Uno de los mayores placeres de la lectura es “librejear”, que no es lo mismo que callejear, pero responde al mismo espíritu, dejarse llevar hacia libros que se te cruzan, por el motivo que sea, en las páginas del que estás leyendo. Así, finalizado Desoriental, me fui a las clarificadoras, rigurosas e informadas páginas de La revolución constante* y, a la mitad, se me cruzó el nombre del eterno Premio Nobel iraní, Iraj Pezeshkzad, y su obra El tío Napoleón, título que ha dado nombre en su tierra, al hábito de echarle siempre las culpas de cuanto ocurre a otro -en el caso que nos ocupa, a los ingleses-.
El 12 de octubre de 1971 el sha Reza Phalevi -que cuanto más envejecía más próximo a la divinidad se sentía- celebraba en Persépolis con la mayor de las pompas -entonces pasó al libro Guinnes como el banquete oficial más largo y costoso de la historia- los 30 años de su reinado y los 2500 de la fundación del Imperio Persa por Ciro el Grande. Dos años después publica Iraj Pezeshkzad, juez y diplomático, Mi tío Napoleón, centrada en el personaje de El Querido tío, policía con el rango de teniente tercero durante la época de la anterior dinastía y jubilado con la llegada del nuevo Sha, Reza Sha, 1926, fundador de una nueva casta, aunque solo fuera de dos soberanos. Como Reza Palevi, El Querido tío, a medida que se aleja de los tiempos gloriosos que recuerda haber vivido, estos crecen, se magnifican y, en su pasión por Napoleón, acaba reproduciendo sus batallas. Patriarca entorno al cual giran vida, espacio y voluntades de hermanos, hermanas, cuñados, primos, primas, etc., el autor desarrolla una irreverente comedia con un Tío Napoleón -es el apodo que circula a sus espaldas- quijotesto, ridículo, nada enternecedor y aún poderoso, siempre acompañado y protegido por un sanchísimo Mash Qasem. Tras la hilaridad que despierta, se reconoce el fin de una clase obsoleta y la emergencia de una nueva burguesía, cínica y maniatada, pero con capacidad de maniobra. Iraj Pezeshkzad fue traductor de Molière y se nota, además -piruetas de la estupidez en la historia y sobre todo en la historia de la religión-, como Molière con su Tartufo, ha visto su novela prohibida a instancias de la autoridad eclesiástica. El tío Napoleón o el «aristócrata» delirante, paranoico y desacreditado que en su estupidez, por huir de una inexistente amenaza inglesa, pretende acudir a los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial -tal Reza Sha-. Todo el vodevil -permítaseme la libertad- se entreteje entorno a una fresca y tierna historia de amor -la cual, el autor reconoce como propia- que sirve para pergeñar situaciones disparatadas y desternillantes, sabiamente potenciadas por un lenguaje que tanto define a un personaje por su reiteración, como hace omnipresente una palabra sin llegar jamás a pronunciarla o sustituyéndola, sistemáticamente, por una disparatada perífrasis, como … ir a San Francisco, que demuestra tener infinidad de flexiones.
Una joya persa y universal. Porque en Irán no hay solo ayatolás y oraciones. La versión española, traducción incluida, resulta impecable y es de alabar la labor de la editorial Ático de los libros por acercarnos esta maravillosa y divetidísima novela. Léanla. En unos años, la releeremos.
* Irán, la revolución constante de Nazanin Armanian y Martha Zein. Ediciones La Flor del Viento. 2012