Cuando acabas Melancolía de la resistencia, siguiendo las propias palabras del autor ante la ruptura de la antigua y fraterna alianza entre Cielo y Tierra, quedas, quedaremos … alelados, como corresponde, sin entender nada, y miraremos tiritando como la luz se aleja de nosotros.
Publicó este libro Krasznahorkai en 1989, tras dos años de manifestaciones y revueltas en una Hungría que, ese mismo año, alcanzaría el pluralismo político en octubre, con una oposición ya organizada en el gobierno y caído en mayo el muro que la separaba de Austria. El gigante ruso agonizaba y desde que escribiera Tango satánico, se habían sucedido cambios convulsos en el país. En estas circunstancias, Krasznahorkai crea una novela que muy bien podría leerse como un retablo en el que a la izquierda –Introducción. Circunstancias extraordinarias– el autor pinta el periplo de dos mujeres antagónicas en un ambiente de inminencia de algún tipo de acontecimiento trágico; en la parte derecha y final del tríptico –Deducción. Sermo super sepulcrum-, las recupera al término de la turbamulta que, como un tsunami, han arrasado la parte central del retablo por el que, con sinuosa, fluida y ardiente prosa, nos ha arrastrado Laszlo Krasznahorkai, Debate. Las armonías de Werckmesteis-. Como en su anterior obra, las interpretaciones de personajes, hechos, frases, líneas argumentales, etc., son intrincadas, que no confusas, y el humor es cáustico, sutil, refinado -las guindas al ron que unen a las dos protagonistas-, grotesco -esa ballena muerta y sus adláteres varados en una villa de provincias-, inteligente -las ratas invasoras del cuarto de la Sra. Eszter-, travieso -el cambio de afinación respecto a la armonía tradicional, la de Werckmestein, con un Bach desagradablemente afinado respecto a un sistema supuestamente más perfecto-, tenebroso -el movimiento celeste al compás de dos borrachos, dos confusos cuerpos celestes-, patético -la unión entre el profesor de música y el joven soñador-, de cesión lenta y también rápido, y digo humor donde también podría decir acidez o lirismo o juego o corriente imparable. La parte central, Las armonías de Werckmesteis, abre, desde su título que engloba el grueso de la novela, un haz de líneas temáticas que se entrecruzan a lo largo del relato, más armónicamente de lo que pueda parecer. Expuestas a través de la neurosis y el pesimismo del músico inicialmente adverso a la vida y obsesionado por un imponderable, deslizándose al compás de un espectáculo descabellado que al tiempo seduce e impulsa una desazón tensa y generalizada, ilustrando la ruptura, la revolución silenciosa que acaba paralizada por la falta de resistencia, concertando a través de un poder omnipresente capaz de aprovechar las circunstancias para aposentarse y encontrar la eufonía necesaria. Como Krasznahorkai, Valuska tiene treinat y cinco años, treinta y cinco años navegando por el mágico silencio del cielo estrellado, […] treinta y cinco años de patológica obnubilación y es el único que camina sin miedo, en medio del caos, entristecido porque … algunos declararan en tono categórico vivir “en un infierno sin perspectiva, entre un futuro pérfido y un pasado inaccesible a la memoria”, hasta que comprende la realidad de un ejército de sombras. Él y el Sr. Eszter se deslizan por un proceloso y personal sentido y sentimiento filosófico, consustancial a la prosa de Krasznahorkai, que, en estos personajes, voluntariamente compite con el ridículo. El pragmatismo de ambas mujeres, absolutamente divergente frente al dispar absentismo de la realidad de Valuska y el Sr. Eszter, pone en danza cuatro fórmulas de supervivencia con la basura como paisaje regular, omnipresente. La consigna programática como cantinela novedosa, creativa, infantilizante. PATIO LIMPIO. CASA ORDENADA. La alegría de la renuncia frente a la pasión gélida de la crueldad de la que ni los niños están a salvo, tanto a la hora de ejercerla como de recibirla. La arbitrariedad como una constante, la necesidad como una pulsión y es que … en las ruinas está la construcción. Lo patético de la mano de lo elegíaco, en medio de una épica agónica, El final es, sencillamente, mordaz, rotundo, brillante y he tenido que leerlo tres veces -la primera del tirón -¡Ah, los puntos y aparte! Para Krasznahorkai no existen-, la segunda para entenderlo bien y la tercera para disfrutarlo en profundidad.
Ciertamente, no es para todo tipo de lector, ni de lectora. Él mismo, por boca del director del circo en su autodefensa final, aventura que el público se había quedado estancado en la inmadurez, de modo que un triste destino aguardaba a quien se basara en la fuerza motriz de las manifestaciones artísticas excepcionales. Un triste destino… No se puede leer con prisas, porque una vez que te dejas llevar por su prosa torrencial, que se desliza y enreda cuanto encuentra a su paso, tienes que tomarte un rato para quedarte un poco colgada de la parra, dándole vueltas a lo leído y sugerido. Y pasan lo días, y aún te acuerdas. Además del libro, está Bela Tarr, con quien colabora y que ha hecho de Melancolía de la resistencia bajo el título de Armonías de Werckmeister y de Tango satánico –Satantango-, dos películas inclasificables, de escenas verdaderamente magistrales y dignas de ser vista de vez en cuando, con una cierta regularidad. Y por último, otra cita -pondría más-: … el hombre interpreta la anarquía de los hechos como una molesta muestra de incompetencia, a cuya inquietante repetición reacciona entonces con la fuerza cáustica de la burla…