El castillo de Franz Kafka

Kafka comenzó a escribir El castillo en febrero del 1922, algo más de dos años antes de morir, y empezó a redactarlo en primera persona, pero en el capítulo tercero cambió el “yo” por K. Otra vez K. Entra de nuevo en un periodo prolífico de su literatura tras concertar una ruptura de relaciones -sobre todo por correspondencia- con Milena. Su salud va empeorando, en junio del 22 consigue la jubilación anticipada y va alternando estancias en un hospital para tuberculosos, la casa de su querida hermana pequeña, Praga… Coherente con su vida y su literatura -cómplices entre sí-, previendo acabar el libro -cosa que no hizo- con el agotamiento del protagonista, él mismo se agotó primero y murió en 1924, un mes antes de cumplir 41, quedando el final de El castillo en una frase en suspenso…

     K llega de noche a un pueblo, desde un puente mira hacia arriba, hacia donde debería estar el castillo, y observa el aparente vacío de allí en lo alto. Le permiten dormir, sin mucho entusiasmo, en medio de una taberna y, como el anterior K, ve su sueño interrumpido. Samsa se despertaba en un cuerpo que le era ajeno y se preocupaba, sobre todo, de cumplir en su trabajo, al K de El proceso lo despertaban para detenerlo y se inquietaba por el cumplimiento de su trabajo en el banco, K es despertado bruscamente mientras reposa su agotamiento en la primera posada que encuentra, la Posada del Puente, para incorporarse a su nuevo trabajo de agrimensor, persona que se dedica al arte de medir tierras, mas no son tierras las que va a calibrar K. Quizá este nuevo empleo de K responda al deseo expresado por Kafka en su Carta al padre de buscar un suelo firme bajo los pies, y el afán del protagonista, a lo largo de la novela, de integrarse en la comunidad aledaña al castillo, sea -entre otras muchas cosas, Kafka tiene mucha, mucha miga- trasunto de las dificultades que sintió a lo largo de su vida para integrarse en algún círculo, extranjero como siempre se sintió respecto a su familia, el colegio, la comunidad judía, la patria, etc. A él, como a K, le … atraía irresistiblemente buscar nuevas relaciones, pero cada nueva relación intensificaba su cansancio, cansancio que crece a lo largo de la novela y de la vida de Kafka, según su correspondencia.

     Nos introduce dentro de un paisaje antiguo, a pesar de que el castillo, al que desde el principio K no puede acceder, no presenta un aspecto digno de tal nombre, con un exterior agresivo e invadido por la nieve -si bien curiosamente, en lo alto, en la fortaleza, hay mucha menos nieve que en el pueblo-, los interiores de las casas del poblado son angostos, oscuros, caprichosos, sus moradores responden a distintas tipologías, siendo los aldeanos pequeños, de cráneos achatados; los sirvientes igualmente burdos, pero de mejillas redondas y comportamiento hipócrita -digno en el castillo, francamente vulgar en la aldea-; su mensajero y sus ayudantes -las gentes que tienen trato directo con los funcionarios del castillo, pues que este está repleto de funcionarios, secretarios, ayudantes…- esbeltos, ágiles, gentiles; y los funcionarios, versátiles, escurridizos, indefinibles. Entre ellos destaca Klamm, de quien a través de múltiples personajes interpuestos, depende K. Por otro lado están las mujeres. Frieda. En alemán Frieden significa “paz, calma, tranquilidad”. De la misma manera que Felice estaba presente en El proceso, así Milena transita por El castillo y, como Milena, Frieda … era la mujer enamorada. Para ella, el amor era lo único verdaderamente grande. (En contrapartida Klamm, su amante, tiene claras reminiscencias del marido de Milena, Ernst Pollak, desde el nombre -Klamm significa “agarrotado” y Ernst “serio”- hasta el tipo de relación de dependencia de la pareja). Frieda … deja al águila, para unirse a la culebra ciega, siendo la culebra K que capítulo a capítulo va perdiendo terreno y reconfigurando sus expectativas, mientras que Frieda, según Camus –El mito de Sísifo-, acaba prefiriendo lo cotidiano frente a la angustia vital que representa K. Olga y Amalia, ambas pertenecientes a una familia excluida de la comunidad, como los judíos, con un padre cansado que no reacciona y se aferra a sus diplomas, a las apariencias y una madre agotada -inevitable ver aquí ecos de los propios padres de K-. Olga busca la manera de salvarse y salvarlos desde una moral distraída aunque adecuada a las relaciones castillo-aldea, pero Amalia, que rechaza sacrificarse por todos ellos y que transmite un fuerte deseo de soledad -como Kafka, quien también rechazaba someterse a los designios parentales y sociales: el matrimonio- es contemplada con desconfianza por K en su lucha por insertarse entre la plebe para poder alcanzar el castillo. Según Brod, albacea literario de Kafka, el castillo simbolizaba la gracia. A partir de esto, Amalia rechazaría la gracia y Olga actuaría correctamente, sin embargo, es igualmente repudiada. Las esposas de los dueños de las posadas son poderosas y controlan algo más que las tabernas y a sus cónyuges, ejerciendo de intermediarias entre señores y siervos. Y Pepi, la joven camarera con su ridículo vestido lleno de cintas ante quien K … tuvo que taparse los ojos un momento, porque la estaba mirando con concupiscencia, recuerda a Julie Wohryzek, la hija de un sacristanucho de sinagoga, sobre quien el padre de Kafka le dijo, según la Carta al padre: … Seguro que se ha puesto una blusa bien bonita, como hacen todas las judías de Praga y tú, claro, a la primera de cambio has decidido casarte con ella. […] Como si no hubiera otras probabilidades. Si te da miedo te acompaño yo. Kafka, personal y universal.

