Llegué a La fotografía por una entrevista en El País a propósito de la publicación de esta obra por la editorial Contraseña, si bien la edición tiene diez años de retraso respecto a su escritura. El punto de partida, un gesto capturado al azar en una fotografía, me recordaba la foto que desencadena la trama de Blow up, pero desde un punto de vista muy diferente y, a mi entender, interesante.
Se trata, en un principio, de una súbita intromisión del pasado que cuestiona completamente la visión que de él se ha tenido hasta ese momento, obligando a varios de los protagonistas de esta trama a revisitarlo y recomponerlo. Una fotografía que aparece con la indicación en el sobre que la contiene de ser destruida hace que Glyn Peter, elocuente y mediático historiador del paisaje, necesite reconstruir la convivencia con su difunta esposa, así como la imagen que de ella guarda. Para ello recurre a los mismos mecanismo que utiliza en la reconstrucción de los distintos momentos por los que pasa un paisaje o lo que resulta ser casi igual, una imagen, En este caso la de Kath. Esta labor requiere de trabajo de campo y, con ello, el acercamiento a las distintas relaciones ajenas a ambos que ella tuvo. El resto de los personajes atañidos por el acontecimiento desvelado responden a su manera y alguno reacciona eludiéndolo. Por los 20 capítulos van desfilando las personas más, aparentemente próximas, a la nueva esposa, a un tiempo investigada y descubierta.
Con un lenguaje principalmente descriptivo, incluso en las reflexiones de los personajes, la omnisciente narradora va dando una visión calidoscópica de Kath, interlocutora silenciosa de Glyn y de su hermana, de la que recibimos una idea un tanto tópica, por más que esté llena de interrogantes, desde unos personajes fríos y, si se quieren analíticos, poco profundos en sus reflexiones. Una serie de profesionales de clase media alta, muy actuales, muy ocupados, entregados a sus trabajos en cuerpo y alma, y ajenos a otro tipo de necesidades que se pretenden o insinúan en Kath o en Nick, el cuñado.
Penelope Lovely escribió durante años para niños, pero ya hace más de 25 que únicamente lo hace para adultos. Ella también realizó un estudio sobre el paisaje y, aunque los planteamientos que mueven la obra -identidad, memoria, pérdida, huida- apuntan cuestiones susceptibles de captar, no solo la atención, sino de despertar preguntas, resultan insuficientes o vanos. Hay atisbos de inquietud, pero ningún desgarro. Le falta lírica o un discurso arriesgado que, pudiendo haber sido el de la mujer ausente, queda también él ausente. Quizá más adelante, en Moon Tiger, su obra más recomendada.