Las novelas de Lobo Antunes han de leerse de un tirón. No hay otra. Él escribe despacio, un año, a veces dos para una obra, pero tú, el lector, has de leerla en pocos días, con pocos intervalos. Si te atrapa, si caes en sus hilos, intrincados, pero claros; finos, pero profundos; largos, porque se unen unos a otros y forman una red firme; sutiles y sólidos; poéticos, mas prosaicos; elevados y cotidianos; melancólicos a veces, otras cómicos o tristes o nostálgicos… Si te atrapan sus extensos hilos, no admiten olvidos, ni abandonos. Si lo dejas, tendrás que empezar de nuevo desde el principio, lo cual es muy posible que hagas de todas formas, pues es un placer leer a Lobo Antunes y en la segunda vuelta lo saboreas mejor. Un escritor con color, con armonía, con muchas melodías, bachiano, de una novela que no cesa, que se continúa persistentemente o, sencillamente, que ensancha su cauce y aumenta su caudal. Es como si su ser fuera devenir de gran literatura. El autor, como una lupa, va acercándose aquí y allá, sin un lógica consensuada, enfocando espacios, tiempos, sensaciones…, para constituir finalmente una novela exclusivamente de Lobo Antunes. Un gozo.
Si con Memoria de elefante se estrena públicamente y expone una experiencia extremadamente personal -todas lo son, pero no tanto-, en Tratado de las pasiones del alma el autor se difumina. Un dúo protagonista, el Juez de instrucción, cuyo nombre no sabremos hasta los últimos capítulos, y el Hombre, que se llama Antunes, parecen formar las dos caras de una misma moneda. El escepticismo del juez frente a su trabajo, su necesidad de aceptar las circunstancias, tienen mucho en común con el psiquiatra de su primera obra publicada y con el psiquiatra que Lobo Antunes fue; el Hombre, por sus orígenes familiares, su falta de apego a su propia clase, sus escarceos políticos, también tienen que ver con él. A través de sus diálogos transcurren gran parte de los hechos, ya sea retrotrayéndose al pasado, ya sea enfrentándose entre si o con los distintos personajes que actúan en esta trama compleja, política, familiar, personal… Contar el argumento es absurdo. Gira en torno a un grupo terrorista bastante chapucero -lo cual da origen a escenas casi esperpénticas y muy graciosas-. Pero también gira entorno a la infancia, a la huida hacia la felicidad perdida cuando se acercan las dificultades, a la soledad, el poder ciego. Algunos personajes merecen un capítulo aparte, como el policía abandonado por Manuela que toma durante unas páginas la voz cantante y la toma para dirigirse a aquella que lo abandonó; como el padre trastornado cuya vida transcurre tocando un violín medio deshecho; como Berta la mujer madura engañada por el banquero; como Clotilde, la ajena mujer del juez. Los cuatro personajes, desnudos, carentes de afecto y ataduras con el mundo real. Otros, los del grupo terrorista, en el tercer capítulo, dirigen la narración y toman nombre mientras los acontecimientos siguen avanzando, eso sí, al mismo tiempo que cada uno se evade a su Arcadia perdida frente al peligro, incluso los más difíciles de entender, como el Caballero -este no, de este nunca sabremos el nombre-. Y la cigüeña, como la que por miedo no se atrevió a mirar de cerca el juez en su juventud y que ahora -el ahora, el presente suele ser siempre el tiempo del relato, aunque sea anterior- busca tenazmente con Antunes, no importa que sepa que ya es demasiado tarde, quiere verla. Y un montón de personajes que conforman el pasado y que siguen vigentes en el presente (los pudientes abuelos, el guardés borracho, el tío que jugaba al dominó con la zorra…) o que forman parte del presente que también está ligado al pasado (la callista, SuperRatón, el soldado que perdió una pierna en Angola…)
Tratado de las pasiones del alma forma parte de una trilogía, la de la muerte, no obstante no fue planificado según cuenta en sus Conversaciones con Lobo Antunes, pero sí es cierto que es la proximidad de esta posibilidad lo que propicia las huidas mentales al pasado de la mayoría de los personajes y llena de meandros el presunto tratado. Si te gusta, no me cabe duda de que quedará instalado en la vida de cualquier lector o lectora como una presencia constante, con la seguridad de que cada nueva obra o cada relectura enriquecerá, aumentará, satisfará las ansias de buena literatura. De la mejor literatura.