José y sus hermanos de Thomas Mann

Mann se interesa por la historia de José en 1924 cuando le requieren una introducción a una carpeta de dibujos sobre esta leyenda. Se documenta acerca del asunto y arranca Las historias de Jaacob en diciembre de 1926, intuyendo, desde el principio, que va a ser una larga narración. En junio de 1932 ha acabado los dos primeros títulos que se publicarán en el 33 y el 34. El 11 de febrero de 1933 emprende viaje a Amsterdam, Bruselas y París para dar una serie de conferencias sobre Wagner. Ya no volverá a Alemania: comienza su inesperado y largo exilio. José el egipcio, el tercer relato, se ve interrumpido y no es hasta agosto del 36 que le pone punto final. Suiza, Francia y, finalmente, Estados Unidos serán sus destinos en este destierro. Como José con su periplo desde Canaán a Egipto, él también se aleja de su tierra natal. Le siguen Carlota en Weimar y Las cabezas trocadas y es en el verano de 1940 -ya viviendo en el imperio estadounidense- que reemprende el último libro de la tetralogía, José el Proveedor, para teminarlo en1943, ya establecido desde el 41 en California.

Para contar esta historia, hay que retroceder, ¿hasta dónde? Hondo es el pozo del pasado. Así arranca el preludio de los cuatro libros, intitulado Descenso a los infiernos. Todo Mann está en esta novela río, claro que son cuatro libros y prácticamente dos mil páginas. El tiempo y la muerte. Morir es desde luego perder el tiempo, irse de él, pero a cambio significa ganar la eternidad y la omnipresencia, en fin, la vida verdadera. Mann, demiurgo de esta magnísima obra, ya sabía que tenía la eternidad ganada con La montaña mágica o Los Buddenbrook, pero aquí aun apuesta más fuerte, alejándose de la contemporaneidad, más segura y más próxima a su forma de vestir la realidad -de la que beben sus líneas- tanto en lo referente a las emociones, como a los caracteres -sin embargo, seguirá usándolos-. Una arquitectura profusa y precisa, una empresa babilónica donde lo bíblico se entrevera con religiones y mitos arcaicos o griegos, dioses obscenos, pero dioses a fin de cuentas, creados por los hombres, como Abraham creó a Dios para que Dios pudiera tener un pueblo. Un José errante, como el propio Mann, arrancado de su hogar un poco por su propia fatuidad, otro poco por la arbitrareidad de Jacob y un poco más por maldad -y hartura- de sus hermanos. Familias holgadas, si no burguesas, bien aposentadas, que viven, gracias al tono del autor, una existencia próxima a nuestro entender, la cual trascienden o no en función de su fe o de la convicción de tener una misión -misión de un pueblo errante con una tierra prometida que tanta sangre está derramando (esto no está en la obra de Mann). Personajes de carne y hueso que sienten un destino al que se entregan, como José, o al que se resisten, como Ruben que no quiere ser Esaú, Esaú que no quiere ser Cam, Cam condenado a ser Caín, Caín, el legendario primer homicida. Un eterno retorno, un círculo necesario que se cierra para continuar siempre. Personajes inventados, como los dos enanos -por supuesto dos enanos confrontados- que bien podrían proceder tanto de la Biblia, de uno mito o de aquí y ahora. El bien necesita del mal, como Dios necesita de Lucifer o de Abraham -depende del momento- para poder ser, la vida es un devenir que se repite, el tiempo no existe o siempre es el mismo, el espacio lo es todo y nosotros somos los creadores del tiempo… Es abundante y cautivador el jugo que le saca Thomas Mann a esta historia y sus preliminares que llegan desde antes del Edén con la voz firme de un narrador omnisciente que de vez en cuando se gira hacia el lector y se justifica. El Génesis como mito o como creación humana convertida, por momentos, en una novela de aventuras, impía y racional, filosófica, espiritual, paródica, sensual, crédula y tolerante o descreída y rotunda, atravesada por una profunda ironía, un ilustrado cinismo, pero también, una inquieta trascendencia. El caudal de conocimientos que atesoró Mann se entreteje y comunica, abordando cualquier situación desde cualquier punto de vista, sexual, moral, político…, trasladando sus propios demonios ya sea a José, a Putifar, a su incomprendida -por la historia, la leyenda- esposa, a Jacob, a Osiris, a Tammuz, a Dios… …Él era el espacio del universo, pero el universo no era Su espacio (de manera muy similar a como el narrador es el espacio de la historia que narra, pero la historia no es suya…).

