
No se llevaban ni un año Arlt y Borges. A Borges se le sitúa en el grupo de escritores argentinos de Florida, Arlt era del de Boedo, los de origen más humilde, los de izquierda, mayoritariamente socialistas. Él, en una entrevista, los define por su interés … por el sufrimiento humano, su desprecio por el arte de quincalla, la honradez con que han realizado lo que estaba al alcance de su mano… En su proverbial modestia, comparable a la de su coetáneo, se postula como el mejor escritor vivo y considera su obra en función de sí mismo, con un alto grado de cinismo -aledaño, sino concomitante, con el escepticismo-: Como uno no puede hacer de su vida un laboratorio de ensayos por la falta de tiempo, dinero y cultura, desdoblo de mis deseos personajes imaginarios que trato de novelar.
Tras El juguete rabioso, de base claramente autobiográfica, Arlt, ya trabajador de un periódico, publica Los siete locos, novela a la que pone punto final, no sin anunciar desde las propias páginas de la obra, que la historia continúa, como así hace en Los lanzallamas. Todos los demonios de Arlt se despliegan en ambas narraciones, también muchos de sus oficios pues, tras una infancia conflictiva marcada por un padre maltratador -reflejada en el atormentado personaje central, Erdosain-, abandonó pronto el hogar y fue pintor de brocha gorda, hojalatero, peón, redactor, inventor…, solo que en vez de intentar inventar una rosa metalizada como su protagonista, él patentó una medias reforzadas con caucho. Una auténtica carcajada arltiana. Los siete locos termina de escribirse en 1929. Los lanzallamas en 1931. Entremedias, un golpe de Estado en Argentina, algo que se respira como inminente, fatalmente necesario, a lo largo de la primera novela.
No tuvo Arlt una educación al uso, más bien se formó a sí mismo, de manera deslabazada, pero constante, y así es su obra, y de ahí proviene el desprecio que destila hacia aquellos que le recriminan su particular uso de la gramática, su lenguaje, propio e intransferible que no duda en inventar una palabra cuando la necesita -eso sí, el significado se deduce al leerla-. Su visión valleinclanesca, su desgarro dostoievskiano, la constante angustia existencial que acompaña a Erdosain, claro trasunto del autor, y a otros de los locos que transitan por sus líneas, su afán enumerativa propio de Huymans -aunque en las antípodas-, todo ello y más, hacen sin duda de la obra de Roberto Arlt, una obra singular, profusa, irregular a veces, por momentos, genial. Si a esto añadimos su gusto por las personas que pueblan lo que damos en llamar los “bajos fondos”, tenemos el marco en el que se desarrollan ambas novelas que muy bien podrían ser una sola.
¿Quiénes van a hacer la revolución social, sino los estafadores, los desdichados, los asesinos, los fraudulentos, toda la canalla que sufre abajo sin esperanza alguna? ¿O te crees que la revolución la van a hacer los cagatintas y los tenderos? Con este pretexto, cambiar el mundo a través de una revolución, transcurren Los siete locos y Los lanzallamas, hacer la revolución por una vida de humillación, por cubrir un robo, por un matrimonio desgraciado, por un invento absurdo; o por autoafirmarse como ser humano; o por curiosidad …Me sube la curiosidad del asesinato, curiosidad que debe ser mi última tristeza, la tristeza de la curiosidad. O por venganza o… porque un cambio radical es necesario. Una galería de personajes extremos, una organización que se financiará con un robo y prostíbulos, muchos prostíbulos -proporcionados por El rufián melancólico-. Cambiar el mundo diseñando un nuevo dios tan mentiroso como los demás, un nuevo lider, una nueva fe. Aquel que encuentre la mentira que necesita el corazón de la multitud, será el Rey del Mundo. El Erdosaín inventor, pergeñará una forma de gasear a la escoria humana -nada extraño: recién la Gran Guerra demostró que era factible-. Una trama que apunta un cambio cambio radical y violento.
Mención aparte merece el tratamiento de las mujeres, siendo la esposa del protagonista el reflejo de la atormentada relación del autor con su mujer. Aparecen como figuras prosaicas, atentas únicamente a la manutención, la economía, pendientes y dependientes de la figura masculina que ha de facilitarles el futuro. No obstante Hipólita, en su demencial trayectoria -no menos demencial que la del resto-, busca por sí misma, pero, o además -el conector es discutible- se salva, si salvación hubiere, junto al eunuco. Todo, todos y todas en esta obra -que son dos- es extenso, es prolijo, abrumador casi -en contenido, en significados, en resonancias-. No vale para todo tipo de lector o de lectora. Puede resultar irritante, onerosa o genial, desmesurada. Esperpento, profundo drama tragicómico, panoplia de personajes patológicamente enfermos cuyo pasado conforma su papel, definidos y presentados en irónicas o falsarias perífrasis disparatadamente plausibles –El hombre que vio a la partera, El buscador de oro, Hipólita la Coja-. Una atisbo de lo que puede ser leer Los siete locos y Los lanzallamas se intuye en la frase de Erdosain que perfectamente puede encajarle a Roberto Arlt: … de mi honradez criminal depende todo.
En cuanto a la edición -crítica-, bien podría decirse que es absolutamente exhaustiva. Incluso en exceso pues, en su afán de fidelidad al estilo de autor, por un lado perpetúa incluso lo que son claras erratas, por otro, durante gran parte de las dos novelas -en algún momento se cansaron-, insiste en indicar en la parte inferior que Vd. corresponde a usted. Sin embargo la cantidad de información, de artículos es muy abundante y los, creo recordar que son tres, textos de Arlt justifican su elección -bueno, justificaron: está agotada-.
