Los Buddenbrook de Thomas Mann

Thomas Mann empezó a escribir esta novela con veintidos años, en 1897. Nos cuenta él mismo en su Relato de mi vida -que escribió con cincuenta y cinco ( murió a los ochenta)-: En casa de mi madre, en presencia de mis hermanos y amigos, leía a veces fragmentos del manuscrito. Era este un entretenimiento familiar como otro cualquiera y, si no recuerdo mal, la opinión general era que mi extensa y obstinada empresa constituía un esparcimiento privado, con pocas posibilidades de éxito en el mundo, y, en el mejor de los casos, un prolongado ejercicio de virtuosismo artístico. No sabría yo decir si mi opinión era distinta. No creo que su opinión (ni su intención) fuera esa. La terminó al cabo de dos años y medio y envió la única copia del manuscrito, asegurada, a su editor que tras serias dudas, debidas a su longitud, acabó publicándola en 1901. El éxito no fue inmediato, pero una vez que triunfó, no paró de hacerlo a pesar del precio y el grosor. Y ciento y pico años después, no me cabe duda de que no dejará de hacerlo…, si se siguen leyendo los clásicos, algo más que deseable por diversos motivos que no vienen al caso, pero son fáciles de imaginar. Se había ido curtiendo en distintos relatos cortos, algunos, como La caída y El pequeño señor Friedemann, más renombrados, pero el salto es de gigante y, desde esta gran novela, sus temas, la forma de engarzar su particular visión de la realidad, sus obsesiones, su dual y maniquea concepción de la existencia, su fina ironía no hacen sino perfeccionarse.

La novela narra la decadencia de una familia y, como siempre, Mann parte de personajes y hechos reales con los que fabula. La ciudad, si bien no es mencionada, es Lübeck, su lugar de nacimiento, sus vecinos lo tuvieron claro y, en principio, no les hizo ninguna gracia, aunque con el tiempo, la fama y el Nobel, acabaron nombrándolo «hijo predilecto». El paraíso que gustan de visitar y donde se alejan de lo cotidiano es Travemünde y este sí que es llamado por su nombre. Trata sobre un linaje de comerciantes que se ve abocado a la extinción, como ocurrió con el suyo, cuyo cabeza, el padre de Mann, a la vista de las circunstancias -el poco afecto e interés que él y su hermano mayor, el también gran escritor Heinrich Mann, tenían al oficio de comerciante- decidió liquidar el negocio a su muerte. Que parta de personas reales no les concede una unicidad real, sino que el autor toma rasgos auténticos y los diversifica, pudiendo encontrar trazos de él mismo tanto en el padre, como en los hijos, hija y nieto, así como ocurre con otros personajes. A cada uno de ellos les adjudica una característica peculiar un tanto irónica que se convierte en un leit motiv, muchas veces jocoso, siempre punzante, como la manía de abrir mucho las vocales de la institutriz Sesemi, el atildado bigote de Thomas, la imprecisa mirada de Cristian, etc.

Comienza en 1835 -momento culmen de su posición económica- con la inauguración del nuevo y fastuoso hogar. Los que serán sus pricipales protagonistas -sus extertores- son niños. Llega hasta 1876, con el bisnieto del cónsul Johan Buddenbrook, Hanno, personaje que hereda muchas de las sensaciones y vivencias de la infancia y adolescencia de Mann. Johan Buddenbrook tenía una máxima: Hijo mío, atiende con placer tus negocios durante el día, pero emprende sólo los que te permitan dormir tranquilo durante la noche y unos modos de enfocar su negocio que, a medida que pasa el tiempo, van cambiando muy substanciamente. A lo largo de 11 partes divididas, a su vez, en diferentes números de capítulos, Mann nos va presentando a los muchos personajes que componen esta familia, así como su entorno, enfrentando las opciones vitales de los hermanos tanto con respeto a sus elecciones, como frente a las nuevas concepciones que van conformando el paso de una sociedad burguesa, tradicional y escrupulosa a otra eminentemente práctica, donde se perfilan ya los trazos de un capitalismo presuntamente democrático (Mann renegó de la democracia hasta después de la Gran Guerra) y, con ello, la desaparición de una forma de abordar las relaciones sociales y económicas desde unos estándares que quedarán obsoletos. La enfermedad como una huida de la realidad en la que cae quien vive enfrentado consigo mismo. La abnegada asunción de la mujer de unos roles caducos, frente a la que toma, hasta cierto punto, las riendas de su vida. El enfrentamiento Norte-Sur (Lübeck-Munich), protestantimo-catolicismo, deber-libertinaje, poder-arte, apolíneo-dionisíaco… El conflicto interior entre opciones contrapuestas desgarra a quienes lo padecen. La pulsión homosexual, tan propia de Mann, asociada a una profunda sensibilidad que separa al individuo de la auténtica vida, frente a la aceptación de lo aceptado. En resumen un magnífico compendio de las obsesiones vitales y artísticas de este prolífico y gran escritor a través de la historia de una longeva y acaudalada familia que no puede evitar su degeneración. Como pasó con la suya.

