José y sus hermanos de Thomas Mann

Mann se interesa por la historia de José en 1924 cuando le requieren una introducción a una carpeta de dibujos sobre esta leyenda. Se documenta acerca del asunto y arranca Las historias de Jaacob en diciembre de 1926, intuyendo, desde el principio, que va a ser una larga narración. En junio de 1932 ha acabado los dos primeros títulos que se publicarán en el 33 y el 34. El 11 de febrero de 1933 emprende viaje a Amsterdam, Bruselas y París para dar una serie de conferencias sobre Wagner. Ya no volverá a Alemania: comienza su inesperado y largo exilio. José el egipcio, el tercer relato, se ve interrumpido y no es hasta agosto del 36 que le pone punto final. Suiza, Francia y, finalmente, Estados Unidos serán sus destinos en este destierro. Como José con su periplo desde Canaán a Egipto, él también se aleja de su tierra natal. Le siguen Carlota en Weimar y Las cabezas trocadas y es en el verano de 1940 -ya viviendo en el imperio estadounidense- que reemprende el último libro de la tetralogía, José el Proveedor, para teminarlo en1943, ya establecido desde el 41 en California.

Para contar esta historia, hay que retroceder, ¿hasta dónde? Hondo es el pozo del pasado. Así arranca el preludio de los cuatro libros, intitulado Descenso a los infiernos. Todo Mann está en esta novela río, claro que son cuatro libros y prácticamente dos mil páginas. El tiempo y la muerte. Morir es desde luego perder el tiempo, irse de él, pero a cambio significa ganar la eternidad y la omnipresencia, en fin, la vida verdadera. Mann, demiurgo de esta magnísima obra, ya sabía que tenía la eternidad ganada con La montaña mágica o Los Buddenbrook, pero aquí aun apuesta más fuerte, alejándose de la contemporaneidad, más segura y más próxima a su forma de vestir la realidad -de la que beben sus líneas- tanto en lo referente a las emociones, como a los caracteres -sin embargo, seguirá usándolos-. Una arquitectura profusa y precisa, una empresa babilónica donde lo bíblico se entrevera con religiones y mitos arcaicos o griegos, dioses obscenos, pero dioses a fin de cuentas, creados por los hombres, como Abraham creó a Dios para que Dios pudiera tener un pueblo. Un José errante, como el propio Mann, arrancado de su hogar un poco por su propia fatuidad, otro poco por la arbitrareidad de Jacob y un poco más por maldad -y hartura- de sus hermanos. Familias holgadas, si no burguesas, bien aposentadas, que viven, gracias al tono del autor, una existencia próxima a nuestro entender, la cual trascienden o no en función de su fe o de la convicción de tener una misión -misión de un pueblo errante con una tierra prometida que tanta sangre está derramando (esto no está en la obra de Mann). Personajes de carne y hueso que sienten un destino al que se entregan, como José, o al que se resisten, como Ruben que no quiere ser Esaú, Esaú que no quiere ser Cam, Cam condenado a ser Caín, Caín, el legendario primer homicida. Un eterno retorno, un círculo necesario que se cierra para continuar siempre. Personajes inventados, como los dos enanos -por supuesto dos enanos confrontados- que bien podrían proceder tanto de la Biblia, de uno mito o de aquí y ahora. El bien necesita del mal, como Dios necesita de Lucifer o de Abraham -depende del momento- para poder ser, la vida es un devenir que se repite, el tiempo no existe o siempre es el mismo, el espacio lo es todo y nosotros somos los creadores del tiempo… Es abundante y cautivador el jugo que le saca Thomas Mann a esta historia y sus preliminares que llegan desde antes del Edén con la voz firme de un narrador omnisciente que de vez en cuando se gira hacia el lector y se justifica. El Génesis como mito o como creación humana convertida, por momentos, en una novela de aventuras, impía y racional, filosófica, espiritual, paródica, sensual, crédula y tolerante o descreída y rotunda, atravesada por una profunda ironía, un ilustrado cinismo, pero también, una inquieta trascendencia. El caudal de conocimientos que atesoró Mann se entreteje y comunica, abordando cualquier situación desde cualquier punto de vista, sexual, moral, político…, trasladando sus propios demonios ya sea a José, a Putifar, a su incomprendida -por la historia, la leyenda- esposa, a Jacob, a Osiris, a Tammuz, a Dios… …Él era el espacio del universo, pero el universo no era Su espacio (de manera muy similar a como el narrador es el espacio de la historia que narra, pero la historia no es suya…).