Lo mejor: leerla. Sin duda, releerla. Despacio, lentamente, disfrutando, porque es un verdadero placer. Un festín literario. Y filosófico. Y mitológico…

Libre. El desafío de vivir en el fin de la historia de Lea Ypi

Lea Ypi, albanesa. Nace en 1979, tiene, pues, 6 años cuando muere Hoxha -el tío Enver- y 11 cuando las revueltas de su país conducen a unas primeras elecciones. Ahí comienza esta novela y la niña que ella era, ante los disturbios, corre a abrazarse a los pies de la estatua de Stalin. Uno de los grandes aciertos de esta novela es el tono, cómo recupera la que fuera su mirada infantil, acompañándola a un tiempo de una revisitación de la historia que clarifica el dónde, el cuándo, el porqué. Así, ya en el primer capítulo, puntualiza: … A finales de la década de 1940 nos separamos de Yugoslavia cuando esta rompió con Stalin. En la década de 1960, cuando Jruschov deshonró el legado de Stalin y nos acusó de «desviacionismo nacionalista de izquierdas», rompimos las relaciones diplomáticas con la Unión Soviética. A finales de la década de 1970 abandonamos nuestra alianza con China cuando esta decidió enriquecerse y traicionar la Revolución Cultural.

Con gran inteligencia narrativa y como buena especialista en marxismo -por tradición nacional y por voluntad propia-, en una obra dividida en dos partes, recoge el proceso de transformación que procede del pasado, manteniendo la intuición de una intriga por parte del lector. Todo se transforma porque contiene en sí mismo sus propias contradicciones. Hay quienes las rechazan, como la madre, quienes viven con ellas sin llegar a solucionarlas, como el padre y, además, está la abuela, a quien el libro está dedicado. Todo un proceso dialéctico desarrollado tanto a nivel personal -la niña formada bajo los postulados socialistas albaneses que descubre otra realidad silenciada por la familia a lo largo de su educación hacia el comunismo y que, en su caso, sí llega a una síntesis con la elección de su futuro en la Universidad- como a un nivel más amplio que concierne a su propio país en el que las contradicciones saltan por los aires y conducen a lo que … Los libros de historia registran como […] la guerra civil de Albania. A nosotros nos basta con mencionar el año-. 1997. Un país que primero tuvo las puertas cerradas para salir fuera, después se las cerraron para entrar fuera y más, muchas más paradojas a conocer, a reconocer.

Una obra rica, profunda, aguda, analítica y, al mismo tiempo, tierna, clarificadora y sincera, en la que Lea Ypi deja como tarea al lector un montón de interrogantes que, dada la superficialidad de los tiempos, quizás no cuenten, tan siquiera, con un previo planteamiento. Aparentemente sencilla. Muy, muy recomendable.

Los Buddenbrook de Thomas Mann

Thomas Mann empezó a escribir esta novela con veintidos años, en 1897. Nos cuenta él mismo en su Relato de mi vida -que escribió con cincuenta y cinco ( murió a los ochenta)-: En casa de mi madre, en presencia de mis hermanos y amigos, leía a veces fragmentos del manuscrito. Era este un entretenimiento familiar como otro cualquiera y, si no recuerdo mal, la opinión general era que mi extensa y obstinada empresa constituía un esparcimiento privado, con pocas posibilidades de éxito en el mundo, y, en el mejor de los casos, un prolongado ejercicio de virtuosismo artístico. No sabría yo decir si mi opinión era distinta. No creo que su opinión (ni su intención) fuera esa. La terminó al cabo de dos años y medio y envió la única copia del manuscrito, asegurada, a su editor que tras serias dudas, debidas a su longitud, acabó publicándola en 1901. El éxito no fue inmediato, pero una vez que triunfó, no paró de hacerlo a pesar del precio y el grosor. Y ciento y pico años después, no me cabe duda de que no dejará de hacerlo…, si se siguen leyendo los clásicos, algo más que deseable por diversos motivos que no vienen al caso, pero son fáciles de imaginar. Se había ido curtiendo en distintos relatos cortos, algunos, como La caída y El pequeño señor Friedemann, más renombrados, pero el salto es de gigante y, desde esta gran novela, sus temas, la forma de engarzar su particular visión de la realidad, sus obsesiones, su dual y maniquea concepción de la existencia, su fina ironía no hacen sino perfeccionarse.