La riqueza de esta obra temprana, tanto a nivel literario, como filosófico (un desgarrado Thomas es trasunto de la iluminación que supuso para el propio autor el desubrimiento de Schopenhauer), histórico, sociológico (también personal) abre un amplio abanico de reflexiones, con una visión aparentemente lejana, revestida de una caústica y cómica objetividad que va perdiendo el humor a medida que se acerca a su fin, pero no la mordacidad.

Magnífica.

Los Effinger de Gabriele Tergit

Los Effinger es una saga familiar que comienza en 1878 y termina en mayo de 1948. Su protagonista es la familia Effinger, pero también la familia Goldschmidt, prósperos y cosmopolitas banqueros berlineses y judíos, con la que se unen en matrimonio dos de los hijos Effinger, artesanos también judíos, solo que menos refinados, más rústicos, que con honestidad y trabajo devienen prósperos industriales.

Gabriele Tergit es el seudónimo de Elise Hirschmann -Tergit, alteración de gitter, reja o red de alambre en alemán- y tuvo otros. Su padre, judío, fue el principal socio fundador de una importante empresa confiscada por los nazis en 1933 y que, recientemente, en 2009, tras largos litigios por parte de los descendientes, han visto reconocidos sus derechos sobre lo usurpado. Nació en Berlín en 1894, como una de las protagonistas de esta saga familiar, Lotte, que, sin duda, es su alter ego y, como tantas mujeres que a consecuencia de la Gran Guerra resultaron necesarias, trabajó, estudió y llegó a ser reportera, ganándose el odio de los nazis y, sin duda, de Hitler pues cubrió el juicio que, por un delito de prensa, hubo contra él, de quien escribió : Dio un discurso ante una gran asamblea que no estaba presente, llamó a un pueblo que no estaba presente. Jadeó, echó la cabeza hacia atrás y habló sin parar. No estaba claro si Hitler se estaba haciendo el histérico o era él. Así que en 1933 tuvo que escapar, prácticamente con lo puesto, y desde entonces fue de un sitio a otro hasta acabar en Londres, donde permaneció hasta su muerte en 1982. Durante estos viajes escribió Los Effinger que publicó en 1951 y pasó desapercibida. Nadie quería urgar en la herida. Ha sido en 2019 cuando en Alemania han descubierto esta más que significativa obra a la que empiezan a considerar como un clásico y no faltan motivos.

Los Effinger es una novela larga y ágil. La voz de la autora no se oye, son sus distintos protagonistas quienes hablan y son los hechos, las transformaciones sociales, económicas y. finalmente, políticas las que condicionan a esta familia burguesa de distintas procedencias, en la que caben lo convencional y lo estrafalario, la religión, el socialismo emergente, la difícil situación de la mujer -sobre la que tanto escribió Tergit en su obra periodística-, la industria y la banca, los medios de comunicación, etc. El dinero y la buena sociedad son omnipresentes como opresivos condicionantes, aunque será el curso de los acontecimientos que desembocan en la Seguna guerra mundial lo que acabe sentenciando su destino. Setenta años de esfuerzos, encuentros y desencuentros, cambios de estatus e ideológicos que se reflejan en sus distintos actores. Inevitable pensar en Los Buddenbrooks y no cabe duda de que lo tiene presente (Mann es citado en un par de ocasiones), pero tampoco cabe duda de que su estilo literario es otro. Capítulos, en general cortos, con disquisiciones, pero sin esa mirada lejana e irónica, con un estilo más próximo al reportaje que fue en lo que se formó y un ámbito más amplio y menos incisivo, también en un entorno acomodado, burgués, decadente y, dadas las circunstancias, más desgarrador, en el que el papel de la mujer se situa, claro, en un momento diferente, más combativo y más explícito. … Y entonces os presentan en sociedad como adornos de la existencia. Y vuestra vida intelectual se queda a ese nivel que caracteriza los suplementos femeninos de nuestros periódicos (…) Aquí empieza la obligación contra el propio yo, contra la propia evolución como ser humano.

Léanla, es magnífica. Y, si no lo han hecho ya, lean Los Buddenbrooks, donde yo estoy recayendo por tercera vez y nunca decepciona.