Lo mejor: leerla. Sin duda, releerla. Despacio, lentamente, disfrutando, porque es un verdadero placer. Un festín literario. Y filosófico. Y mitológico…

Libre. El desafío de vivir en el fin de la historia de Lea Ypi

Lea Ypi, albanesa. Nace en 1979, tiene, pues, 6 años cuando muere Hoxha -el tío Enver- y 11 cuando las revueltas de su país conducen a unas primeras elecciones. Ahí comienza esta novela y la niña que ella era, ante los disturbios, corre a abrazarse a los pies de la estatua de Stalin. Uno de los grandes aciertos de esta novela es el tono, cómo recupera la que fuera su mirada infantil, acompañándola a un tiempo de una revisitación de la historia que clarifica el dónde, el cuándo, el porqué. Así, ya en el primer capítulo, puntualiza: … A finales de la década de 1940 nos separamos de Yugoslavia cuando esta rompió con Stalin. En la década de 1960, cuando Jruschov deshonró el legado de Stalin y nos acusó de «desviacionismo nacionalista de izquierdas», rompimos las relaciones diplomáticas con la Unión Soviética. A finales de la década de 1970 abandonamos nuestra alianza con China cuando esta decidió enriquecerse y traicionar la Revolución Cultural.

Con gran inteligencia narrativa y como buena especialista en marxismo -por tradición nacional y por voluntad propia-, en una obra dividida en dos partes, recoge el proceso de transformación que procede del pasado, manteniendo la intuición de una intriga por parte del lector. Todo se transforma porque contiene en sí mismo sus propias contradicciones. Hay quienes las rechazan, como la madre, quienes viven con ellas sin llegar a solucionarlas, como el padre y, además, está la abuela, a quien el libro está dedicado. Todo un proceso dialéctico desarrollado tanto a nivel personal -la niña formada bajo los postulados socialistas albaneses que descubre otra realidad silenciada por la familia a lo largo de su educación hacia el comunismo y que, en su caso, sí llega a una síntesis con la elección de su futuro en la Universidad- como a un nivel más amplio que concierne a su propio país en el que las contradicciones saltan por los aires y conducen a lo que … Los libros de historia registran como […] la guerra civil de Albania. A nosotros nos basta con mencionar el año-. 1997. Un país que primero tuvo las puertas cerradas para salir fuera, después se las cerraron para entrar fuera y más, muchas más paradojas a conocer, a reconocer.

Una obra rica, profunda, aguda, analítica y, al mismo tiempo, tierna, clarificadora y sincera, en la que Lea Ypi deja como tarea al lector un montón de interrogantes que, dada la superficialidad de los tiempos, quizás no cuenten, tan siquiera, con un previo planteamiento. Aparentemente sencilla. Muy, muy recomendable.

La señorita de Ivo Andric

Ivo Andric fue un escritor nacido en 1892, testigo y sufridor de dos guerras mundiales, yugoslavo en espíritu, hijo de padres croatas y católicos, criado, por la muerte prematura de su padre y la imposibilidad de su madre para educarlo y mantenerlo, en Bosnia, en Visegrad -allí, a orillas del Drina, donde el puente de los once ojos- , que estudió en Sarajevo, en Zagreb, en Viena, que en su juventud pasó, tras el asesinato del archiduque y futuro heredero de la corona austrohúgara Francisco Fernando, por la cárcel -era joven, poeta, díscolo (lo justo) y antiimperio austrohúngaro-, diplomático hasta la Segunda Guerra Mundial, etc.

En 1943, tras esparcidas publicaciones de poemas y relatos, enclaustrado en un apartamento en Belgrado, escribió Andric La señorita y, como el caudal de historias que sus recuerdos e imaginación contenían era profuso, ancestral, vívido -podría seguir adjetivando-, escribió también la estupenda Crónica de Travnik y el maravilloso Puente sobre el Drina.