La novela narra la decadencia de una familia y, como siempre, Mann parte de personajes y hechos reales con los que fabula. La ciudad, si bien no es mencionada, es Lübeck, su lugar de nacimiento, sus vecinos lo tuvieron claro y, en principio, no les hizo ninguna gracia, aunque con el tiempo, la fama y el Nobel, acabaron nombrándolo «hijo predilecto». El paraíso que gustan de visitar y donde se alejan de lo cotidiano es Travemünde y este sí que es llamado por su nombre. Trata sobre un linaje de comerciantes que se ve abocado a la extinción, como ocurrió con el suyo, cuyo cabeza, el padre de Mann, a la vista de las circunstancias -el poco afecto e interés que él y su hermano mayor, el también gran escritor Heinrich Mann, tenían al oficio de comerciante- decidió liquidar el negocio a su muerte. Que parta de personas reales no les concede una unicidad real, sino que el autor toma rasgos auténticos y los diversifica, pudiendo encontrar trazos de él mismo tanto en el padre, como en los hijos, hija y nieto, así como ocurre con otros personajes. A cada uno de ellos les adjudica una característica peculiar un tanto irónica que se convierte en un leit motiv, muchas veces jocoso, siempre punzante, como la manía de abrir mucho las vocales de la institutriz Sesemi, el atildado bigote de Thomas, la imprecisa mirada de Cristian, etc.

Comienza en 1835 -momento culmen de su posición económica- con la inauguración del nuevo y fastuoso hogar. Los que serán sus pricipales protagonistas -sus extertores- son niños. Llega hasta 1876, con el bisnieto del cónsul Johan Buddenbrook, Hanno, personaje que hereda muchas de las sensaciones y vivencias de la infancia y adolescencia de Mann. Johan Buddenbrook tenía una máxima: Hijo mío, atiende con placer tus negocios durante el día, pero emprende sólo los que te permitan dormir tranquilo durante la noche y unos modos de enfocar su negocio que, a medida que pasa el tiempo, van cambiando muy substanciamente. A lo largo de 11 partes divididas, a su vez, en diferentes números de capítulos, Mann nos va presentando a los muchos personajes que componen esta familia, así como su entorno, enfrentando las opciones vitales de los hermanos tanto con respeto a sus elecciones, como frente a las nuevas concepciones que van conformando el paso de una sociedad burguesa, tradicional y escrupulosa a otra eminentemente práctica, donde se perfilan ya los trazos de un capitalismo presuntamente democrático (Mann renegó de la democracia hasta después de la Gran Guerra) y, con ello, la desaparición de una forma de abordar las relaciones sociales y económicas desde unos estándares que quedarán obsoletos. La enfermedad como una huida de la realidad en la que cae quien vive enfrentado consigo mismo. La abnegada asunción de la mujer de unos roles caducos, frente a la que toma, hasta cierto punto, las riendas de su vida. El enfrentamiento Norte-Sur (Lübeck-Munich), protestantimo-catolicismo, deber-libertinaje, poder-arte, apolíneo-dionisíaco… El conflicto interior entre opciones contrapuestas desgarra a quienes lo padecen. La pulsión homosexual, tan propia de Mann, asociada a una profunda sensibilidad que separa al individuo de la auténtica vida, frente a la aceptación de lo aceptado. En resumen un magnífico compendio de las obsesiones vitales y artísticas de este prolífico y gran escritor a través de la historia de una longeva y acaudalada familia que no puede evitar su degeneración. Como pasó con la suya.

La riqueza de esta obra temprana, tanto a nivel literario, como filosófico (un desgarrado Thomas es trasunto de la iluminación que supuso para el propio autor el desubrimiento de Schopenhauer), histórico, sociológico (también personal) abre un amplio abanico de reflexiones, con una visión aparentemente lejana, revestida de una caústica y cómica objetividad que va perdiendo el humor a medida que se acerca a su fin, pero no la mordacidad.

Magnífica.

La señorita de Ivo Andric

Ivo Andric fue un escritor nacido en 1892, testigo y sufridor de dos guerras mundiales, yugoslavo en espíritu, hijo de padres croatas y católicos, criado, por la muerte prematura de su padre y la imposibilidad de su madre para educarlo y mantenerlo, en Bosnia, en Visegrad -allí, a orillas del Drina, donde el puente de los once ojos- , que estudió en Sarajevo, en Zagreb, en Viena, que en su juventud pasó, tras el asesinato del archiduque y futuro heredero de la corona austrohúgara Francisco Fernando, por la cárcel -era joven, poeta, díscolo (lo justo) y antiimperio austrohúngaro-, diplomático hasta la Segunda Guerra Mundial, etc.

En 1943, tras esparcidas publicaciones de poemas y relatos, enclaustrado en un apartamento en Belgrado, escribió Andric La señorita y, como el caudal de historias que sus recuerdos e imaginación contenían era profuso, ancestral, vívido -podría seguir adjetivando-, escribió también la estupenda Crónica de Travnik y el maravilloso Puente sobre el Drina.