Lo poco que sé de Glafcos Zrasakis de Vasilis Vasilicós

Vasilis Vasilicós es un escritor político y es, también, un escritor pudoroso que disfruta de un irónico y perverso sentido del humor y de un poético y cabreado sentimiento del exilio. Nacido en 1934, se ve obligado a huir al extranjero cuando el golpe de los coroneles (1967-1974), a la edad de 33 años, como Jesucristo cuando murió, como Glaskov que temía cumplir los 33. Porque Glaskov, reconocido alter ego de Vasilicós, es el seudónimo de Lázaro Lazaridis con quien se identifica el presunto narrador de una investigación sobre la vida, destierro y desaparición -¿lo devoraron unos caníbales?- de Glaskov. Y mientras Vasilicós, pluma que pergeña la narración de este diario que sigue el autor de la investigación, se identifica con Glaskov, el presunto narrador e investigador también se identifica con él, su objeto de estudio -Glaskov-, a quien sigue los pasos y de quien quiere y no quiere desprenderse. Muñecos rusos dentro de muñecos rusos. En este caso, griegos todos y desgarrados por el destierro y el silencio de su obra. … la identificación con una tercera persona no es más que el grado de nuestra autodestrucción.

Lo poco que sé de Glafkos Zrasakis consta de tres partes escritas y publicadas por separado, posteriormente reunidas y, en palabras del autor -el primero, el genuino-, en constante reelaboración que, de seguir reeditándose, nunca pararía. La primera, Novela, siguiéndole la pista al difunto, recoge fragmentos de sus textos poéticos, narrativos, políticos en un juego de espejos en el que el narrador ficticio lucha contra su mimetismo psicológico en el que arrastra a su mujer y a la de Zrasakis, Glafka. El tiempo, el arte, la inspiración, la memoria, la política, la prensa… Rastrea su infancia y adolescencia -ubicadas en Salónica, la tierra de Vasilicós-, su paso por el ejército, su deambular por distintos países entre los que Estados Unidos, cómo no, juega un papel clave, pero también Alemania, cuyo idioma, al no entenderlo, le facilita la concentración. Vida, literatura, política y presuntos textos componen este rompecabezas sarcástico, nostálgico, rebelde, cabreado. La segunda parte nace de la necesidad de Vasilicós de hablar del retorno a su patria tras el fin de los coroneles -o sea, del cólera que infecta la patria de Zrasakis-, se intitula El regreso, y recoge su idilio con su editor americano cuyo ideario político, opuesto al de Glafcos, le va coartando hasta acabar en un subrepticio boicot. Lirismo, política e ironía dentro del mismo esquema inquisitivo y fragmentario. … su arte, la escritura, no deleita a nadie; es solo «una maldita ocupación del cerebro», según la definición de Ezra Pound. Por eso decide hacerse panadero. Los mismos elementos, distinto momento personal, otro momento de la historia. Desarraigo, nostalgia de lo no vivido, silencio. Por último Berliner ensemble, de exilios, retales, amor, obra perdida y un final de delirio.

Experimental, atrevido, inusual. Un libro diferente, inteligente, por momentos divertido, agudo. Vale la pena si no buscas una narración lineal y convencional. La imperfección de la cámara causa una abreviación del espacio, igual que ahora la imperfección de la memoria causa una abreviación del tiempo, y eliminando los espacios vacíos las cosas se pegan y se unen unas a otras.

Escuela de escritura de Mercedes Abad

Aunque Mercedes Abad cuenta en su haber con un par de novelas, Sangre del año 2000 (esto suena apocalíptico) y El vecino de arriba de 2007, retomó el relato corto en sus dos obras posteriores, las estupendas y juguetonas Media docena de robos y un par de mentiras y La niña gorda. A continuación una petite nouvelle -valga la redundancia- exquisitamente ilustrada por su iluminador de cabecera y ahora, de nuevo, otra no tan petite nouvelle editada por Tusquets. Diríase que con su tono, aparentemente ligero, vaya alternando bromas y veras en sus textos. A Abad le gusta scherzare, dejando un poso de realidades que tal vez no sean tanto. O sí. Como informa su breve biografía de portada, ella da clases en la prestigiosa Escuela de escritura del Ateneu de Barcelona y de esta experiencia se vale para replantear -ya lo hace en Media docena de robos… y La niña gorda– las fuentes de quienes escriben, la legitimidad de beber de las fuentes ajenas, los deseos de figurar frente a los lectores o, a veces, frente a quienes esperan de ti algo relevante o, también de quienes no esperan nada. Para ello, además de la voz narradora del profesor o profesora de escritura -el sexo nunca nos es revelado, las relaciones emocionales no distinguen entre uno y otro- despliega una serie de personalidades que se acercan a los talleres de escritura movidas por variados motivos, que van desde quien pretende dar clases cuando va a recibirlas, quien siente pasión por la literatura, quien se quiere reafirmar frente a su entorno próximo, etc. Lo hace con agilidad y desparpajo, pero también valentía. Es difícil hablar sin desvelar la trama y no desvelarla, para mí como lectora, juega siempre a favor de quien lee pues le permite descubrir, con su propia mirada, los vericuetos del relato.