La señorita. Cuando un escritor me gusta mucho, intento leerlo por orden cronológico. No ha sido este el caso. Tras el fabuloso y fabulado Un puente sobre el Drina, leí cuanto cayó en mis manos del nobelado -de Nobel- autor y este, uno de sus primeros títulos, ha sido el último de muchos, acercándome a él en absoluta ignorancia de su contenido. No tenía ni idea de que iba y la experiencia ha sido sorpresiva e intensa. La recomiendo e intentaré no desvelar gran cosa de su trama.

Puedo decir que comienza con la noticia de una muerte y el cielo de Belgrado, ciudad de la que nos pintará un marco preciso, el del periodo de entreguerras, si bien su amada Sarajevo también estará muy presente. La señorita, antes de morir, recuerda, por boca del autor, omnisciente, su vida a partir de los consejos y deseos de su padre en el lecho de muerte, consejos y deseos que interpreta -es muy joven- de manera extrema, desaforada, implacable. Ya está. La capacidad de Ándric para hacer de una trama la mar de sencilla un relato intenso y conspicuo, recorrido de una sobria y dramática ironía, con una empatía sorprendente frente a una característica de La señorita difícil de entender, es de una potencia emocionante que provoca a un tiempo piedad y condena. El marco en el que se desarrolla la vida de esta mujer es recreado con riqueza y precisión tanto en el tiempo como en el espacio.

Léanla. Léanlo. Cualquiera de sus títulos. Es magnífico y actual, muy actual. Por él, el tiempo pasa para reforzarlo y actualizarlo.

Y por cierto, bien merecido tienen los traductores aparecer en portada porque, desconociendo yo el idioma de partida, el resultado de esta edición castellana es excelente. !962, Mariano Orta Manzano, revisado en 2003 por Luisa Fernanda Garrido Ramos y Tihomir Pistelek.

Los Effinger de Gabriele Tergit

Los Effinger es una saga familiar que comienza en 1878 y termina en mayo de 1948. Su protagonista es la familia Effinger, pero también la familia Goldschmidt, prósperos y cosmopolitas banqueros berlineses y judíos, con la que se unen en matrimonio dos de los hijos Effinger, artesanos también judíos, solo que menos refinados, más rústicos, que con honestidad y trabajo devienen prósperos industriales.

Gabriele Tergit es el seudónimo de Elise Hirschmann -Tergit, alteración de gitter, reja o red de alambre en alemán- y tuvo otros. Su padre, judío, fue el principal socio fundador de una importante empresa confiscada por los nazis en 1933 y que, recientemente, en 2009, tras largos litigios por parte de los descendientes, han visto reconocidos sus derechos sobre lo usurpado. Nació en Berlín en 1894, como una de las protagonistas de esta saga familiar, Lotte, que, sin duda, es su alter ego y, como tantas mujeres que a consecuencia de la Gran Guerra resultaron necesarias, trabajó, estudió y llegó a ser reportera, ganándose el odio de los nazis y, sin duda, de Hitler pues cubrió el juicio que, por un delito de prensa, hubo contra él, de quien escribió : Dio un discurso ante una gran asamblea que no estaba presente, llamó a un pueblo que no estaba presente. Jadeó, echó la cabeza hacia atrás y habló sin parar. No estaba claro si Hitler se estaba haciendo el histérico o era él. Así que en 1933 tuvo que escapar, prácticamente con lo puesto, y desde entonces fue de un sitio a otro hasta acabar en Londres, donde permaneció hasta su muerte en 1982. Durante estos viajes escribió Los Effinger que publicó en 1951 y pasó desapercibida. Nadie quería urgar en la herida. Ha sido en 2019 cuando en Alemania han descubierto esta más que significativa obra a la que empiezan a considerar como un clásico y no faltan motivos.

