José y sus hermanos de Thomas Mann

Mann se interesa por la historia de José en 1924 cuando le requieren una introducción a una carpeta de dibujos sobre esta leyenda. Se documenta acerca del asunto y arranca Las historias de Jaacob en diciembre de 1926, intuyendo, desde el principio, que va a ser una larga narración. En junio de 1932 ha acabado los dos primeros títulos que se publicarán en el 33 y el 34. El 11 de febrero de 1933 emprende viaje a Amsterdam, Bruselas y París para dar una serie de conferencias sobre Wagner. Ya no volverá a Alemania: comienza su inesperado y largo exilio. José el egipcio, el tercer relato, se ve interrumpido y no es hasta agosto del 36 que le pone punto final. Suiza, Francia y, finalmente, Estados Unidos serán sus destinos en este destierro. Como José con su periplo desde Canaán a Egipto, él también se aleja de su tierra natal. Le siguen Carlota en Weimar y Las cabezas trocadas y es en el verano de 1940 -ya viviendo en el imperio estadounidense- que reemprende el último libro de la tetralogía, José el Proveedor, para teminarlo en1943, ya establecido desde el 41 en California.

Para contar esta historia, hay que retroceder, ¿hasta dónde? Hondo es el pozo del pasado. Así arranca el preludio de los cuatro libros, intitulado Descenso a los infiernos. Todo Mann está en esta novela río, claro que son cuatro libros y prácticamente dos mil páginas. El tiempo y la muerte. Morir es desde luego perder el tiempo, irse de él, pero a cambio significa ganar la eternidad y la omnipresencia, en fin, la vida verdadera. Mann, demiurgo de esta magnísima obra, ya sabía que tenía la eternidad ganada con La montaña mágica o Los Buddenbrook, pero aquí aun apuesta más fuerte, alejándose de la contemporaneidad, más segura y más próxima a su forma de vestir la realidad -de la que beben sus líneas- tanto en lo referente a las emociones, como a los caracteres -sin embargo, seguirá usándolos-. Una arquitectura profusa y precisa, una empresa babilónica donde lo bíblico se entrevera con religiones y mitos arcaicos o griegos, dioses obscenos, pero dioses a fin de cuentas, creados por los hombres, como Abraham creó a Dios para que Dios pudiera tener un pueblo. Un José errante, como el propio Mann, arrancado de su hogar un poco por su propia fatuidad, otro poco por la arbitrareidad de Jacob y un poco más por maldad -y hartura- de sus hermanos. Familias holgadas, si no burguesas, bien aposentadas, que viven, gracias al tono del autor, una existencia próxima a nuestro entender, la cual trascienden o no en función de su fe o de la convicción de tener una misión -misión de un pueblo errante con una tierra prometida que tanta sangre está derramando (esto no está en la obra de Mann). Personajes de carne y hueso que sienten un destino al que se entregan, como José, o al que se resisten, como Ruben que no quiere ser Esaú, Esaú que no quiere ser Cam, Cam condenado a ser Caín, Caín, el legendario primer homicida. Un eterno retorno, un círculo necesario que se cierra para continuar siempre. Personajes inventados, como los dos enanos -por supuesto dos enanos confrontados- que bien podrían proceder tanto de la Biblia, de uno mito o de aquí y ahora. El bien necesita del mal, como Dios necesita de Lucifer o de Abraham -depende del momento- para poder ser, la vida es un devenir que se repite, el tiempo no existe o siempre es el mismo, el espacio lo es todo y nosotros somos los creadores del tiempo… Es abundante y cautivador el jugo que le saca Thomas Mann a esta historia y sus preliminares que llegan desde antes del Edén con la voz firme de un narrador omnisciente que de vez en cuando se gira hacia el lector y se justifica. El Génesis como mito o como creación humana convertida, por momentos, en una novela de aventuras, impía y racional, filosófica, espiritual, paródica, sensual, crédula y tolerante o descreída y rotunda, atravesada por una profunda ironía, un ilustrado cinismo, pero también, una inquieta trascendencia. El caudal de conocimientos que atesoró Mann se entreteje y comunica, abordando cualquier situación desde cualquier punto de vista, sexual, moral, político…, trasladando sus propios demonios ya sea a José, a Putifar, a su incomprendida -por la historia, la leyenda- esposa, a Jacob, a Osiris, a Tammuz, a Dios… …Él era el espacio del universo, pero el universo no era Su espacio (de manera muy similar a como el narrador es el espacio de la historia que narra, pero la historia no es suya…).