La señorita. Cuando un escritor me gusta mucho, intento leerlo por orden cronológico. No ha sido este el caso. Tras el fabuloso y fabulado Un puente sobre el Drina, leí cuanto cayó en mis manos del nobelado -de Nobel- autor y este, uno de sus primeros títulos, ha sido el último de muchos, acercándome a él en absoluta ignorancia de su contenido. No tenía ni idea de que iba y la experiencia ha sido sorpresiva e intensa. La recomiendo e intentaré no desvelar gran cosa de su trama.

Puedo decir que comienza con la noticia de una muerte y el cielo de Belgrado, ciudad de la que nos pintará un marco preciso, el del periodo de entreguerras, si bien su amada Sarajevo también estará muy presente. La señorita, antes de morir, recuerda, por boca del autor, omnisciente, su vida a partir de los consejos y deseos de su padre en el lecho de muerte, consejos y deseos que interpreta -es muy joven- de manera extrema, desaforada, implacable. Ya está. La capacidad de Ándric para hacer de una trama la mar de sencilla un relato intenso y conspicuo, recorrido de una sobria y dramática ironía, con una empatía sorprendente frente a una característica de La señorita difícil de entender, es de una potencia emocionante que provoca a un tiempo piedad y condena. El marco en el que se desarrolla la vida de esta mujer es recreado con riqueza y precisión tanto en el tiempo como en el espacio.

Léanla. Léanlo. Cualquiera de sus títulos. Es magnífico y actual, muy actual. Por él, el tiempo pasa para reforzarlo y actualizarlo.

Y por cierto, bien merecido tienen los traductores aparecer en portada porque, desconociendo yo el idioma de partida, el resultado de esta edición castellana es excelente. !962, Mariano Orta Manzano, revisado en 2003 por Luisa Fernanda Garrido Ramos y Tihomir Pistelek.

Los Effinger de Gabriele Tergit

Los Effinger es una saga familiar que comienza en 1878 y termina en mayo de 1948. Su protagonista es la familia Effinger, pero también la familia Goldschmidt, prósperos y cosmopolitas banqueros berlineses y judíos, con la que se unen en matrimonio dos de los hijos Effinger, artesanos también judíos, solo que menos refinados, más rústicos, que con honestidad y trabajo devienen prósperos industriales.

Gabriele Tergit es el seudónimo de Elise Hirschmann -Tergit, alteración de gitter, reja o red de alambre en alemán- y tuvo otros. Su padre, judío, fue el principal socio fundador de una importante empresa confiscada por los nazis en 1933 y que, recientemente, en 2009, tras largos litigios por parte de los descendientes, han visto reconocidos sus derechos sobre lo usurpado. Nació en Berlín en 1894, como una de las protagonistas de esta saga familiar, Lotte, que, sin duda, es su alter ego y, como tantas mujeres que a consecuencia de la Gran Guerra resultaron necesarias, trabajó, estudió y llegó a ser reportera, ganándose el odio de los nazis y, sin duda, de Hitler pues cubrió el juicio que, por un delito de prensa, hubo contra él, de quien escribió : Dio un discurso ante una gran asamblea que no estaba presente, llamó a un pueblo que no estaba presente. Jadeó, echó la cabeza hacia atrás y habló sin parar. No estaba claro si Hitler se estaba haciendo el histérico o era él. Así que en 1933 tuvo que escapar, prácticamente con lo puesto, y desde entonces fue de un sitio a otro hasta acabar en Londres, donde permaneció hasta su muerte en 1982. Durante estos viajes escribió Los Effinger que publicó en 1951 y pasó desapercibida. Nadie quería urgar en la herida. Ha sido en 2019 cuando en Alemania han descubierto esta más que significativa obra a la que empiezan a considerar como un clásico y no faltan motivos.

