Doce capítulos apropiadamente encabezados con un título esclarecedor. Gerber y el resto de sus compañeros vuelven al instituto para cursar su último curso superado el cual serán bachilleres y podrán optar a un buen trabajo y/o ser funcionarios. Pero desde el primer día todo toma un mal cariz. Friedrich Torberg tuvo que repetir el último curso. Al año siguiente, en 1929, varios artículos hablaron del suicidio de diez estudiantes en una sola semana. Esta novela vio la luz en 1930, dos años después de la obtención del codiciado título por el autor que tenía 22 años en el momento de su publicación. Mucho de Gerber ha de estar en él.
Si al comienzo seguimos la mirada del alumno, una vez conocida la noticia, el autor pasa a descubrirnos al artífice de tanto desasosiego entre los y las estudiantes de octavo: el profesor de matemáticas conocido como el dios Kupfer. Escogía a sus víctimas como un gourmet selecciona la carne de venado más sabrosa, se reservaba las partes más jugosas y el deleite que le producía cortarlas en pedacitos era tal que bastaba para saciarlo. Pertenece a ese tipo de personas, funestas en cualquier ámbito, pero especialmente dañinas en la enseñanza, que se hacen fuertes en su trabajo e, incapaces, ya no brillar, ni siquiera de llamar la atención fuera de él, despliegan todas sus armas -a eso no se le pueden llamar habilidades- en demostrar su ansiada superioridad y omnipotencia que solo dura, en este caso, lo que dura el curso -diez meses ni más ni menos en tan vulnerable edad, una eternidad-. Él era ejercido por su profesión. Y lo hacen sobre quienes de ellos dependen, llámeselos alumnos o alumnas, empleados o empleadas, usuarios o usuarias, esposas, etc. Sabía que, mientras estuviera fuera de la esfera de influencia del instituto, no podría imponer nada a nadie.
Si bien Torberg nos dice de la madurez de Gerber, no deja de ser un joven con todos los frentes abiertos: esperanzas y dependencias familiares, amores inestables, personalidad en formación… No cabe duda de que el autor aún lo tiene fresco y nos despliega una mirada amplia y rica sobre los conflictos que ha de resolver un adolescente en ese ecuador preestablecido que se supone separa la juventud del arranque de la edad adulta. Así nos conduce por los distintas vicisitudes que ha de afrontar el joven Gerder a manos del dios, pero también de su amada Lisa -a quien ama sobre todo porque, a diferencia de él, que se situaba por encima de cualquier situación, ella las recibía de frente-, el peso la imagen que quiere representar entre sus compañeros y la que cree que representa, sus obligaciones para con el padre, sus propios deseos o la ausencia de ellos… hasta llegar a una tensión final en la que los distintos vericuetos que su ardiente mente recorre se superponen en un relato subjetivo que a la postre, quien sobrevive a él, tal vez intente olvidarlo -si lo consigue o no es otra historia-, tal vez no, tal vez relatarlo.
Un libro interesante y sincero que todavía es recomendado como lectura en algunos cursos de pedagogía alemanes y austríacos. Muchos elementos -entre ellos la capacidad y las motivaciones de los evaluadores- son, cuando menos, discutibles.