Los Effinger es una novela larga y ágil. La voz de la autora no se oye, son sus distintos protagonistas quienes hablan y son los hechos, las transformaciones sociales, económicas y. finalmente, políticas las que condicionan a esta familia burguesa de distintas procedencias, en la que caben lo convencional y lo estrafalario, la religión, el socialismo emergente, la difícil situación de la mujer -sobre la que tanto escribió Tergit en su obra periodística-, la industria y la banca, los medios de comunicación, etc. El dinero y la buena sociedad son omnipresentes como opresivos condicionantes, aunque será el curso de los acontecimientos que desembocan en la Seguna guerra mundial lo que acabe sentenciando su destino. Setenta años de esfuerzos, encuentros y desencuentros, cambios de estatus e ideológicos que se reflejan en sus distintos actores. Inevitable pensar en Los Buddenbrooks y no cabe duda de que lo tiene presente (Mann es citado en un par de ocasiones), pero tampoco cabe duda de que su estilo literario es otro. Capítulos, en general cortos, con disquisiciones, pero sin esa mirada lejana e irónica, con un estilo más próximo al reportaje que fue en lo que se formó y un ámbito más amplio y menos incisivo, también en un entorno acomodado, burgués, decadente y, dadas las circunstancias, más desgarrador, en el que el papel de la mujer se situa, claro, en un momento diferente, más combativo y más explícito. … Y entonces os presentan en sociedad como adornos de la existencia. Y vuestra vida intelectual se queda a ese nivel que caracteriza los suplementos femeninos de nuestros periódicos (…) Aquí empieza la obligación contra el propio yo, contra la propia evolución como ser humano.

Léanla, es magnífica. Y, si no lo han hecho ya, lean Los Buddenbrooks, donde yo estoy recayendo por tercera vez y nunca decepciona.

Lo poco que sé de Glafcos Zrasakis de Vasilis Vasilicós

Vasilis Vasilicós es un escritor político y es, también, un escritor pudoroso que disfruta de un irónico y perverso sentido del humor y de un poético y cabreado sentimiento del exilio. Nacido en 1934, se ve obligado a huir al extranjero cuando el golpe de los coroneles (1967-1974), a la edad de 33 años, como Jesucristo cuando murió, como Glaskov que temía cumplir los 33. Porque Glaskov, reconocido alter ego de Vasilicós, es el seudónimo de Lázaro Lazaridis con quien se identifica el presunto narrador de una investigación sobre la vida, destierro y desaparición -¿lo devoraron unos caníbales?- de Glaskov. Y mientras Vasilicós, pluma que pergeña la narración de este diario que sigue el autor de la investigación, se identifica con Glaskov, el presunto narrador e investigador también se identifica con él, su objeto de estudio -Glaskov-, a quien sigue los pasos y de quien quiere y no quiere desprenderse. Muñecos rusos dentro de muñecos rusos. En este caso, griegos todos y desgarrados por el destierro y el silencio de su obra. … la identificación con una tercera persona no es más que el grado de nuestra autodestrucción.

Lo poco que sé de Glafkos Zrasakis consta de tres partes escritas y publicadas por separado, posteriormente reunidas y, en palabras del autor -el primero, el genuino-, en constante reelaboración que, de seguir reeditándose, nunca pararía. La primera, Novela, siguiéndole la pista al difunto, recoge fragmentos de sus textos poéticos, narrativos, políticos en un juego de espejos en el que el narrador ficticio lucha contra su mimetismo psicológico en el que arrastra a su mujer y a la de Zrasakis, Glafka. El tiempo, el arte, la inspiración, la memoria, la política, la prensa… Rastrea su infancia y adolescencia -ubicadas en Salónica, la tierra de Vasilicós-, su paso por el ejército, su deambular por distintos países entre los que Estados Unidos, cómo no, juega un papel clave, pero también Alemania, cuyo idioma, al no entenderlo, le facilita la concentración. Vida, literatura, política y presuntos textos componen este rompecabezas sarcástico, nostálgico, rebelde, cabreado. La segunda parte nace de la necesidad de Vasilicós de hablar del retorno a su patria tras el fin de los coroneles -o sea, del cólera que infecta la patria de Zrasakis-, se intitula El regreso, y recoge su idilio con su editor americano cuyo ideario político, opuesto al de Glafcos, le va coartando hasta acabar en un subrepticio boicot. Lirismo, política e ironía dentro del mismo esquema inquisitivo y fragmentario. … su arte, la escritura, no deleita a nadie; es solo «una maldita ocupación del cerebro», según la definición de Ezra Pound. Por eso decide hacerse panadero. Los mismos elementos, distinto momento personal, otro momento de la historia. Desarraigo, nostalgia de lo no vivido, silencio. Por último Berliner ensemble, de exilios, retales, amor, obra perdida y un final de delirio.

