Emmanuel Carrère admiró literaria y vitalmente a Limónov allá por los años 80, cuando comenzaba el ruso a publicar sus primeros libros en Francia y Carrère, ya licenciado, comenzaba su andadura en el mundo de las letras. Las reacciones que hacia Limónov tenían tanto el pueblo llano de su país, como personalidades tan aparentemente opuestas al personaje por él creado y a la imagen recogida en los medios de comunicación occidentales, como Yelena Bónner, activista por los derechos humanos y viuda de Andréi Sajárov, o la periodista Anna Politkovskaya, avivaron de nuevo su interés más de una veintena de años mas tarde. Cuando a Carrére, un amigo periodista le propuso hacer un reportaje para una nueva revista, su respuesta inmediata fue: Limónov. Patrick me miró con los ojos como platos: “Limónov es un malhechor”. “No lo sé, habría que ver.” El proyecto fue hacia delante y, lo que iba a ser un reportaje, se convirtió en esta obra en parte periodística, pero también una biografía con tintes autobiográficos -pues Carrère da noticias de quién era, cómo era, cómo se veía, como se ve desde la distancia, etc.-, en parte fábula -ya sea la que el biografiado transmite o la que Carrère recrea-, que se lee como una novela y, además, como una novela apasionante, al margen de su mayor o menor veracidad -¿dónde está la verdad, es más, dónde está la verdad en lo que a la Unión Soviética se refiere?-, plausible e inteligentemente contextualizada en lo personal y en lo histórico.
Eduard Savienko, Limónov, nació el 2 de febrero de 1943, el día de la rendición oficial de las tropas alemanas que sitiaban la entonces Stalingrado. Era hijo de un simple oficial de la NKVD (Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos) y de una comunista convencida que, como entonces –y ahora- ocurría en la URSS, no veían en Stalin al demonio rojo sino al héroe que venció a Hitler y culminó el fin de la Segunda Guerra Mundial. A su vez, Limónov admiraba a los militares –siempre caminará como ellos, … con paso reglamentario, regular y enérgico: a seis quilómetros por hora.- y, sintiéndose avergonzado por la falta de categoría de su progenitor, buscó otros modelos que encontró en la delincuencia, estuvo un breve periodo en la cárcel, trabajó como fundidor, intentó suicidarse, paró en un psiquiátrico donde un médico avispado, reparando en que lo que el paciente quería era llamar la atención, lo derivó hacia un trabajo más acorde, dentro de lo posible, con sus aspiraciones: vendedor ambulante de libros -Limónov, alma rusa amante de la poesía, ya escribía versos y no lo hacía mal-. Era un persona sin prejuicios que tanto se entregaba a la literatura, como cosía sus propios modelos de ropa los cuales también vendía, se casó con una mujer bastante mayor que él que le inició en el mundo de la bohemia -… él la estabiliza, ella le refina.-, se trasladó a Moscú y, a partir de ahí, comenzó lo que él siempre ansió, una vida libre y peligrosa: una vida de hombre. Tras Moscú, Nueva York y París – épater le bourgeois era y es algo que se le daba de maravilla y allí dio con las personas adecuadas-. Tras Anna, Elena y Natasha Medviédieva (cantante y poeta rusa de carácter, por lo menos, tan intenso como el suyo). Y por fin, con su odiada Perestroika y de la mano de su editor ruso, volvió a Moscú donde no se estableció hasta 1994 -curiosamente, Limónov partió y volvió a la URSS en los mismos años que su odiado Solzhenitsyn-. A su regreso Limónov descubre que no encaja, que le duelen Rusia y el pueblo ruso y marcha a la guerra de las Balcanes donde ha de elegir un bando, aunque no cree que un bando tenga toda la razón y el otro esté totalmente equivocado, pero tampoco cree en la neutralidad. Un neutral es un gallina y tiene por fin la oportunidad de sentir la emoción de la guerra, culminando sus deseos juveniles. Tras esto y dada la situación en su patria, regresó con la convicción de que había llegado el momento de entrar en política. Conducidos por Carrère que hace recuento y descripción de hechos y acontecimientos, que opina y contacta con el círculo del que se rodeaba Limónov, los militantes de su partido, entramos en la que es la parte más interesante y, probablemente, la más polémica y, no me cabe duda, la más difícil de desentrañar. Entre iluminado y Peter Pan, entre místico y materialista, entre genio literario y prolífico escritor, entre amante entregado y viejo pedófilo, entre preso modélico y agitador constante, la trayectoria de este escritor, sastre, vagabundo, soldado y un largo etcétera que continúa, en manos de Carrère, resulta absorbente, como también lo es la historia de su país sobre el que tanta tinta ha corrido guiada por intereses espurios, sobre el que tantos velos se han corrido y se corren desde nuestro “clarividente” occidente.
No dejen de leerla. Lo harán de un tirón y, tal vez, les surjan dudas y preguntas, lo cual es bueno, muy bueno.
Muy interesante: lo encargo, eso sí entre la mudanza y que acabo de comenzar «Submundo», una novela de Don DeLillo que se me había quedado aparcada desde 2014, tengo para rato.
Submundo es el único que he leído de Delillo y hubo muchas cosas que se me quedaron grabadas. La disfruté un montón y me gustó muchísimo el final. Eso sí, es de leer despacio, aunque yo siempre leo despacio, cada vez más despacio (lo que vale la pena, claro).