El mago de Colm Tóibín

Colm Toibin, contemporáneo -nació en el 55 del pasado siglo-, irlandés, excelente narrador y profundo conocedor de los temas que trata, acomete en este libro la difícil tarea de novelar la vida de un gran escritor cuyas obras y diarios dejaron cumplida huella de su vida, sus pulsiones, sus deseos ocultos -o no tanto-, así como de los demás, tanto familiares como allegados. Ahora bien Thomas Mann también se encargó de eliminar testimonios contenidos en sus diarios como perspicaz y plausiblemente recrea Tóibín en su novela, con acierto y  sin histrionismo ni morbo.

La biografía arranca en la ciudad natal del biografiado, Lübeck: ya han nacido todos los hermanos Mann y, como en los Buddenbrook, hay invitados en la casa. La madre, Julia Mann, simboliza el Sur (ella nació en Brasil) y, con ello, el calor, la imaginación, las historias, la música, el arte…,  la antítesis de lo que el lugar de nacimiento de Mann representa. No es difícil -si acudes a las fuentes- rastrear en Mann los paralelismos entre su realidad y sus obras y Tóibín utiliza estas huellas novelísticas, integrándolas con naturalidad y pertinencia. Así, si Jacob, en José y sus hermanos, humillaba públicamente a sus hijos al despedirse públicamente de ellos antes de morir, los hermanos Mann se sienten humillados por la lectura pública de un testamento que los reconoce como unos inútiles para continuar con el negocio familiar. ¿Tal vez Thomas hubiera deseado ese voto de confianza por parte de su progenitor o incluso contaba con ello? Lo mismo acontece con una Katia .esposa de Mann- agotada que se recupera en un sanatorio de montaña y que, a la manera de Hans Castorp, no consiguen que regrese a sus obligaciones.

La obra se divide en dieciocho capítulos, cada uno de ellos encabezado por el lugar y el año de los hechos. La mitad de ellos, los nueve primeros, llegan hasta 1933, año fatal del incendio del Reichstag. El nazismo avanzaba a pasos de gigante, sus hijos mayores, Klaus y Erika -independientes, comprometidos y libérrimos- afrontan efectiva y radicalmente este movimiento y viven una crisis personal por el suicidio -tan presente en este entorno- de un gran amigo, y Mann, de vacaciones en Arosa -Suiza- empieza a temer volver a Alemania. Los nueve capítulos restantes llegan hasta Lúbeck, donde Thomas es nombrado hijo predilecto. Todos los personajes que acompañan al protagonista, desde su mujer hasta sus hijos, su hermano y algunas amistades, tienen entidad, no son meras comparsas: a fin de cuentas todos han escrito acerca de sus vidas y de la de Mann, a excepción de Katia quien, tras dejar constancia de que alguien de la familia debería no escribir, aceptó dictar sus memorias.

Estupenda biografía novelada para quien quiera acercarse a este autor fundamental sin grandes ansias de erudición o, sencillamente, para quien quiera leer un buen libro. Tiene soluciones luminosas para los secretos y silencios de la vida del escritor, siendo uno de ellos el hermoso final. No tiene nada que ver -bueno, algo sí- con la, esta sí, magnífica biografía de Hermann Kurzke, Thomas Mann. La vida como una obra de arte, exhaustivo e interesentísimo estudio que, entre otras muchas, sirve de fuente a Colm Tóibín.

Nora Webster de Colm Toíbín

Nora Webster

Colm Toíbín tenía 9 años cuando empezó a tartamudear y 12 cuando murió su padre. Ambos hechos son recogidos en este libro que, según sus palabras, tardó 12 años en escribir, sin embargo no corresponden exactamente ya que el tartamudeo no le sobrevino tras la muerte de su padre. Esto da una idea de que lo importante aquí no es la fidelidad de la historia, sino la percepción de un proceso de recomposición personal y femenino tan conciso como expresivo; es también un respetuoso y comprensivo homenaje a su madre y, al mismo tiempo, la aproximación a esos tres años que recoge de su adolescencia.

Nora Helmer, en Casa de muñecas, lo deja todo, hogar, marido e hijos, para encontrarse a sí misma, para aprender a ser una persona independiente y no un objeto decorativo en la casa de su esposo. Nora Webster ha de aprender a ser ella misma, no alguien a la sombra de Maurice, su marido, que muere tras dos dolorosos meses de agonía y dolor. Para ello, Toíbín adopta un tono preciso, descriptivo, dándole a la protagonista una voz parca, en ocasiones fría, en ocasiones llena de estupor, otras veces arriesgada, pero sin grandes explicaciones, una voz que nunca se regodea o invoca el pasado -aunque a veces, inevitablemente, lo interpele-, sino que se asombra del presente que va recomponiendo a medida que pasan los días, sin alharacas, sin grandes pretensiones, saliendo al paso de los acontecimientos que la abordan quiera o no. La novela recorre tres años en los que va aprendiendo a pisar fuerte y a pisar donde quiere en una pequeña ciudad en la que, desde la primera página, sabemos que todo el mundo sabe todo de todo el mundo y se aprovecha la más mínima oportunidad para meter la nariz en los asuntos del vecino o la vecina en este caso.