No es Mercedes Abad amiga del relato prolijo en el sentido de «largo y dilatado», aunque sí en el de «cuidadoso y esmerado». A su obra no le sobra nada, tampoco le falta: no siempre hay que explayarse. Resulta redondo, original. No urga en las profundidades del alma, pero las sobrevuela, interroga, como quien no quiere la cosa, sobre las motivaciones propias, a través de una galeria de personajes que puedes conocer en cualquier parte, diversos, medianamente formados, con aspiraciones, a veces secretas, otras ostentosas (cómo me gustaría poner «ostentorias) o, incluso desconocidas.

Léanla y descubran por Vds. mismos. Vale la pena.

Melancolía de la resistencia de László Krasznahorkai

Cuando acabas Melancolía de la resistencia, siguiendo las propias palabras del autor ante la ruptura de la antigua y fraterna alianza entre Cielo y Tierra, quedas, quedaremos … alelados, como corresponde, sin entender nada, y miraremos tiritando como la luz se aleja de nosotros.

Publicó este libro Krasznahorkai en 1989, tras dos años de manifestaciones y revueltas en una Hungría que, ese mismo año, alcanzaría el pluralismo político en octubre, con una oposición ya organizada en el gobierno y caído en mayo el muro que la separaba de Austria. El gigante ruso agonizaba y desde que escribiera Tango satánico, se habían sucedido cambios convulsos en el país. En estas circunstancias, Krasznahorkai crea una novela que muy bien podría leerse como un retablo en el que a la izquierda –Introducción. Circunstancias extraordinarias– el autor pinta el periplo de dos mujeres antagónicas en un ambiente de inminencia de algún tipo de acontecimiento trágico; en la parte derecha y final del tríptico –Deducción. Sermo super sepulcrum-, las recupera al término de la turbamulta que, como un tsunami, ha arrasado la parte central del retablo por el que, con sinuosa, fluida y ardiente prosa, nos ha arrastrado Laszlo Krasznahorkai, Debate. Las armonías de Werckmesteis-. Como en su anterior obra, las interpretaciones de personajes, hechos, frases, líneas argumentales, etc., son intrincadas, que no confusas, y el humor es cáustico, sutil, refinado -las guindas al ron que unen a las dos protagonistas-, grotesco -esa ballena muerta y sus adláteres varados en una villa de provincias-, inteligente -las ratas invasoras del cuarto de la Sra. Eszter-, travieso -el cambio de afinación respecto a la armonía tradicional, la de Werckmestein, con un Bach desagradablemente afinado respecto a un sistema supuestamente más perfecto-, tenebroso -el movimiento celeste al compás de dos borrachos, dos confusos cuerpos celestes-, patético -la unión entre el profesor de música y el joven soñador-, de cesión lenta y también rápido, y digo humor donde también podría decir acidez o lirismo o juego o corriente imparable. La parte central, Las armonías de Werckmesteis, abre, desde su título que engloba el grueso de la novela, un haz de líneas temáticas que se entrecruzan a lo largo del relato, más armónicamente de lo que pueda parecer. Expuestas a través de la neurosis y el pesimismo del músico inicialmente adverso a la vida y obsesionado por un imponderable, deslizándose al compás de un espectáculo descabellado que al tiempo seduce e impulsa una desazón tensa y generalizada, ilustrando la ruptura, la revolución silenciosa que acaba paralizada por la falta de resistencia, concertando a través de un poder omnipresente capaz de aprovechar las circunstancias para aposentarse y encontrar la eufonía necesaria. Como Krasznahorkai, Valuska tiene treinta y cinco años, treinta y cinco años navegando por el mágico silencio del cielo estrellado, […] treinta y cinco años de patológica obnubilación y es el único que camina sin miedo, en medio del caos, entristecido porque … algunos declararan en tono categórico vivir “en un infierno sin perspectiva, entre un futuro pérfido y un pasado inaccesible a la memoria”, hasta que comprende la realidad de un ejército de sombras. Él y el Sr. Eszter se deslizan por un proceloso y personal sentido y sentimiento filosófico, consustancial a la prosa de Krasznahorkai, que, en estos personajes, voluntariamente compite con el ridículo. El pragmatismo de ambas mujeres, absolutamente divergente frente al dispar absentismo de la realidad de Valuska y el Sr. Eszter, pone en danza cuatro fórmulas de supervivencia con la basura como paisaje regular, omnipresente. La consigna programática como cantinela novedosa, creativa, infantilizante. PATIO LIMPIO. CASA ORDENADA. La alegría de la renuncia frente a la pasión gélida de la crueldad de la que ni los niños están a salvo, tanto a la hora de ejercerla como de recibirla. La arbitrariedad como una constante, la necesidad como una pulsión y es que … en las ruinas está la construcción. Lo patético de la mano de lo elegíaco, en medio de una épica agónica, El final es, sencillamente, mordaz, rotundo, brillante y he tenido que leerlo tres veces -la primera del tirón -¡Ah, los puntos y aparte! Para Krasznahorkai no existen-, la segunda para entenderlo bien y la tercera para disfrutarlo en profundidad.