Los Effinger es una novela larga y ágil. La voz de la autora no se oye, son sus distintos protagonistas quienes hablan y son los hechos, las transformaciones sociales, económicas y. finalmente, políticas las que condicionan a esta familia burguesa de distintas procedencias, en la que caben lo convencional y lo estrafalario, la religión, el socialismo emergente, la difícil situación de la mujer -sobre la que tanto escribió Tergit en su obra periodística-, la industria y la banca, los medios de comunicación, etc. El dinero y la buena sociedad son omnipresentes como opresivos condicionantes, aunque será el curso de los acontecimientos que desembocan en la Seguna guerra mundial lo que acabe sentenciando su destino. Setenta años de esfuerzos, encuentros y desencuentros, cambios de estatus e ideológicos que se reflejan en sus distintos actores. Inevitable pensar en Los Buddenbrooks y no cabe duda de que lo tiene presente (Mann es citado en un par de ocasiones), pero tampoco cabe duda de que su estilo literario es otro. Capítulos, en general cortos, con disquisiciones, pero sin esa mirada lejana e irónica, con un estilo más próximo al reportaje que fue en lo que se formó y un ámbito más amplio y menos incisivo, también en un entorno acomodado, burgués, decadente y, dadas las circunstancias, más desgarrador, en el que el papel de la mujer se situa, claro, en un momento diferente, más combativo y más explícito. … Y entonces os presentan en sociedad como adornos de la existencia. Y vuestra vida intelectual se queda a ese nivel que caracteriza los suplementos femeninos de nuestros periódicos (…) Aquí empieza la obligación contra el propio yo, contra la propia evolución como ser humano.

Léanla, es magnífica. Y, si no lo han hecho ya, lean Los Buddenbrooks, donde yo estoy recayendo por tercera vez y nunca decepciona.

Lo poco que sé de Glafcos Zrasakis de Vasilis Vasilicós

Vasilis Vasilicós es un escritor político y es, también, un escritor pudoroso que disfruta de un irónico y perverso sentido del humor y de un poético y cabreado sentimiento del exilio. Nacido en 1934, se ve obligado a huir al extranjero cuando el golpe de los coroneles (1967-1974), a la edad de 33 años, como Jesucristo cuando murió, como Glaskov que temía cumplir los 33. Porque Glaskov, reconocido alter ego de Vasilicós, es el seudónimo de Lázaro Lazaridis con quien se identifica el presunto narrador de una investigación sobre la vida, destierro y desaparición -¿lo devoraron unos caníbales?- de Glaskov. Y mientras Vasilicós, pluma que pergeña la narración de este diario que sigue el autor de la investigación, se identifica con Glaskov, el presunto narrador e investigador también se identifica con él, su objeto de estudio -Glaskov-, a quien sigue los pasos y de quien quiere y no quiere desprenderse. Muñecos rusos dentro de muñecos rusos. En este caso, griegos todos y desgarrados por el destierro y el silencio de su obra. … la identificación con una tercera persona no es más que el grado de nuestra autodestrucción.

Lo poco que sé de Glafkos Zrasakis consta de tres partes escritas y publicadas por separado, posteriormente reunidas y, en palabras del autor -el primero, el genuino-, en constante reelaboración que, de seguir reeditándose, nunca pararía. La primera, Novela, siguiéndole la pista al difunto, recoge fragmentos de sus textos poéticos, narrativos, políticos en un juego de espejos en el que el narrador ficticio lucha contra su mimetismo psicológico en el que arrastra a su mujer y a la de Zrasakis, Glafka. El tiempo, el arte, la inspiración, la memoria, la política, la prensa… Rastrea su infancia y adolescencia -ubicadas en Salónica, la tierra de Vasilicós-, su paso por el ejército, su deambular por distintos países entre los que Estados Unidos, cómo no, juega un papel clave, pero también Alemania, cuyo idioma, al no entenderlo, le facilita la concentración. Vida, literatura, política y presuntos textos componen este rompecabezas sarcástico, nostálgico, rebelde, cabreado. La segunda parte nace de la necesidad de Vasilicós de hablar del retorno a su patria tras el fin de los coroneles -o sea, del cólera que infecta la patria de Zrasakis-, se intitula El regreso, y recoge su idilio con su editor americano cuyo ideario político, opuesto al de Glafcos, le va coartando hasta acabar en un subrepticio boicot. Lirismo, política e ironía dentro del mismo esquema inquisitivo y fragmentario. … su arte, la escritura, no deleita a nadie; es solo «una maldita ocupación del cerebro», según la definición de Ezra Pound. Por eso decide hacerse panadero. Los mismos elementos, distinto momento personal, otro momento de la historia. Desarraigo, nostalgia de lo no vivido, silencio. Por último Berliner ensemble, de exilios, retales, amor, obra perdida y un final de delirio.

Experimental, atrevido, inusual. Un libro diferente, inteligente, por momentos divertido, agudo. Vale la pena si no buscas una narración lineal y convencional. La imperfección de la cámara causa una abreviación del espacio, igual que ahora la imperfección de la memoria causa una abreviación del tiempo, y eliminando los espacios vacíos las cosas se pegan y se unen unas a otras.