Lo mejor: leerla. Sin duda, releerla. Despacio, lentamente, disfrutando, porque es un verdadero placer. Un festín literario. Y filosófico. Y mitológico…

Libre. El desafío de vivir en el fin de la historia de Lea Ypi

Lea Ypi, albanesa. Nace en 1979, tiene, pues, 6 años cuando muere Hoxha -el tío Enver- y 11 cuando las revueltas de su país conducen a unas primeras elecciones. Ahí comienza esta novela y la niña que ella era, ante los disturbios, corre a abrazarse a los pies de la estatua de Stalin. Uno de los grandes aciertos de esta novela es el tono, cómo recupera la que fuera su mirada infantil, acompañándola a un tiempo de una revisitación de la historia que clarifica el dónde, el cuándo, el porqué. Así, ya en el primer capítulo, puntualiza: … A finales de la década de 1940 nos separamos de Yugoslavia cuando esta rompió con Stalin. En la década de 1960, cuando Jruschov deshonró el legado de Stalin y nos acusó de «desviacionismo nacionalista de izquierdas», rompimos las relaciones diplomáticas con la Unión Soviética. A finales de la década de 1970 abandonamos nuestra alianza con China cuando esta decidió enriquecerse y traicionar la Revolución Cultural.

Con gran inteligencia narrativa y como buena especialista en marxismo -por tradición nacional y por voluntad propia-, en una obra dividida en dos partes, recoge el proceso de transformación que procede del pasado, manteniendo la intuición de una intriga por parte del lector. Todo se transforma porque contiene en sí mismo sus propias contradicciones. Hay quienes las rechazan, como la madre, quienes viven con ellas sin llegar a solucionarlas, como el padre y, además, está la abuela, a quien el libro está dedicado. Todo un proceso dialéctico desarrollado tanto a nivel personal -la niña formada bajo los postulados socialistas albaneses que descubre otra realidad silenciada por la familia a lo largo de su educación hacia el comunismo y que, en su caso, sí llega a una síntesis con la elección de su futuro en la Universidad- como a un nivel más amplio que concierne a su propio país en el que las contradicciones saltan por los aires y conducen a lo que … Los libros de historia registran como […] la guerra civil de Albania. A nosotros nos basta con mencionar el año-. 1997. Un país que primero tuvo las puertas cerradas para salir fuera, después se las cerraron para entrar fuera y más, muchas más paradojas a conocer, a reconocer.

Una obra rica, profunda, aguda, analítica y, al mismo tiempo, tierna, clarificadora y sincera, en la que Lea Ypi deja como tarea al lector un montón de interrogantes que, dada la superficialidad de los tiempos, quizás no cuenten, tan siquiera, con un previo planteamiento. Aparentemente sencilla. Muy, muy recomendable.

Los Buddenbrook de Thomas Mann

Thomas Mann empezó a escribir esta novela con veintidós años, en 1897. Nos cuenta él mismo en su Relato de mi vida -que escribió con cincuenta y cinco ( murió a los ochenta)-: En casa de mi madre, en presencia de mis hermanos y amigos, leía a veces fragmentos del manuscrito. Era este un entretenimiento familiar como otro cualquiera y, si no recuerdo mal, la opinión general era que mi extensa y obstinada empresa constituía un esparcimiento privado, con pocas posibilidades de éxito en el mundo, y, en el mejor de los casos, un prolongado ejercicio de virtuosismo artístico. No sabría yo decir si mi opinión era distinta. No creo que su opinión (ni su intención) fuera esa. La terminó al cabo de dos años y medio y envió la única copia del manuscrito, asegurada, a su editor que tras serias dudas, debidas a su longitud, acabó publicándola en 1901. El éxito no fue inmediato, pero una vez que triunfó, no paró de hacerlo a pesar del precio y el grosor. Y ciento y pico años después, no me cabe duda de que no dejará de hacerlo…, si se siguen leyendo los clásicos, algo más que deseable por diversos motivos que no vienen al caso, pero son fáciles de imaginar. Se había ido curtiendo en distintos relatos cortos, algunos, como La caída y El pequeño señor Friedemann, más renombrados, pero el salto es de gigante y, desde esta gran novela, sus temas, la forma de engarzar su particular visión de la realidad, sus obsesiones, su dual y maniquea concepción de la existencia, su fina ironía no hacen sino perfeccionarse.

