La azotea de Fernanda Trías

 

Fernanda Trías escribió La azotea –su primera novela publicada en 1999, con 23 años. Hay autores que inician su carrera literaria con obras sorprendentes y paradigmáticas. Terminado el libro que se desarrolla en un corto espacio de tiempo –Nunca hubo un principio sino un largo final que nos fue devorando poco a poco– y que se lee de un tirón, vienen -o me vienen- a la cabeza, inevitablemente, Kafka y el desván de las locas que, sin voluntad teórica feminista, asentó Charlotte Bronte, y me vienen, no porque encuentre imitación ni emulación, sino como contrapunto y complemento. La metamorfosis de Kafka es su primera -y última- novela publicada en vida; en ella Gregorio Samsa se despierta bocarriba e intenta incorporarse; aquí, Clara espera bocarriba desde medianoche y no intentará cambiar de posición. Samsa se ha convertido en un insecto monstruoso, Clara se sentirá acorralada por un mundo exterior acaudillado por una extranjera e insidiosa termita, pero, a la larga, no está claro quién es el monstruo. Samsa es atropellado por su padre, mas quiere salvar a su familia para la normalidad; Clara ha conseguido la familia que quiere y ansía salvarla, pero fuera de la normalidad. Tanto a Samsa como a Clara les agreden las miradas ajenas, pero tras la ventana de Samsa pasa la vida, vuelan los pájaros, y tras la de Clara se erige el enemigo y el único pájaro que vemos vive encerrado. Igualmente, Kafka, como Trías entonces, anhelaba viajar, pero acababa permaneciendo. El relato transita del pájaro que devora a los peces como Clara devora a su familia, al recuerdo de su madrastra de la que solo quedó indemne lo peor de su anatomía y a la que, lamentablemente, no sobrevolarán las moscas. Del anhelo de salir del padre, al pavor a salir de Clara, que solo se siente libre confinada (en su azotea). La amenaza está en el interior: uno o una misma, la familia, los frutos del vientre, el pasado -apenas aludido-, la imagen del futuro. La amenaza viene del exterior: la partera Carmen, el administrador, las vecinas, la policía… El desgarro entre quedarse o partir. La luz o la oscuridad. 

   La azotea frente al desván. A Clara no la encierran, Clara sube a la azotea, guarida y espacio de libertad –Desde arriba la gente se veía tan chica que ya no resultaba una amenaza: poder sentir sin miedo-, zona abierta y sin límites aunque limitada -no está cercada-. No se vuelve loca en un cuchitril, es el pájaro quien languidece en su jaula. Y el padre. Y Flor -… un nexo sin sentido, una cuerda que no ata a nadie-. Ellos no esperan, como Vladimir y Estragón, pero Clara sí. Emisarios le han dicho que alguien vendrá -y no será Godot, claro-.

      Siendo una novela aparentemente sencilla, su imaginería es abundante: si se amplia el contexto, crecen las claves. Hay mucho contenido en tan pocas páginas, figuras y palabras que se retroalimentan en este círculo cerrado. Excelente despegue de la uruguaya Fernanda Trías que, aunque años después, nos llega gracias a la nueva editorial Tránsito. Muy bienvenida sea.

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