Escuela de escritura de Mercedes Abad

Aunque Mercedes Abad cuenta en su haber con un par de novelas, Sangre del año 2000 (esto suena apocalíptico) y El vecino de arriba de 2007, retomó el relato corto en sus dos obras posteriores, las estupendas y juguetonas Media docena de robos y un par de mentiras y La niña gorda. A continuación una petite nouvelle -valga la redundancia- exquisitamente ilustrada por su iluminador de cabecera y ahora, de nuevo, otra no tan petite nouvelle editada por Tusquets. Diríase que con su tono, aparentemente ligero, vaya alternando bromas y veras en sus textos. A Abad le gusta scherzare, dejando un poso de realidades que tal vez no sean tanto. O sí. Como informa su breve biografía de portada, ella da clases en la prestigiosa Escuela de escritura del Ateneu de Barcelona y de esta experiencia se vale para replantear -ya lo hace en Media docena de robos… y La niña gorda– las fuentes de quienes escriben, la legitimidad de beber de las fuentes ajenas, los deseos de figurar frente a los lectores o, a veces, frente a quienes esperan de ti algo relevante o, también de quienes no esperan nada. Para ello, además de la voz narradora del profesor o profesora de escritura -el sexo nunca nos es revelado, las relaciones emocionales no distinguen entre uno y otro- despliega una serie de personalidades que se acercan a los talleres de escritura movidas por variados motivos, que van desde quien pretende dar clases cuando va a recibirlas, quien siente pasión por la literatura, quien se quiere reafirmar frente a su entorno próximo, etc. Lo hace con agilidad y desparpajo, pero también valentía. Es difícil hablar sin desvelar la trama y no desvelarla, para mí como lectora, juega siempre a favor de quien lee pues le permite descubrir, con su propia mirada, los vericuetos del relato.

No es Mercedes Abad amiga del relato prolijo en el sentido de «largo y dilatado», aunque sí en el de «cuidadoso y esmerado». A su obra no le sobra nada, tampoco le falta: no siempre hay que explayarse. Resulta redondo, original. No urga en las profundidades del alma, pero las sobrevuela, interroga, como quien no quiere la cosa, sobre las motivaciones propias, a través de una galeria de personajes que puedes conocer en cualquier parte, diversos, medianamente formados, con aspiraciones, a veces secretas, otras ostentosas (cómo me gustaría poner «ostentorias) o, incluso desconocidas.

Léanla y descubran por Vds. mismos. Vale la pena.

Los siete locos. Los lanzallamas. De Roberto Arlt.

 

No se llevaban ni un año Arlt y Borges. A Borges se le sitúa en el grupo de escritores argentinos de Florida,  Arlt era del de Boedo, los de origen más humilde, los de izquierda, mayoritariamente socialistas. Él, en una entrevista, los define por su interés … por el sufrimiento humano, su desprecio por el arte de quincalla, la honradez con que han realizado lo que estaba al alcance de su mano… En su proverbial modestia, comparable a la de su coetáneo, se postula como el mejor escritor vivo y considera su obra en función de sí mismo, con un alto grado de cinismo -aledaño, sino concomitante, con el escepticismo-: Como uno no puede hacer de su vida un laboratorio de ensayos por la falta de tiempo, dinero y cultura, desdoblo de mis deseos personajes imaginarios que trato de novelar.

      Tras El juguete rabioso, de base claramente autobiográfica, Arlt, ya trabajador de un periódico, publica Los siete locos, novela a la que pone punto final, no sin anunciar desde las propias páginas de la obra, que la historia continúa, como así hace en Los lanzallamas. Todos los demonios de Arlt se despliegan en ambas narraciones, también muchos de sus oficios pues, tras una infancia conflictiva marcada por un padre maltratador -reflejada en el atormentado personaje central, Erdosain-, abandonó pronto el hogar y fue pintor de brocha gorda, hojalatero, peón, redactor, inventor…, solo que en vez de intentar inventar una rosa metalizada como su protagonista, él patentó una medias reforzadas con caucho. Una auténtica carcajada arltiana. Los siete locos termina de escribirse en 1929. Los lanzallamas en 1931. Entremedias, un golpe de Estado en Argentina, algo que se respira como inminente, fatalmente necesario, a lo largo de la primera novela.

     No tuvo Arlt una educación al uso, más bien se formó a sí mismo, de manera deslabazada, pero constante, y así es su obra, y de ahí proviene el desprecio que destila hacia aquellos que le recriminan su particular uso de la gramática, su lenguaje, propio e intransferible que no duda en inventar una palabra cuando la necesita -eso sí, el significado se deduce al leerla-. Su visión valleinclanesca, su desgarro dostoievskiano, la constante angustia existencial que acompaña a Erdosain, claro trasunto del autor, y a otros de los locos que transitan por sus líneas, su afán enumerativa propio de Huymans -aunque en las antípodas-, todo ello y más, hacen sin duda de la obra de Roberto Arlt, una obra singular, profusa, irregular a veces, por momentos, genial. Si a esto añadimos su gusto por las personas que pueblan lo que damos en llamar los “bajos fondos”, tenemos el marco en el que se desarrollan ambas novelas que muy bien podrían ser una sola.

