Gomorra de Roberto Saviano

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Termina Saviano Gomorra gritando: ¡Malditos bastardos, todavía estoy vivo! Esto fue en 2006, aún no pesaba sobre él la condena -a fin de cuentas cualquier camorrista sería recompensado por su desaparición- que siguió a esta obra. Ojalá pueda seguir diciéndolo durante años por mucho que haya cambiado su vida.

    En la primera parte nos conduce hasta Nápoles entrando por el puerto de una forma rotunda, con la caída de un montón de cadáveres amontonados en un contenedor previo pago: son los restos de emigrantes chinos que quieren ser enterrados en su tierra y salen por el puerto europeo en el que el 99 por ciento de la mercancía que se mueve procede de su tierra. Estos cargamentos nacen a medias en el centro de China, se completan en alguna periferia eslava, se perfeccionan en el nordeste de Italia, se elaboran en Apulia o en el norte de Tirana para acabar en quién sabe qué almacén de Europa. La mercancía tiene en sí misma los derechos de circulación que ningún ser humano podrá tener jamás. Muchas veces se vale Saviano de personas que conoció en las andanzas que le permitieron entregarnos este libro. Por ejemplo, Pasquale. En el segundo capítulo él encarna la desprotección, el abuso y la ausencia de alternativas en la segunda geografía por la que nos conduce, Secondigliano, Nápoles, lugar sin esperanzas para una población desprotegida, inmersa en una economía, más que sumergida, flotante, pues flotando se mantienen, sin avanzar nunca, estancados y dependientes, a expensas de unos empresarios que no conocen de derechos y leyes, sometidos a las necesidades de la Camorra y del mercado de la moda, mercado que desmenuza con muy poco glamour y eso que su producto puede acabar en manos tales como las de Angelina Jolie -así se intitula- o en cualquier todo a cien de nuestro barrio. Eso depende. Una vez aquí llegados, procede a hablar del Sistema -así conocen ellos a la Camorra-, de su directorio y a desmenuzar su forma de funcionar, de incrustarse en el entramado social, bancario, político, laboral, etcétera, etcétera. Este Sistema no es sino el reflejo de una sociedad más global cuyos atenazantes tentáculos preferimos ignorar. Conocido este, nos narra la guerra entre dos familias –faida– que allí tuvo lugar desde 2004 -y probablemente siga, más soterrada, diferente, no tan extendida-, con la cocaína como valor de cambio y que fue especialmente sangrienta. Sobre esta guerra nada transcendió a los medios de (des)información a excepción de la nota que le puso punto final, firmada por uno de los boss en liza, el boss de los boss, la cual fue publicada en un diario que se podía comprar en todos los quioscos. El cambio de modelo de negocio resultó caro en vidas, alistó combatientes nuevos -no solo en África hay niños soldado- y, claro está, el negocio pervivió. Muchos cronistas creen encontrar en Secondigliano el gueto de Europa, la miseria absoluta. Si consiguieran no escapar, se darían cuenta de que tienen delante los pilares de la economía, el filón oculto, las tinieblas donde encuentra energía el corazón palpitante del mercado. Y también las mujeres están en este entramado, Saviano no las desatiende, algunas en un lugar de honor entre los victimarios.

