay tanta literatura sobre esta época, que resulta difícil encontrar obras que aporten algo nuevo y como tal se vende Charlotte. La historia es tremenda y el final demoledor, podría dar lugar a un relato de enjundia, como, efectivamente, debe de ser la obra que Charlotte Salomon pugnó por pintar, escribir y musicar a pocos pasos de su muerte. El libro, nada más abrirlo, llama la atención pues parece estar escrito en verso. ¿Quizá se trate de una aproximación lírica?, me pregunté, para decirme, uy, qué miedo. Y no, es más bien un relato ágil, muy ágil, que da un paseo detallado, por la vida de la pintora, valiéndose de frases cortas y ¿verso? libre. El drama sin fin que vive esta mujer, como tantas personas que han de huir de su casa porque el poder omnipotente cae sobre ellos -de ejemplos no carecemos y no hace falta, desgraciadamente, volver a la Segunda Guerra Mundial para refrescarlos, bien vivos deberían de estar en nuestra retinas-, el drama, pues, no necesita aditamentos y Foenkinos no carga los tintas. No las carga en nada. Si su objetivo era exclusivamente el de su parafraseado Benjamin “la verdadera medida de la vida es el recuerdo”, es posible que lo logre. Tal vez no se podría hacer de otra manera si cuanto quería era compartir o desembarazarse de una obsesión, como llama él a su pasión por Charlotte. Charlotte, a pesar de la tragedia, es amable y podría dar pie a una película -francesa o no-. La obra de la autora, ¿Vida? o ¿teatro?, en sintonía con lo más desgarrado y experimental de principios del s. XX -Schiele, Chagal, Dix…- sí que parece estar pidiendo a gritos un editor arriesgado que nos la haga llegar. Por el momento somos ya muchos y muchas quienes la hemos visitado: http://www.jhm.nl/collection/specials/charlotte-salomon