Ciertamente, no es para todo tipo de lector, ni de lectora. Él mismo, por boca del director del circo en su autodefensa final, aventura que el público se había quedado estancado en la inmadurez, de modo que un triste destino aguardaba a quien se basara en la fuerza motriz de las manifestaciones artísticas excepcionales. Un triste destino… No se puede leer con prisas, porque una vez que te dejas llevar por su prosa torrencial, que se desliza y enreda cuanto encuentra a su paso, tienes que tomarte un rato para quedarte un poco colgada de la parra, dándole vueltas a lo leído y sugerido. Y pasan lo días, y aún te acuerdas. Además del libro, está Bela Tarr, con quien colabora y que ha hecho de Melancolía de la resistencia bajo el título de Armonías de Werckmeister y de Tango satánicoSatantango-, dos películas inclasificables, de escenas verdaderamente magistrales y dignas de ser vista de vez en cuando, con una cierta regularidad. Y por último, otra cita -pondría más-: … el hombre interpreta la anarquía de los hechos como una molesta muestra de incompetencia, a cuya inquietante repetición reacciona entonces con la fuerza cáustica de la burla…

Entre actos de Virginia Woolf

En 1938, tras acabar Tres guineas, Virginia Woolf comienza a darle forma a toda la información reunida para llevar adelante la biografía de su amigo Roger Fry, pero, entre medias, se le cruza el germen de esta novela que plasmó en su diario: … permitidme que apunte una idea: ¿por qué no Pointz Hall: algo deshilvanado y caprichoso, pero unificado en cierto modo -una vieja mansión de aspecto teatral y una terraza por la que pasean las niñeras? Y gente que pasa… y una perpetua variedad, pasando de la intensidad a la prosa; y hechos… y notas; y…, pero basta. Debo leer a Roger… Esto lo anotaba el 26 de abril y a finales de diciembre ya tenía 120 páginas escritas. El 1 de abril del 40 envía a la imprenta Roger Fry y en noviembre de ese mismo año da por terminada, felizmente, la obra que nos ocupa, con el título de The Pageant (El espectáculo); a principios del año siguiente introduce algunos cambios y, de nuevo, el 26 de febrero del 41, treinta días antes de adentrarse en las aguas del río Ouse con los bolsillos llenos de piedras, considera que ha llegado a la versión definitiva, ahora Between the acts. Mientras, Londres, su amada Londres, estaba siendo sistemáticamente bombardeada desde el mes de junio -incluida su antigua casa cuyas ruinas tienen que visitar para recoger restos, entre ellos sus diarios- y ella y Leonard viven en el campo padeciendo estrecheces, pendientes de las incursiones de los aviones alemanes y de los vecinos. No hay eco en Rodmell -solo aire estéril. No hay vida; en consecuencia [los habitantes del pueblo] se aferran a nosotros. De hecho Virginia colabora ayudando en la creación y en los ensayos de una obra teatral para el Instituto de Mujeres, siendo, incluso, la tesorera. Así pues el título no podría ser más oportuno ya que la escribe en espacios de tiempo robados a Roger Fry -y a la que sería, posteriormente, La Torre inclinada, conferencia que iba a dar en la Asociación para la Educación de los Trabajadores, de Brighton-, entre sirena y sirena -suelen sonar puntualmente a las seis y media del anochecer-, entre visitas, viajes a la capital, quehaceres -se vieron obligados a despedir a Mabel, su criada fija- y compromisos sociales. Muchas de estas vivencias se esparcen por Entre actos.

