Una mujer que volvió a Argentina a su pesar tras acabar la carrera de Arte, retorna años después a Inglaterra, a la ciudad donde estudió, ciudad cuyo ritmo está marcado por la Universidad y ya no le resulta acogedora. A su modo de ver y al modo de ver de su madre, es su última oportunidad para hacer algo, un posgrado tal vez, lo que sea que pueda encontrar para culminar su carrera terminada hace demasiados años y por el momento inútil. Malvive en un cuchitril -más tarde malvive de un sitio a otro- y saca algún dinero en un trabajo provisional, pero básicamente vive de lo que su madre le manda e intenta centrarse en preparar una memoria que le permita acceder a una beca en una Universidad de ínfima categoría. Como tema elige la naturaleza muerta, pero lo hace porque puede tirar del hilo del mejor trabajo que hizo en sus tiempos de facultad. La narradora, cuyo nombre nunca sabremos, forma un triángulo que descansa sobre el adjetivo inglés still, quieto, detenido, sin movimiento. Still-life, naturaleza muerta, stillborn, criatura muerta al nacer, y ella, quieta, parada, sin impulso. Frente a este marasmo, el dolor físico que recurrentemente se autoinflinge la buena alumna, nos es presentado como Agua de un sueño en la que es posible renacer, reminiscencia bautismal que resurge con el agresivo baño final en las gélidas y decadentes aguas del mar Báltico.
El presente está tan presente que incluso los antecedentes sobre el porqué de su estancia están narrados así. Aun visiones de futuro las consigna en presente. La narrativa resulta inmediata, lineal, con anclajes en el dolor físico, una constante en soledad que se repite como un tic. La autora resulta ajena a su propia vida, convencida de no tener un lugar, idea interesante que ella ilustra bien –El mundo dividido desde siempre en dos clases de personas, los huéspedes y los anfitriones. Esta es una división que se produce de manera natural. Tajante. En la infancia. Enseguida se vuelve inmutable. Sobreviene entonces una extraña orfandad. Niños con padres que salen a la caza de otros padres, nuevas familias. Falsos huérfanos, serviles, capaces de hacer o decir cualquier cosa con tal de obtener una invitación. Un escondite.-. Es fácil de desviar de la línea a seguir, temerosa de la vejez –Pienso en la casera, su cuerpo rancio, y juro que no me importa el trabajo que termine haciendo, nunca más voy a dejar de correr. Nunca jamás voy a dejar de ejercitarme. ¡Ay, el sufrimiento!-, superficial, sin voluntad propia -marcada como está por la de su padre, difunto ya cuando acabó el colegio-. La voz que nos cuenta su historia es un voz sin profundidad en el tiempo y sin futuro.
En resumen, una novela correosa, con sus puntos de acierto, aunque al final resulta un poco como la protagonista, hueca, anodina. No sé decir si eso es un acierto o el lastre. Al principio me parecía acertado, al final ya no tanto y, teniendo en cuenta que no llega a 120 páginas, pues no sé… Esta misma duda, me hace dudar… La oquedad existe, por momentos no creo que haya nadie que pueda quedar indemne en su vida de esa falta de emoción, pero puede resultar, según se trate, más o menos cautivadora. En este caso consecuente es.