Patricia Esteban Erlés es una estupenda cuentista que, entre cuento y cuento, nos engarza una novela. Desfilan por la laberíntica casa de la viuda Corven convertida en orfanato, niñas y mujeres que han perdido la razón, su nombre, su pelo, su dignidad, su voluntad, su razón de ser, bajo la férrea dictadura de una esclava del Señor. Una teocracia regida por una monja, hija del pecado profanada, alienada y criminal. Comienza con una fuga y se retrotrae, desentrañando historias como Sephine, la mujer del hacedor de muñecas, desenreda y lava la trenza verde de la amada de Dios -un dios caprichoso y aburrido a quien nada le gustaba más que descubrir las miserias de sus criaturas. Nos regala historias por devenir, porque Galia y Tábata, Moira y la propia casa, nos piden más líneas, al igual que otras criaturas desamparadas -o no tanto, como el Doctor Rubin-. Sin embargo esta es la novela de Mina y de Pola, de Priscia y de Dios -o el poder patriarcal-. A cada niña que llega se le corta el pelo al cero, se le pone un saco gris y se la nombra por aquello a lo que debe aspirar. La hija de la bruja será Obediencia frente a su independencia, Pola será Modestia para ocultar su perfección y belleza, otra será Verdad, otra Prudencia, Esperanza, Perfección y es la voz que las nombra la de la envidia de las madres negras, la de la ley, la de Priscia -con su glacial soledad y violencia-, la mano de Dios en la tortuosa mansión construida en base a los deseos de una mente desquiciada y aterrada, perseguida por los fantasmas de los soldados muertos.
Esta novela gótica está atravesada por unos cuantos relatos de infancias desoladas, si no ajenos al contexto de la casa –La casa estaba enferma. Y además era malvada-, sí fuera de la trama que rige la narración, si bien la apuntalan y sirven para disfrutar de la elegante prosa de su autora. Aquí el mal no procede de un ser monstruoso escapado del Averno, sino de un dios egoísta, resentido y eterno, envidioso de los mortales que pueden descansar en la muerte, ávido de sumisión y de placer, un omnipresente dictador que, como todo dictador, realmente no puede ser omnipresente ni vencer siempre. Es un gustazo pasear por las páginas de esta novela donde el uso que Esteban Erlés hace de la elipsis refuerza la atmósfera de misterio, pero también de soledad de cada uno de los personajes, salvedad hecha de Dios, que como buen prócer, sí sabe lo que busca. Las madres negras fue premio Dos Passos a la primera novela de un autor o autora. Patricia Esteban Erlés ya era conocida como buena creadora de relatos breves y su salto ha sido firme. Léanla, no la soltarán hasta llegado el final -por algo está dedicada a Shirley Jackson-.
Gran reseña para una novela que sería de culto si este país fuera menos inculto.