     Una hermosa casa de tamaño medio en una hondonada, Pointz Hall, -… en el corazón de la casa había un jarrón de alabastro, suave y liso, frío, conteniendo la quieta y destilada esencia del vacío, del silencio-, una buena familia sin tanto abolengo como otras del lugar -… todas emparentadas unas con otras por matrimonio, y que en la muerte yacían entrelazadas, como las raíces de la hiedra, tras el muro del cementerio-, un atardecer de verano, visitas esperadas o inesperadas: es el preámbulo de la representación anual para la que los Oliver -el anciano Sr. Oliver, funcionario jubilado, el joven, corredor de Bolsa- prestan su jardín y su granero por si la lluvia. Apenas doscientas minuciosas páginas y tanto que considerar. Algunos apuntes. La trama, –¿Tenía importancia la trama? […] La trama solo servía para engendrar emociones. […] Amor. Odio. Paz. Tres emociones formaban la urdidumbre de la vida humana.-, la trama es un día de junio, un encuentro de los vecinos de la zona para ver a la gente del pueblo, reverendo incluido, recrear la ambiciosa obra pergeñada por la solitaria Srta. La Trobe que consta de tres entreactos. La Naturaleza también participa, en ocasiones parece enturbiar, pero, en general, mejora e incluso salva los posibles errores que durante el evento se producen: vacas, golondrinas -o serán vencejos-, burros, aguaceros, el tonto del pueblo… La representación recorre la historia de Inglaterra con algunos saltos en el tiempo, con teatro dentro del teatro, la novela está atravesada por esa fina ironía y perspicacia woolfiana que va recogiendo fragmentos de conversaciones, implicaciones políticas, diálogos mudos, gestos significativos, alianzas intangibles, deseos fugaces... Un pequeño universo atrapado y enjaulado; preso en sus obligaciones sociales y que reacciona con horror al verse reflejado en el espejo … Es una crueldad. Reflejarnos tal como somos, antes de haber tenido tiempo de adoptar… Y, para colmo, solo a trozos… Cuatro mujeres desenredan distintos hilos, qué duda cabe de que en todas ellas, en mayor o menor medida, hay fragmentos de Virginia (y de algunas de sus amigas, de la misma manera que en ellos, incluido el medio hombre, los hay de sus amigos, de su esposo…), pero es quizá en Lucy, la hermana viuda del Sr. Oliver senior, en quien ella avista el futuro y donde los lazos familiares se engarzan, y es a través de Isa, la mujer del agente de Bolsa, que despliega la tristeza, los anhelos, las esperanzas, las decepciones, siempre enredada y musitando: Que me cubran las aguas del pozo de los deseos. Y a Virginia las aguas la cubrieron. Sola bajo la copa del árbol, del árbol agostado que todo el día murmura como el mar y oye galopar al jinete. Bajo uno de los olmos de Monks House enterró Leonard sus cenizas. Este año, el año pasado, el año próximo, nunca. Y fue nunca.

     Una despedida espléndida, rica, suave, dulce, de la que, como cada vez que acababa una de sus novelas, no estaba satisfecha en esos momentos y ya no pudo o no quiso cambiar de opinión. De obligada lectura -excepción hecha de quienes quisieren acción trepidante, tan potenciada en estos tiempos-.

 

La consagración de la primavera de Alejo Carpentier

Decía Alejo Carpentier en una entrevista de 1974 que trataría … en su obra inmediata, de reflejar un proceso histórico que me llevó a tomar conciencia de mí mismo y a saber que realizando mi labor no sólo trabajo para mí, sino que trabajo para los demás. Cuatro años más tarde publicaría La consagración de la primavera, en 1978, con 74 años. Alejo Carpentier cierra la novena y última parte que es también el último capítulo con una cita de Goethe: Solo merece la libertad y la vida aquel que cada día sabe conquistarlas. A la octava parte la antecede una de Melville en las antípodas del Preferiría no hacerlo, toda la novela va precedida por la respuesta del gato a Alicia … puede estar usted segura de llegar, con tal de que camine durante un tiempo bastante largo. Esta novela es el plausible camino de dos personas que se encuentran, partiendo desde posiciones opuestas, disonantes, con diferentes modos, líneas melódicas, en un pas de deux, que se encuentran y encuentran una forma de renacer en una nueva primavera. Y esa primavera es la Revolución cubana (que, porfiadamente, sigue, como puede, caminando).