      ¿Quiénes van a hacer la revolución social, sino los estafadores, los desdichados, los asesinos, los fraudulentos, toda la canalla que sufre abajo sin esperanza alguna? ¿O te crees que la revolución la van a hacer los cagatintas y los tenderos? Con este pretexto, cambiar el mundo a través de una revolución, transcurren Los siete locos y Los lanzallamas, hacer la revolución por una vida de humillación, por cubrir un robo, por un matrimonio desgraciado, por un invento absurdo; o por autoafirmarse como ser humano; o por curiosidad …Me sube la curiosidad del asesinato, curiosidad que debe ser mi última tristeza, la tristeza de la curiosidad. O por venganza o… porque un cambio radical es necesario. Una galería de personajes extremos, una organización que se financiará con un robo y prostíbulos, muchos prostíbulos -proporcionados por El rufián melancólico-. Cambiar el mundo diseñando un nuevo dios tan mentiroso como los demás, un nuevo lider, una nueva fe. Aquel que encuentre la mentira que necesita el corazón de la multitud, será el Rey del Mundo. El Erdosaín inventor, pergeñará una forma de gasear a la escoria humana -nada extraño: recién la Gran Guerra demostró que era factible-. Una trama que apunta un cambio cambio radical y violento.

     Mención aparte merece el tratamiento de las mujeres, siendo la esposa del protagonista el reflejo de la atormentada relación del autor con su mujer. Aparecen como figuras prosaicas, atentas únicamente a la manutención, la economía, pendientes y dependientes de la figura masculina que ha de facilitarles el futuro. No obstante Hipólita, en su demencial trayectoria -no menos demencial que la del resto-, busca por sí misma, pero, o además -el conector es discutible- se salva, si salvación hubiere, junto al eunuco.  Todo, todos y todas en esta obra -que son dos- es extenso, es prolijo, abrumador casi -en contenido, en significados, en resonancias-. No vale para todo tipo de lector o de lectora. Puede resultar irritante, onerosa o genial, desmesurada. Esperpento, profundo drama tragicómico, panoplia de personajes patológicamente enfermos cuyo pasado conforma su papel, definidos y presentados en irónicas o falsarias perífrasis disparatadamente plausibles –El hombre que vio a la partera, El buscador de oro, Hipólita la Coja-.  Una atisbo de lo que puede ser leer Los siete locos y Los lanzallamas se intuye en la frase de Erdosain que perfectamente puede encajarle a Roberto Arlt: … de mi honradez criminal depende todo.

      En cuanto a la edición -crítica-, bien podría decirse que es absolutamente exhaustiva. Incluso en exceso pues, en su afán de fidelidad al estilo de autor, por un lado perpetúa incluso lo que son claras erratas, por otro, durante gran parte de las dos novelas -en algún momento se cansaron-, insiste en indicar en la parte inferior que Vd. corresponde a usted. Sin embargo la cantidad de información, de artículos es muy abundante y los, creo recordar que son tres, textos de Arlt justifican su elección -bueno, justificaron: está agotada-.

Frankenstein en Bagdad de Ahmed Saawadi

Ahmed Saadawi es un novelista y poeta iraquí nacido en 1973 que permanece en Bagdad y allí escribe. Esto de por sí ya supone un mérito importante en una ciudad cuyos habitantes son víctimas palmarias de intereses espurios que no vamos a considerar ahora. Esta novela fue publicada en 2013 y ha sido estupendamente traducida este año para Libros del Asteroide en una impecable edición -indudablemente corregida, algo que parece que está pasado de moda-. La componen 19 capítulos, divido cada uno de ellos en 5 partes. Fragmentos mayores o menores, como fragmentos son los que componen a Frankenstein. Los cinco primeros nos presentan a los protagonistas, La loca, El mentiroso, el Alma errante, El periodista y El cadáver y al tiempo va naciendo la trama, la descabellada y simbólica trama que Saadawi no cierra, como no se cierran los conflictos en Iraq y aledaños.