      K mira hacia lo alto, pero arriba podría estar Yavhé, la gracia, la clase dirigente, el imperio autrohúngaro, el gran inquisidor… o nadie. La cadena de montaje con los funcionarios del primer plano que cierran el acceso a los que están por encima, que a su vez pueden tener otros por encima y así ad infinitum hasta llegar el nominado Conde de quien solo sabemos al comienzo, asistidos todos ellos por secretarios, subsecretarios y mensajeros, la cadena mantiene un engranaje de solicitudes, respuestas, cartas, apremios, sentencias, etc. en un marco singular de espacio y tiempo -citas nocturnas en cubículos de la Posada de los Señores, días a la espera en las primeras estancias de la fortaleza a la que se puede acceder dependiendo del día o de la temporada por una vía u otra-, dentro de una administración que no puede equivocarse, donde cada cual es competente en lo que es competente y no puede ni debe inmiscuirse allí donde el asunto no sea de su incumbencia, aunque considere la posibilidad de que un administrado […] sorprenda en mitad de la noche a un secretario que tenga cierta competencia para el caso de que se trate. […] ¿Cree que no puede ocurrir? Tiene razón, no puede ocurrir. Pero una noche -¿quién puede responder de todo?- ocurre sin embargo. Es verdad que no tengo entre mis conocidos a nadie a quien le haya ocurrido; sin embargo eso no prueba nada… Como el abogado de El proceso, el funcionario Bürgel (Bürger: «ciudadano», Burg: «castillo», Bügel: «percha, estribo») se explaya en la descripción de procedimientos ilógicos -aunque más reales de lo que quisiéramos creer- e insta a K a perseverar en su empeño mientras K, agotado, se adormece, sueña y se equivoca, siempre se equivoca.

     Kafka y su obra son un continuum por partida doble. Probablemente una obra no existiría sin la anterior -no, no creo que todos los escritoras, sean así, algunos, sí, los y las excepcionales-, y, gracias a sus diarios y correspondencia, podemos acceder a su proceso de creación de esa fortaleza en la quería y no quería encerrarse para dedicarse a la literatura. Cada obra da un paso más y recoge lo anterior. Entre La transformación, El proceso y El castillo, hay cuentos excepcionales, igualmente simbólicos y absolutos. La condena –fundamental para llegar a La transformación- , En la colonia penitenciario -escrita entre medias de El proceso, como sí, no pudiendo ejecutar a K como aquí se hace, necesitara desplegar el tecnológico castigo que en plena Guerra Mundial preconiza tanto-, Blumfeld, un soltero de cierta edad… -delicia del humor sarcástico-, etc., etc. Me voy a dar un descanso, aún me faltan El desaparecido y algunos cuentos. Sí aman la literatura, Kafka es imprescindible. No dejen de leerlo.

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