      Los conocimientos de las bellas artes por Carpentier son vastos y profundos y a lo largo de los distintos capítulos son desplegados al compás de su propia biografía, ya que recoge cronológicamente sus diferentes estancias más o menos prolongadas en distintas partes del mundo -muchos años en París, varias y largas temporadas en México, España, NuevaYork… – y con ello, va recogiendo e inmiscuyendo a amigos y conocidos de entonces. Que la música fue una de sus pasiones da fe la recopilación de sus escritos en El músico que llevo dentro, donde Stravinsky cuenta con un lugar de honor en numerosos artículos. Abre la primera parte con la reproducción de la partitura del comienzo de La consagración de la primavera, ballet que revolucionó las mentes acomodaticias y bien pensantes de la época, dando origen a un gran escándalo el día de su estreno –solo con escuchar el solo de fagot seguido de corno inglés que abre la pieza y que es el fragmento recogido por Carpentier, Saint Saëns se levantó y se fue (no le hizo falta ver a Nijinski)-. Y con un solo comienza la novela en la voz de una bailarina que sabremos procedente de Bakú (como la madre del autor). A excepción de un par de capítulos en los que las dos voces narrativas, Vera y Enrique, simultanean sus pensamientos y sus recuerdos, y el final, donde de nuevo sus voces caminan en paralelo, en los demás únicamente una de las dos líneas dirigirá el relato. La historia comienza llegando a España durante la guerra civil y, en una analepsis de varios capítulos, recupera el pasado de Enrique, brigadista en nuestro país, desarrollando el contexto histórico, social y cultural cubano desde la dictadura de Machado de la cual tuvo que huir -como Carpentier-, así como la situación presegunda guerra mundial europea. Tras la expulsión de España de las Brigadas Internacionales y la situación prebélica en Francia, Enrique retorna de su exilio y Vera, en su compañía, procede al siguiente (no será hasta la séptima parte y tras un proceso de crisis profunda -personal, pero también social, en pleno proceso de avance Fidel y sus guerrilleros-, que Vera retroceda hasta la Revolución rusa para entenderse y afrontar un proceso que la llevará a ella, fugitiva de guerras y revueltas, mujer de continuos exilios, a cambiar profundamente su posición frente a la política, frente al mundo). El relato y sus motivos son de una riqueza abrumadora, de apariencia caótica, sin una estructura precisa -como el ballet del ruso- se fragmenta en 42 capítulos repartidos en 9 partes. Su verbo es ágil, profuso, preciso, práctico, nítido, contradictorio, avanzado, antiguo… Música y músicas, danza, pintura, arquitectura –la construcción en La Habana, de México-, poesía… Todo cabe, se entrelaza, evoluciona, dialoga, avanza… Dialéctica a lo largo y ancho de novela, vidas, pensamientos, artes, ciudades, naciones … La confrontación, el análisis y la literatura, la música, las esencias, la pulsión de la naturaleza, las contradicciones, su superación…

     Con esta obra, de alguna manera memorialista, que traza el círculo desde la guerra civil española para abarcar desde la revolución bolchevique de 1917 hasta la cubana de 1959, Carpentier, dos años antes de dejarnos, da una lección de escritura, coherencia y honestidad. La riqueza del texto es de una generosidad abrumadora, abierta a infinidad de vías y supone un gran placer seguirlas. A dos años de morir Alejo Carpentier era una fuente tenaz de energía literaria, pero también de compromiso, lucidez y vitalidad. A veces los caminos se pierden, los exilios se suceden, pero … Mientras nos quede algo por hacer, nada hemos hecho. Herman Melville.

Submundo de Don DeLillo

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Don DeLillo comienza Submundo con un prólogo, El triunfo de la muerte, que se desarrolla en una fecha precisa, el 3 de octubre de 1951, y con un histórico home run -un tanto del copón en béisbol- que tuvo lugar en esa fecha -es el mismo que retransmiten en la radio del coche de Sonny Corleone (James Caan) cuando lo acribillan en El Padrino I-. Este tanto es descrito con precisión en un presente trepidante que mezcla la descripción del partido, espectadores de renombre aún ahora o en aquel entonces -como el locutor que lo radió y que por ello se hizo famoso- con la significativa historia del joven de color Cotter que se cuela en el estadio y consigue hacerse con la pelota que dio la victoria al equipo en el célebre home run. Ese mismo día Rusia prueba su bomba nuclear y en el estadio está John Edgar Hoover. Mientras, cantidades constantes de basura caen al campo, caen en las gradas, incluso dos hombres caen -las emociones: infartos-, papeles de todos los tipos descritos como una misma música con distinta letra, y entre ellos revistas donde anuncios de electrodomésticos, detergentes, perfumes, etc. se mezclan con el cuadro de Brueguel El triunfo de la muerte. Acaba el relato Todo va depositándose indeleblemente en el pasado, pero el capítulo siguiente, escrito en pasado, transcurre en 1992 y la novela se convierte en un camino de vuelta con una pelota de béisbol como pretexto, como fetiche, como asidero, como símbolo.