El silencio y la incomunicación tras una existencia bajo el aura de alguien carismático, preeminente incluso para sus propias hermanas, bajo un manto protector y a la postre paralizante. Era como si viviera dentro del agua y hubiera cejado en su lucha por nadar hacia el aire. Tras veinte años, afrontar sola lo cotidiano y sin embargo nuevo: hijos e hijas, nuevas y viejas amistades, conocidos, el antiguo empleo recuperado, el deterioro de las paredes, de los muebles… Tres años de pocas palabras para rehacer su espacio vital, su forma de relacionarse, su voluntad, sus pequeños placeres o sencillamente sus olvidados y desatendidos bálsamos y para aceptar que lo que había ocurrido podía borrarse. Tres años durante los que reaparece su antiguo yo -y con él, el recuerdo de su madre con quien tan mal se llevaba- y que culminan con un fantasma shakespeariano que le sirve a Nora para culminar su huida hacia adelante y comenzar de nuevo con los armarios limpios y la música olvidada que no había sabido echar en falta.

Una extraordinaria novela que dice más de lo que cuenta, narrando lo justo, sin escarbar en presuntas psicologías quizá poco respetuosas con una madre. No le hace falta, sólo hay que saber escuchar los espacios en blanco. Indudablemente seguiré con Colm Toíbín. Además de Nuevas maneras de matar a una madre (necesariamente Nora Webster, que necesitó años para madurar, para encontrar su forma, hubo de tener que ver con ese estupendo rastreo de las huellas familiares en diversos autores) y este hay bastantes más. Qué feliz futuro lector me espera. Anímense.

ColmToibin

Nuevas maneras de matar a tu madre de Colm Tóibín

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Colm Toíbín es un autor y crítico literario de origen irlandés y católico que tiene en la actualidad 60 años. Su último libro Nora Webster aborda la vida de una mujer que se queda viuda y se basa en su madre que perdió a su marido cuando él tenía 12 años. Otra novela anterior, El testamento de María, trata también del dolor de una madre al perder a su hijo, en este caso Jesucristo, y es con la figura de la madre ausente en la novela del siglo XIX como arranca este libro de ensayos literarios acerca de la familia y los rastros -que en algunos casos son heridas, en otros formas de matar, en otros formas de exponer o exponerse…- que la familia deja en los escritores y/o en sus obras.

      Lo introduce con un sugerente y exhaustivo ensayo sobre Jane Austen y el muy presente a lo largo de la obra Henry James -no en vano tiene una novela biográfica acerca de él, The master: retrato del novelista adulto-; en él aborda la novela decimonónica como una representación de la destrucción de la familia y el ascenso de la conciencia moderna o del espíritu individual centrándose en la figura materna, en general muerta o desaparecida, siendo sustituida en muchas ocasiones por las tías, figura que rastrea hasta Joyce: Las tías se marchan en las novelas igual que llegan, para alterar la paz y aligerar el tono. Las madres impiden el crecimiento de la protagonista. Esto lo ilustra especialmente siguiendo a Austen, pero también a James, hasta llegar a finales del XIX cuando es la figura masculina la que potencia la tensión de los personajes.

      Curiosamente cierra el libro con dos artículos acerca de la figura del padre a finales del XX, a través, básicamente, del interesantísimo James Baldwin y el, bastante menos llamativo, Barak Obama. En el medio, 2 bloques, uno centrado en Irlanda y el otro intitulado En otros lugares. Irlanda arranca con dos capítulos dedicados a Yeats; en el primero Nuevas maneras de matar a tu padre, rastrea, también con Henry James de acompañante, como de padres asaz disolutos y con ansias creativas, crecen hijos poderosos a pesar de no haber podido ir a la universidad que tampoco destrozó sus mentes y contempla como forma de venganza de estos hacia sus progenitores el permitirles publicar sus libros, los cuales dejaban bastante que desear. Este impulso lo retoma más adelante con Borges, no en cuanto a su revancha, sino en cuanto a coger el testigo de la creación ante el fracaso de su predecesor. Tras el padre de Yeats, en Willie y George, le toca el turno a su cónyuge, esposa-madre e impulso fraudulento de parte del simbolismo esotérico en su obra. A Yeats le sigue su amigo Synge con su religiosa y adinerada familia, su absorbente y celosa madre de la que se alejaba y sobre la que recaída, desarrollando su vida y obra a la contra, pero apoyándose en ella. A continuación Beckett -gran deudor del teatro de Synge a cuyas obras de teatro, que tanto escandalizaron a los irlandeses, asistía sin falta en el teatro Abbey- y de nuevo la madre, al parecer depresiva y neurótica, que freudianamente condujo al laso Samuel al psicoanalista. Si Synge y, por supuesto, Beckett se alejaron, pero también regresaron, de su otra familia, más profunda, menos evidente, menos -o quizá no- psicoanalizable, que eran la tradicional y pía Irlanda, su enfrentamiento político y el idioma, los siguientes ensayos versan sobre autores que de diferentes maneras se enfrentaron o afrontaron las dos vertientes como un conflicto. Brian Moore que acabó en Estados Unidos, Sebastian Barry en cuyo teatro se superponen el padre de la nación y el dométsico y, por último, Roddy Doyle y Hugo Hamilton que en su rebelión matan al padre a través de la lengua o la lengua a través del padre, el primero con humor, el segundo por necesidad: el conocimiento de la lengua irlandesa se asociaba a la pobreza, por lo que abandonar el idioma es posible que constituyera una forma, aunque extraña e imperceptible, de ascender. Esto me recuerda algo. ¿Será a la igualmente encapotada y verde Galicia durante 40 años?