    En la segunda parte, dada una visión global y precisa, es donde Saviano apunta más fino. Excelente y significativo el ensayo Kaláshnikov en el que conocemos al progenitor de Roberto Saviano y a través de ambos podemos percibir la importancia que las armas tienen en estas tierras de Campania. Con su experiencia personal, la vehemencia del economista y distribuidor de café, Mariano, la función que esta ametralladora desempeña en la vida cotidiana de Nápoles y en el contexto internacional, consigue el autor uno de los mejores cuadros de Gomorra. De nuestro mundo. … Para evaluar la situación de los derechos humanos, los analistas observan el precio al que se vende la kalàshnikov. Cuanto más barata sea la metralleta, más se violan los derechos humanos, más corrompido se halla el Estado de derecho, y más podrido y arruinado está el armazón de los equilibrios sociales. El Sistema controla el tráfico de armas gracias a sus acuerdos extraoficiales con los países del Este, de la misma manera que los clanes de Secondigliano “democratizaron” el mercado de la cocaína, este subfusil que el disciplinado soldado Kalashnikov creó para el bien de su ejército ha puesto al alcance de cualquiera disparar a lo que sea menester. A continuación sigue escudriñando en el imperio de la construcción con Cemento armado y para ello nos lleva fuera de Nápoles, a Casal di Principe. El camorrista se hace; el casalés nace. Núcleo duro del Sistema, empresariado práctico y eficiente, pionero en comprender que el mayor mercado había de ser el de una droga capaz de no matar en un tiempo breve, capaz de ser más un aperitivo burgués que un veneno de los parias. Emprendedores tan sagaces no podían por menos que manejar el negocio de la construcción, ligando para ello a constructores y bancos y convirtiéndose en una nueva burguesía que maneja el crimen organizado como una adquisición planificada de servicios. Ellos son la auténtica clase dirigente sin escrúpulo ninguno acerca de la plebe y el territorio. Esto quedará más diáfano, si cabe, en el último capítulo, Tierra de los fuegos, en el que, a través de un avaricioso y turbio intermediario, el stakeholderexperto en residuos y en camuflar aquello que no se debe camuflar eludiendo normas y encontrando o creando vías libres para abaratar costes al margen de las consecuencias ecológicas y sanitarias- han hecho de la Campania, del Sur de Italia, de países enormemente inestables -¡qué eufemismo!-, del mar o de lo que sea necesario, es decir, rentable y oculto, verdaderas bombas para la población y a la larga para todo el planeta. Y nosotros, en cuanto tocamos la basura, hacemos que se convierta en oro. Entre medias otros capítulos igualmente ilustrativos. El dedicado al Padre Diana, en el que además de encomiar la labor de este párroco valiente que se enfrentó no sólo desde el púlpito, sino en la práctica, dejando constancia por escrito y persiguiendo la verdad de casa en casa, nos proporciona un retrato de los boss, sabedores de que a larga están condenados a vivir encarcelados, sin disfrutar de su dinero o a morir y que se ven a sí mismos como nuevos mesías obligados a cargar con el dolor y el peso del pecado por el bien del clan, pretendiendo de su entorno que se someta en cuerpo y alma al espíritu de la Camorra. De nuevo los medios, silentes frente a tanta fechoría, sí que han dado eco a la difamación ya que cualquier asesinado por el Sistema ve flotar y expandirse sobre su cadáver la sombra de la duda. A esta parte debemos el título, al texto que no quiso ni pudo leer un amigo del Padre Diana, un texto de tintes evangélicos que increpa e intenta impeler a la acción. Hemos de correr el riesgo de convertirnos en sal, hemos de volvernos a mirar lo que está ocurriendo, lo que se cierne sobre Gomorra, la destrucción total donde la vida se suma y se resta a vuestras operaciones económicas. ¿No veis que esta tierra es Gomorra?, ¿no lo veis? Recordad. Cuando vean que toda su tierra es azufre, sal, aridez y ya no haya simiente, ni fruto, ni crezca hierba… Y en esas están, envenenando su propia tierra. Y la ajena. Hollywood hace un repaso de la gestualidad y las referencias del clan -una casa construida a imagen y semejanza de la de Tony Montana en El precio del poder- al tiempo que nos relata la breve vida de dos jóvenes que no suman treinta años, que viven al límite la ficción de las películas de gánster adaptadas a su ciudad. También merece capítulo aparte el Sistema de Mondragone y su filial -limpia de negocios sucios- de Aberdeen, con una ideología propia y de una crueldad peculiar en la que tienen muy claro que Nada tiene valor si no genera poder.

    Lo cierto es que me acerqué a este libro más con la intención de echarle una ojeada que de leerlo y quedé atrapada, porque si hay una cosa que transmite Saviano y, cada vez más, a medida que lo lees, es emoción. Desgrana hechos, económicos y sociales, desmenuza relaciones, entramados de poder e iniquidad, aporta cifras e historias, transmite, transmite siempre, conocimientos y sentimientos, datos y desasosiegos. Donde otros dijeron, Me acuerdo, él, como Pasolini, dice Yo sé, lo dice tras ver una muerte más, lo dice y lo repite, como un ritornelo, porque sabe y nos lo cuenta, porque aún confía -por lo menos confiaba, entiendo que sigue siendo así, pues sigue ahí, de libro en libro, y de un sitio a otro-, confía en la palabra. No sé si la palabra está de su parte, espero que así pueda ser. De nuestra parte

Imprescindible.

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