     A partir de ahí la narración sigue a Nick Shay -en el 92 mando intermedio en el mundo de la recogida y eliminación de residuos- hasta llegar al origen de quién es y quién fue y, por el camino, su hermano, su fugaz amante, Klara, su madre, profesores, compañeros de trabajo y demás personajes próximos a él, no tan próximos o sencillamente coetáneos -reales o no-. Sin embargo, aunque sin aparecer en el índice, la historia de Cotter, sin él, continúa, siempre inmediata, siempre en presente. Este submundo dentro de la obra no es el único. Underworld se titula la supuesta película desparecida de Eisenstein que a su vez comparte protagonismo en el capítulo El verano de las azoteas con la auténtica Cocksucker sobre los Rolling Stones y el breve y contundente documental involuntario de la muerte de Kennedy rodado por Zapruder. En un marco que va desde la Guerra fría -para volver a ella- hasta mediados de los noventa, la exploración hacia atrás de la vida y el contexto de Nick es de una riqueza abrumadora donde cualquier cosa puede encajar: la búsqueda del artista y los caminos que se abren o se encierran en el arte, el arte como vía para encauzar esa inmundicia omnipresente, voluminosa, agresiva, regular, invasiva que, como un bajo continuo, atraviesa todo Submundo convirtiéndose a su vez en un territorio (nuestro territorio, nuestros desperdicios modelados como espacios habitables, grandes vertederos diseñados por expertos o nacidos involuntariamente del abandono de las instituciones). Las relaciones familiares, padre-hija, madre-hija, entre hermanos, dentro de la pareja; la educación y la infancia, capaz de adaptarse a los nuevos no paisajes construidos sin tenerla en cuenta, materia moldeable en manos de la hermana Edgar (alma gemela de Hoover, atormentada mujer que memoriza El cuervo de Poe para infundir miedo, la profecía, la soledad y la muerte) o el padre Paul en busca de una formación diferente. La ubicuidad de los medios de comunicación a través de la imagen -el video de un asesinato tan azarosamente grabado como el de Kennedy, pero más contumaz, relatada en presente y capaz de fijarse en la voluntad hasta perder su significado y asegurar el entretenimiento-. La Guerra fría, la caída del Muro (y el muro que separa el barrio lumpen, el muro al que mira el creador, el muro en el que se inscriben historias de fracaso), el apartheid, la bomba nuclear, Todas las tecnologías tienen que ver con la bomba, los residuos nucleares, la separación y el tratamiento de los desechos, crema protectora para el sol, Lenny Bruce -sí, el de Bob Fosse- y su ¡Vamos a morir todos!, la gran paranoia (pero ¿quién contagia a quién, el Estado al individuo o el individuo al Estado), la gran fiesta de Truman Capote, prodigio de la vanagloria y Hoover invitado (gran recreación de este tipo), la carne de cañón…

     La riqueza temática, la inteligencia narrativa, la poesía ocasional, la adaptabilidad rítmica, la profusión temática de Submundo merecen, sin duda, un estudio. Ardua tarea para quien lo emprenda, aunque probablemente apasionante. A medida que el tiempo avanza hacia atrás, el ritmo es más veloz, el penúltimo capítulo es casi trepidante. Rematada la historia de la pelota de Cotter intercalada en el silencio de la numeración de páginas -pero entre dos páginas negras: se abre el telón, se cierra-, en esta marcha atrás, bajo el título de En gris y negro, DeLillo ata algunos cabos. Cabos argumentales. Klara, Nick, su esposa, sus primeros amores, la conexión definitiva, la casi definitiva genealogía del fetiche-pelota del 51, la procedencia y el objetivo del material artístico último de Klara, ¡nos vamos a morir todos!, la pelota de nuevo como un símbolo que ha cambiado de manos durante años y también de significado… Y por último, el epílogo. De nuevo en presente, ahora. Cruel, extraño, casi buñuelesco -le falta la ironía o es demasiado ácida- la realidad se traslada, ¿queda sólo la inmundicia, transitamos sobre ella, falta el milagro, el submundo está fuera o nosotros estamos dentro..?

     Quien no quiera retos, que ni se acerque. Quien se acerque encontrará un libro a releer o a coger en cualquier momento, por cualquier página y dejarse llevar por un universo complejo, interconectado, en su finitud, infinito.

     Y no puedo por menos que mencionar que la empresa que acumula y subsume la basura en el epílogo se llama “Tchaika”, que significa gaviota en ruso y citar que el individuo necesita ajustarse a un entorno en el que los chanchullos y los trapicheos han salido de las sombras del mercado negro especulativo para crear una economía completamente abierta de saqueo y corrupción. En esas andamos.

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