La novela narra la decadencia de una familia y, como siempre, Mann parte de personajes y hechos reales con los que fabula. La ciudad, si bien no es mencionada, es Lübeck, su lugar de nacimiento, sus vecinos lo tuvieron claro y, en principio, no les hizo ninguna gracia, aunque con el tiempo, la fama y el Nobel, acabaron nombrándolo «hijo predilecto». El paraíso que gustan de visitar y donde se alejan de lo cotidiano es Travemünde y este sí que es llamado por su nombre. Trata sobre un linaje de comerciantes que se ve abocado a la extinción, como ocurrió con el suyo, cuyo cabeza, el padre de Mann, a la vista de las circunstancias -el poco afecto e interés que él y su hermano mayor, el también gran escritor Heinrich Mann, tenían al oficio de comerciante- decidió liquidar el negocio a su muerte. Que parta de personas reales no les concede una unicidad real, sino que el autor toma rasgos auténticos y los diversifica, pudiendo encontrar trazos de él mismo tanto en el padre, como en los hijos, hija y nieto, así como ocurre con otros personajes. A cada uno de ellos les adjudica una característica peculiar un tanto irónica que se convierte en un leit motiv, muchas veces jocoso, siempre punzante, como la manía de abrir mucho las vocales de la institutriz Sesemi, el atildado bigote de Thomas, la imprecisa mirada de Cristian, etc.

Comienza en 1835 -momento culmen de su posición económica- con la inauguración del nuevo y fastuoso hogar. Los que serán sus pricipales protagonistas -sus extertores- son niños. Llega hasta 1876, con el bisnieto del cónsul Johan Buddenbrook, Hanno, personaje que hereda muchas de las sensaciones y vivencias de la infancia y adolescencia de Mann. Johan Buddenbrook tenía una máxima: Hijo mío, atiende con placer tus negocios durante el día, pero emprende sólo los que te permitan dormir tranquilo durante la noche y unos modos de enfocar su negocio que, a medida que pasa el tiempo, van cambiando muy substanciamente. A lo largo de 11 partes divididas, a su vez, en diferentes números de capítulos, Mann nos va presentando a los muchos personajes que componen esta familia, así como su entorno, enfrentando las opciones vitales de los hermanos tanto con respeto a sus elecciones, como frente a las nuevas concepciones que van conformando el paso de una sociedad burguesa, tradicional y escrupulosa a otra eminentemente práctica, donde se perfilan ya los trazos de un capitalismo presuntamente democrático (Mann renegó de la democracia hasta después de la Gran Guerra) y, con ello, la desaparición de una forma de abordar las relaciones sociales y económicas desde unos estándares que quedarán obsoletos. La enfermedad como una huida de la realidad en la que cae quien vive enfrentado consigo mismo. La abnegada asunción de la mujer de unos roles caducos, frente a la que toma, hasta cierto punto, las riendas de su vida. El enfrentamiento Norte-Sur (Lübeck-Munich), protestantimo-catolicismo, deber-libertinaje, poder-arte, apolíneo-dionisíaco… El conflicto interior entre opciones contrapuestas desgarra a quienes lo padecen. La pulsión homosexual, tan propia de Mann, asociada a una profunda sensibilidad que separa al individuo de la auténtica vida, frente a la aceptación de lo aceptado. En resumen un magnífico compendio de las obsesiones vitales y artísticas de este prolífico y gran escritor a través de la historia de una longeva y acaudalada familia que no puede evitar su degeneración. Como pasó con la suya.

La riqueza de esta obra temprana, tanto a nivel literario, como filosófico (un desgarrado Thomas es trasunto de la iluminación que supuso para el propio autor el desubrimiento de Schopenhauer), histórico, sociológico (también personal) abre un amplio abanico de reflexiones, con una visión aparentemente lejana, revestida de una caústica y cómica objetividad que va perdiendo el humor a medida que se acerca a su fin, pero no la mordacidad.

Magnífica.

Los Effinger de Gabriele Tergit

Los Effinger es una saga familiar que comienza en 1878 y termina en mayo de 1948. Su protagonista es la familia Effinger, pero también la familia Goldschmidt, prósperos y cosmopolitas banqueros berlineses y judíos, con la que se unen en matrimonio dos de los hijos Effinger, artesanos también judíos, solo que menos refinados, más rústicos, que con honestidad y trabajo devienen prósperos industriales.