Experimental, atrevido, inusual. Un libro diferente, inteligente, por momentos divertido, agudo. Vale la pena si no buscas una narración lineal y convencional. La imperfección de la cámara causa una abreviación del espacio, igual que ahora la imperfección de la memoria causa una abreviación del tiempo, y eliminando los espacios vacíos las cosas se pegan y se unen unas a otras.

Escuela de escritura de Mercedes Abad

Aunque Mercedes Abad cuenta en su haber con un par de novelas, Sangre del año 2000 (esto suena apocalíptico) y El vecino de arriba de 2007, retomó el relato corto en sus dos obras posteriores, las estupendas y juguetonas Media docena de robos y un par de mentiras y La niña gorda. A continuación una petite nouvelle -valga la redundancia- exquisitamente ilustrada por su iluminador de cabecera y ahora, de nuevo, otra no tan petite nouvelle editada por Tusquets. Diríase que con su tono, aparentemente ligero, vaya alternando bromas y veras en sus textos. A Abad le gusta scherzare, dejando un poso de realidades que tal vez no sean tanto. O sí. Como informa su breve biografía de portada, ella da clases en la prestigiosa Escuela de escritura del Ateneu de Barcelona y de esta experiencia se vale para replantear -ya lo hace en Media docena de robos… y La niña gorda– las fuentes de quienes escriben, la legitimidad de beber de las fuentes ajenas, los deseos de figurar frente a los lectores o, a veces, frente a quienes esperan de ti algo relevante o, también de quienes no esperan nada. Para ello, además de la voz narradora del profesor o profesora de escritura -el sexo nunca nos es revelado, las relaciones emocionales no distinguen entre uno y otro- despliega una serie de personalidades que se acercan a los talleres de escritura movidas por variados motivos, que van desde quien pretende dar clases cuando va a recibirlas, quien siente pasión por la literatura, quien se quiere reafirmar frente a su entorno próximo, etc. Lo hace con agilidad y desparpajo, pero también valentía. Es difícil hablar sin desvelar la trama y no desvelarla, para mí como lectora, juega siempre a favor de quien lee pues le permite descubrir, con su propia mirada, los vericuetos del relato.

No es Mercedes Abad amiga del relato prolijo en el sentido de «largo y dilatado», aunque sí en el de «cuidadoso y esmerado». A su obra no le sobra nada, tampoco le falta: no siempre hay que explayarse. Resulta redondo, original. No urga en las profundidades del alma, pero las sobrevuela, interroga, como quien no quiere la cosa, sobre las motivaciones propias, a través de una galeria de personajes que puedes conocer en cualquier parte, diversos, medianamente formados, con aspiraciones, a veces secretas, otras ostentosas (cómo me gustaría poner «ostentorias) o, incluso desconocidas.

Léanla y descubran por Vds. mismos. Vale la pena.

Melancolía de la resistencia de László Krasznahorkai

Cuando acabas Melancolía de la resistencia, siguiendo las propias palabras del autor ante la ruptura de la antigua y fraterna alianza entre Cielo y Tierra, quedas, quedaremos … alelados, como corresponde, sin entender nada, y miraremos tiritando como la luz se aleja de nosotros.