Una heterodoxa alegoría en la que la violencia del contexto no supone la bonanza de nadie. La metáfora se cuela en cada página, se transforma, evoluciona, cambia o regresa y no solo se forma entorno a la criatura de Mary Shelley. Frankenstein como una creación capaz de ejercer la justicia. Alguien que tuvo un nombre y que, al evolucionar, se convierte en aquello que cada cual quiere ver. Daniel, el como se llame, el que no tiene nombre, el sinnombre. Poeta, salvador, líder. santón… creado para resarcir a las víctimas, el juez en la sombra. O una bestia terrorífica programada por el imperio estadounidense. O el hijo perdido de una anciana devota de San Jorge. O el homenaje al amigo desmembrado y muerto. O nuestra propia sombra. La oscuridad interior es la más negra oscuridad. Todos somos ese malvado monstruo que nos amenaza. La guerra dentro de la guerra, dentro de la guerra y así ad infinitum. Es una novela rica, profusa, amargamente divertida, necesariamente abierta y antidoctrinal, excéptica, brutal o lírica por momentos, rabiosamente actual y, no obstante, atemporal, con una amplia panoplia de personajes más o menos inocentes o más o menos culpables. Porque en un escenario con tantos figurantes involuntarios, pero necesarios, en el que lo que reina es el caos, No hay inocentes ni asesinos puros.

Una magnífica lectura de una realidad que más que satírica está deviniendo sádica.

Memoria para el olvido de Mahmud Darwish

 

Mahmud Darwish (1941-2008) es el gran poeta palestino y lo es, no solo por su inevitable apoyo a una causa que no termina, sino por su empeño en la poesía, por su perseverancia en la evolución de un mundo propio e innovador aparentemente incompatible con una vida de destierro y conflicto. Exiliado a los cinco años de su aldea natal, desaparecida del mapa por obra y gracia del ejército israelí en 1948, tras distintas moradas provisionales que incluyeron estancias legales e ilegales en su tierra, vivió diez años en Beirut, hasta que el gobierno libanés, a instancias de Israel -instancias que supusieron coches bombas, bombardeos regulares durante siete días por mar, por aire, etc.- los expulsó de su territorio en 1982 y no de vuelta a la Tierra Prometida -como tal ve Palestina Darwish en su obra-. Es en este contexto donde se sitúa Memoria para el olvido, mezcla de memoria, reflexión y poesía necesaria.

     Memoria para el olvido. Tiempo: Beirut. Lugar: un día de agosto de 1982. Y no me he equivocado. Como tal viene indicado en la primera página. Comienza en el entresueño del despertar a un día más de hostigamiento y finaliza con la duermevela del final de la jornada y el mar. La palabra “mar”, en árabe, significa tanto el “mar” como “metro” poético. El autor se sitúa en un territorio sitiado y bombardeado, pero para él, para ellos, Líbano, Beirut, comenzó mucho antes, con partidas, con regresos, y ha llegado el momento de marchar, mas ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿dónde? La narración como necesidad en un momento impropio para la literatura que … se adorna con su halo de santidad y se apropia de la dicha de los sueños. El deseo de silencio -proyectiles, bombas de vacío, misiles…- para emerger a la vida frente al azul de cielo y mar y no frente al gris del plomo. El mar yace repleto de disparos errados. El mar altera su naturaleza, se metaliza. La búsqueda de un lugar que puede provenir del café, con el café un cigarro y el periódico. El café es geografía. […] El café no debe beberse con prisas. El café es hermano del tiempo. El agua -no el mar-. Sin agua no hay café, no hay nada, ni vida. Qué alegría cuando Israel devuelve el agua -aunque no para todos-. Y después salir, porque es mejor salir. No quiero morir bajo los escombros. Quiero morir en plena calle. La libertad narrativa del Poeta que fue, que era, atempera el cerco real de Mahmud Darwish. Acompañan sus pasos compañeros de lucha, historias míticas y trágicas, la realidad política y la decepción, la parálisis dolorosa, el movimiento cautivo e imponderable, el amor y el desamor -… el amor no es un derecho-. La libertad formal le permite narrar, teatralizar, versificar, reflexionar, parafrasear, citar -y no brevemente-, autocitarse, todo con un aliento lírico brillante y conmovedor -no confundir con lacrimógeno-. Se irán, sí, se fueron, no paran de irse.

 -Nos llevaremos el aroma del café, el polvo que cubre la albahaca, la obsesión de la tinta.     -No quería herirte.                                                                                                                 -Nos llevaremos los recuerdos más leves, los títulos de una epopeya, los principios de las plegarias…                                                                                                                             -No quería herirte.

    Una obra magnífica. Su poesía es un placer hermoso, triste, turbador, rabioso, lúcido… Este breve diario de un día de guerra, también.