Gabriele Tergit es el seudónimo de Elise Hirschmann -Tergit, alteración de gitter, reja o red de alambre en alemán- y tuvo otros. Su padre, judío, fue el principal socio fundador de una importante empresa confiscada por los nazis en 1933 y que, recientemente, en 2009, tras largos litigios por parte de los descendientes, han visto reconocidos sus derechos sobre lo usurpado. Nació en Berlín en 1894, como una de las protagonistas de esta saga familiar, Lotte, que, sin duda, es su alter ego y, como tantas mujeres que a consecuencia de la Gran Guerra resultaron necesarias, trabajó, estudió y llegó a ser reportera, ganándose el odio de los nazis y, sin duda, de Hitler pues cubrió el juicio que, por un delito de prensa, hubo contra él, de quien escribió : Dio un discurso ante una gran asamblea que no estaba presente, llamó a un pueblo que no estaba presente. Jadeó, echó la cabeza hacia atrás y habló sin parar. No estaba claro si Hitler se estaba haciendo el histérico o era él. Así que en 1933 tuvo que escapar, prácticamente con lo puesto, y desde entonces fue de un sitio a otro hasta acabar en Londres, donde permaneció hasta su muerte en 1982. Durante estos viajes escribió Los Effinger que publicó en 1951 y pasó desapercibida. Nadie quería urgar en la herida. Ha sido en 2019 cuando en Alemania han descubierto esta más que significativa obra a la que empiezan a considerar como un clásico y no faltan motivos.

Los Effinger es una novela larga y ágil. La voz de la autora no se oye, son sus distintos protagonistas quienes hablan y son los hechos, las transformaciones sociales, económicas y. finalmente, políticas las que condicionan a esta familia burguesa de distintas procedencias, en la que caben lo convencional y lo estrafalario, la religión, el socialismo emergente, la difícil situación de la mujer -sobre la que tanto escribió Tergit en su obra periodística-, la industria y la banca, los medios de comunicación, etc. El dinero y la buena sociedad son omnipresentes como opresivos condicionantes, aunque será el curso de los acontecimientos que desembocan en la Seguna guerra mundial lo que acabe sentenciando su destino. Setenta años de esfuerzos, encuentros y desencuentros, cambios de estatus e ideológicos que se reflejan en sus distintos actores. Inevitable pensar en Los Buddenbrooks y no cabe duda de que lo tiene presente (Mann es citado en un par de ocasiones), pero tampoco cabe duda de que su estilo literario es otro. Capítulos, en general cortos, con disquisiciones, pero sin esa mirada lejana e irónica, con un estilo más próximo al reportaje que fue en lo que se formó y un ámbito más amplio y menos incisivo, también en un entorno acomodado, burgués, decadente y, dadas las circunstancias, más desgarrador, en el que el papel de la mujer se situa, claro, en un momento diferente, más combativo y más explícito. … Y entonces os presentan en sociedad como adornos de la existencia. Y vuestra vida intelectual se queda a ese nivel que caracteriza los suplementos femeninos de nuestros periódicos (…) Aquí empieza la obligación contra el propio yo, contra la propia evolución como ser humano.

Léanla, es magnífica. Y, si no lo han hecho ya, lean Los Buddenbrooks, donde yo estoy recayendo por tercera vez y nunca decepciona.

Lo poco que sé de Glafcos Zrasakis de Vasilis Vasilicós

Vasilis Vasilicós es un escritor político y es, también, un escritor pudoroso que disfruta de un irónico y perverso sentido del humor y de un poético y cabreado sentimiento del exilio. Nacido en 1934, se ve obligado a huir al extranjero cuando el golpe de los coroneles (1967-1974), a la edad de 33 años, como Jesucristo cuando murió, como Glaskov que temía cumplir los 33. Porque Glaskov, reconocido alter ego de Vasilicós, es el seudónimo de Lázaro Lazaridis con quien se identifica el presunto narrador de una investigación sobre la vida, destierro y desaparición -¿lo devoraron unos caníbales?- de Glaskov. Y mientras Vasilicós, pluma que pergeña la narración de este diario que sigue el autor de la investigación, se identifica con Glaskov, el presunto narrador e investigador también se identifica con él, su objeto de estudio -Glaskov-, a quien sigue los pasos y de quien quiere y no quiere desprenderse. Muñecos rusos dentro de muñecos rusos. En este caso, griegos todos y desgarrados por el destierro y el silencio de su obra. … la identificación con una tercera persona no es más que el grado de nuestra autodestrucción.