Publicó este libro Krasznahorkai en 1989, tras dos años de manifestaciones y revueltas en una Hungría que, ese mismo año, alcanzaría el pluralismo político en octubre, con una oposición ya organizada en el gobierno y caído en mayo el muro que la separaba de Austria. El gigante ruso agonizaba y desde que escribiera Tango satánico, se habían sucedido cambios convulsos en el país. En estas circunstancias, Krasznahorkai crea una novela que muy bien podría leerse como un retablo en el que a la izquierda –Introducción. Circunstancias extraordinarias– el autor pinta el periplo de dos mujeres antagónicas en un ambiente de inminencia de algún tipo de acontecimiento trágico; en la parte derecha y final del tríptico –Deducción. Sermo super sepulcrum-, las recupera al término de la turbamulta que, como un tsunami, ha arrasado la parte central del retablo por el que, con sinuosa, fluida y ardiente prosa, nos ha arrastrado Laszlo Krasznahorkai, Debate. Las armonías de Werckmesteis-. Como en su anterior obra, las interpretaciones de personajes, hechos, frases, líneas argumentales, etc., son intrincadas, que no confusas, y el humor es cáustico, sutil, refinado -las guindas al ron que unen a las dos protagonistas-, grotesco -esa ballena muerta y sus adláteres varados en una villa de provincias-, inteligente -las ratas invasoras del cuarto de la Sra. Eszter-, travieso -el cambio de afinación respecto a la armonía tradicional, la de Werckmestein, con un Bach desagradablemente afinado respecto a un sistema supuestamente más perfecto-, tenebroso -el movimiento celeste al compás de dos borrachos, dos confusos cuerpos celestes-, patético -la unión entre el profesor de música y el joven soñador-, de cesión lenta y también rápido, y digo humor donde también podría decir acidez o lirismo o juego o corriente imparable. La parte central, Las armonías de Werckmesteis, abre, desde su título que engloba el grueso de la novela, un haz de líneas temáticas que se entrecruzan a lo largo del relato, más armónicamente de lo que pueda parecer. Expuestas a través de la neurosis y el pesimismo del músico inicialmente adverso a la vida y obsesionado por un imponderable, deslizándose al compás de un espectáculo descabellado que al tiempo seduce e impulsa una desazón tensa y generalizada, ilustrando la ruptura, la revolución silenciosa que acaba paralizada por la falta de resistencia, concertando a través de un poder omnipresente capaz de aprovechar las circunstancias para aposentarse y encontrar la eufonía necesaria. Como Krasznahorkai, Valuska tiene treinta y cinco años, treinta y cinco años navegando por el mágico silencio del cielo estrellado, […] treinta y cinco años de patológica obnubilación y es el único que camina sin miedo, en medio del caos, entristecido porque … algunos declararan en tono categórico vivir “en un infierno sin perspectiva, entre un futuro pérfido y un pasado inaccesible a la memoria”, hasta que comprende la realidad de un ejército de sombras. Él y el Sr. Eszter se deslizan por un proceloso y personal sentido y sentimiento filosófico, consustancial a la prosa de Krasznahorkai, que, en estos personajes, voluntariamente compite con el ridículo. El pragmatismo de ambas mujeres, absolutamente divergente frente al dispar absentismo de la realidad de Valuska y el Sr. Eszter, pone en danza cuatro fórmulas de supervivencia con la basura como paisaje regular, omnipresente. La consigna programática como cantinela novedosa, creativa, infantilizante. PATIO LIMPIO. CASA ORDENADA. La alegría de la renuncia frente a la pasión gélida de la crueldad de la que ni los niños están a salvo, tanto a la hora de ejercerla como de recibirla. La arbitrariedad como una constante, la necesidad como una pulsión y es que … en las ruinas está la construcción. Lo patético de la mano de lo elegíaco, en medio de una épica agónica, El final es, sencillamente, mordaz, rotundo, brillante y he tenido que leerlo tres veces -la primera del tirón -¡Ah, los puntos y aparte! Para Krasznahorkai no existen-, la segunda para entenderlo bien y la tercera para disfrutarlo en profundidad.