      La segunda parte se abre con dos pesos pesados: Thomas Mann y Borges. Al primero lo acompaña la leyenda de Nuevas maneras de malcriar a los hijos, suave teniendo en cuenta que dos de ellos se suicidaron y que un lema del Mago fue Hay que acostumbrar a los hijos a la injusticia desde el primer momento. Si a cada autor lo acompañan lides varias que van desde el alcoholismo, padre, madre o ambos autoritarios, problemas de opción sexual, etc., la familia Mann es una buena panoplia de bretes que incluyen incestos, drogas, ambigüedad política, etc. Mucho se ha escrito sobre ese enorme escritor que fue Thomas Mann y a su luz o su sombra se han alumbrado o ensombrecido hijos e hijas, amigos, amigas, amigos y amigas de hijos e hijas y demás. Erika y Klaus indudablemente crecieron gracias y a pesar de él, pero siempre con esa pequeña gran figura embrujando sus acciones, sus escritos, su creatividad en fin. En cuanto a Borges, difícilmente rastreables en sus narraciones -que no en las particulares traducciones inscritas en su nombre con la bendición, sino la hechura de su madre- ambos progenitores, tendiente el padre a lo europeo, orgullosa ella de su criollismo de antigua alcurnia, posibilitaron sin duda ese particular universo borgeano y su asistenta Fanny y su recelada Maria Kodama pusieron el resto. Si a eso añadimos las digamos desafortunadas posiciones políticas de Jorge Luis, el rechazo académico argentino que entre otras cosas le achacó desviadas tendencias de la literatura inglesa y jactanciosa erudición recóndita es interesante seguir con Colin Toíbín donde estaban algunas de sus obras y en qué momentos. Tras ellos un atormentado y alcohólico Hart Crane de familia disfuncional, sexualidad culpable, embriaguez recidiva, suicidio transatlántico y gran poesía (ver El puente, por ejemplo). Tenessee Williams, su hermana, Henry James y la suya, ambas de exquisita prosa y débil salud. El teatro de Williams viene a ser el escenario de la frágil personalidad de su querida Rose y la enfermedad tan poco exponible que él mismo creía -también estuvo internado- bordear. A lo que hay que añadir el alcoholismo, tan recurrente en muchos de los autores que aquí nos ocupan. John Cheever, quien además de contar en su haber con una homosexualidad culpable, mas activa, también freudianamente achacada a sus padres, y una dipsomanía reiterativa, quería formar una familia convencional y decía aborrecer a los discípulos de Sodoma, mientras guardaba unos detallados diarios para ser leídos por la posteridad. Y por último Baldwin, gran novelista y lúcido ensayista que quiso, y literalmente lo hizo, matar al padre literario y blanco –Hemingway, Dos Passos, Faulkner…-, al tiempo que consideraba que el problema estadounidense era que los hijos se avergonzaban de los padres. Por otro lado reivindicaba a ¡oh, de nuevo! Henry James y buscaba una síntesis en sus libros entre Miles Davies y Ray Charles. Baldwin quien no quería librarse del chamán africano para confiar en el psiquiatra norteamericano, y quien lúcidamente observa que los europeos llegados a colonizar América pasaron de ser por ejemplo noruegos, a ser blancos frente al negro, pero que, al salir de su país, no le queda otra que reconocerse como norteamericano. Tanto Obama como él, muerto el progenitor, comienzan a ser ellos, como las heroínas de Austen sin sus madres. Las de la introducción de las Nuevas maneras de matar a tu madre

    Ay, la familia, qué gran tema, de fondo y de trasfondo. Muy recomendable para amantes de la literatura y sus vertientes y entresijos, que no sus cotilleos –de buscar únicamente esto último, sin duda, se aburrirán-. 

Foto Toibin