Ciertamente, no es para todo tipo de lector, ni de lectora. Él mismo, por boca del director del circo en su autodefensa final, aventura que el público se había quedado estancado en la inmadurez, de modo que un triste destino aguardaba a quien se basara en la fuerza motriz de las manifestaciones artísticas excepcionales. Un triste destino… No se puede leer con prisas, porque una vez que te dejas llevar por su prosa torrencial, que se desliza y enreda cuanto encuentra a su paso, tienes que tomarte un rato para quedarte un poco colgada de la parra, dándole vueltas a lo leído y sugerido. Y pasan lo días, y aún te acuerdas. Además del libro, está Bela Tarr, con quien colabora y que ha hecho de Melancolía de la resistencia bajo el título de Armonías de Werckmeister y de Tango satánicoSatantango-, dos películas inclasificables, de escenas verdaderamente magistrales y dignas de ser vista de vez en cuando, con una cierta regularidad. Y por último, otra cita -pondría más-: … el hombre interpreta la anarquía de los hechos como una molesta muestra de incompetencia, a cuya inquietante repetición reacciona entonces con la fuerza cáustica de la burla…

Nora Webster de Colm Toíbín

Nora Webster

Colm Toíbín tenía 9 años cuando empezó a tartamudear y 12 cuando murió su padre. Ambos hechos son recogidos en este libro que, según sus palabras, tardó 12 años en escribir, sin embargo no corresponden exactamente ya que el tartamudeo no le sobrevino tras la muerte de su padre. Esto da una idea de que lo importante aquí no es la fidelidad de la historia, sino la percepción de un proceso de recomposición personal y femenino tan conciso como expresivo; es también un respetuoso y comprensivo homenaje a su madre y, al mismo tiempo, la aproximación a esos tres años que recoge de su adolescencia.

Nora Helmer, en Casa de muñecas, lo deja todo, hogar, marido e hijos, para encontrarse a sí misma, para aprender a ser una persona independiente y no un objeto decorativo en la casa de su esposo. Nora Webster ha de aprender a ser ella misma, no alguien a la sombra de Maurice, su marido, que muere tras dos dolorosos meses de agonía y dolor. Para ello, Toíbín adopta un tono preciso, descriptivo, dándole a la protagonista una voz parca, en ocasiones fría, en ocasiones llena de estupor, otras veces arriesgada, pero sin grandes explicaciones, una voz que nunca se regodea o invoca el pasado -aunque a veces, inevitablemente, lo interpele-, sino que se asombra del presente que va recomponiendo a medida que pasan los días, sin alharacas, sin grandes pretensiones, saliendo al paso de los acontecimientos que la abordan quiera o no. La novela recorre tres años en los que va aprendiendo a pisar fuerte y a pisar donde quiere en una pequeña ciudad en la que, desde la primera página, sabemos que todo el mundo sabe todo de todo el mundo y se aprovecha la más mínima oportunidad para meter la nariz en los asuntos del vecino o la vecina en este caso.

El silencio y la incomunicación tras una existencia bajo el aura de alguien carismático, preeminente incluso para sus propias hermanas, bajo un manto protector y a la postre paralizante. Era como si viviera dentro del agua y hubiera cejado en su lucha por nadar hacia el aire. Tras veinte años, afrontar sola lo cotidiano y sin embargo nuevo: hijos e hijas, nuevas y viejas amistades, conocidos, el antiguo empleo recuperado, el deterioro de las paredes, de los muebles… Tres años de pocas palabras para rehacer su espacio vital, su forma de relacionarse, su voluntad, sus pequeños placeres o sencillamente sus olvidados y desatendidos bálsamos y para aceptar que lo que había ocurrido podía borrarse. Tres años durante los que reaparece su antiguo yo -y con él, el recuerdo de su madre con quien tan mal se llevaba- y que culminan con un fantasma shakespeariano que le sirve a Nora para culminar su huida hacia adelante y comenzar de nuevo con los armarios limpios y la música olvidada que no había sabido echar en falta.

Una extraordinaria novela que dice más de lo que cuenta, narrando lo justo, sin escarbar en presuntas psicologías quizá poco respetuosas con una madre. No le hace falta, sólo hay que saber escuchar los espacios en blanco. Indudablemente seguiré con Colm Toíbín. Además de Nuevas maneras de matar a una madre (necesariamente Nora Webster, que necesitó años para madurar, para encontrar su forma, hubo de tener que ver con ese estupendo rastreo de las huellas familiares en diversos autores) y este hay bastantes más. Qué feliz futuro lector me espera. Anímense.

ColmToibin