Lo poco que sé de Glafkos Zrasakis consta de tres partes escritas y publicadas por separado, posteriormente reunidas y, en palabras del autor -el primero, el genuino-, en constante reelaboración que, de seguir reeditándose, nunca pararía. La primera, Novela, siguiéndole la pista al difunto, recoge fragmentos de sus textos poéticos, narrativos, políticos en un juego de espejos en el que el narrador ficticio lucha contra su mimetismo psicológico en el que arrastra a su mujer y a la de Zrasakis, Glafka. El tiempo, el arte, la inspiración, la memoria, la política, la prensa… Rastrea su infancia y adolescencia -ubicadas en Salónica, la tierra de Vasilicós-, su paso por el ejército, su deambular por distintos países entre los que Estados Unidos, cómo no, juega un papel clave, pero también Alemania, cuyo idioma, al no entenderlo, le facilita la concentración. Vida, literatura, política y presuntos textos componen este rompecabezas sarcástico, nostálgico, rebelde, cabreado. La segunda parte nace de la necesidad de Vasilicós de hablar del retorno a su patria tras el fin de los coroneles -o sea, del cólera que infecta la patria de Zrasakis-, se intitula El regreso, y recoge su idilio con su editor americano cuyo ideario político, opuesto al de Glafcos, le va coartando hasta acabar en un subrepticio boicot. Lirismo, política e ironía dentro del mismo esquema inquisitivo y fragmentario. … su arte, la escritura, no deleita a nadie; es solo «una maldita ocupación del cerebro», según la definición de Ezra Pound. Por eso decide hacerse panadero. Los mismos elementos, distinto momento personal, otro momento de la historia. Desarraigo, nostalgia de lo no vivido, silencio. Por último Berliner ensemble, de exilios, retales, amor, obra perdida y un final de delirio.

Experimental, atrevido, inusual. Un libro diferente, inteligente, por momentos divertido, agudo. Vale la pena si no buscas una narración lineal y convencional. La imperfección de la cámara causa una abreviación del espacio, igual que ahora la imperfección de la memoria causa una abreviación del tiempo, y eliminando los espacios vacíos las cosas se pegan y se unen unas a otras.

Frankenstein en Bagdad de Ahmed Saawadi

Ahmed Saadawi es un novelista y poeta iraquí nacido en 1973 que permanece en Bagdad y allí escribe. Esto de por sí ya supone un mérito importante en una ciudad cuyos habitantes son víctimas palmarias de intereses espurios que no vamos a considerar ahora. Esta novela fue publicada en 2013 y ha sido estupendamente traducida este año para Libros del Asteroide en una impecable edición -indudablemente corregida, algo que parece que está pasado de moda-. La componen 19 capítulos, divido cada uno de ellos en 5 partes. Fragmentos mayores o menores, como fragmentos son los que componen a Frankenstein. Los cinco primeros nos presentan a los protagonistas, La loca, El mentiroso, el Alma errante, El periodista y El cadáver y al tiempo va naciendo la trama, la descabellada y simbólica trama que Saadawi no cierra, como no se cierran los conflictos en Iraq y aledaños.

Una heterodoxa alegoría en la que la violencia del contexto no supone la bonanza de nadie. La metáfora se cuela en cada página, se transforma, evoluciona, cambia o regresa y no solo se forma entorno a la criatura de Mary Shelley. Frankenstein como una creación capaz de ejercer la justicia. Alguien que tuvo un nombre y que, al evolucionar, se convierte en aquello que cada cual quiere ver. Daniel, el como se llame, el que no tiene nombre, el sinnombre. Poeta, salvador, líder. santón… creado para resarcir a las víctimas, el juez en la sombra. O una bestia terrorífica programada por el imperio estadounidense. O el hijo perdido de una anciana devota de San Jorge. O el homenaje al amigo desmembrado y muerto. O nuestra propia sombra. La oscuridad interior es la más negra oscuridad. Todos somos ese malvado monstruo que nos amenaza. La guerra dentro de la guerra, dentro de la guerra y así ad infinitum. Es una novela rica, profusa, amargamente divertida, necesariamente abierta y antidoctrinal, excéptica, brutal o lírica por momentos, rabiosamente actual y, no obstante, atemporal, con una amplia panoplia de personajes más o menos inocentes o más o menos culpables. Porque en un escenario con tantos figurantes involuntarios, pero necesarios, en el que lo que reina es el caos, No hay inocentes ni asesinos puros.

Una magnífica lectura de una realidad que más que satírica está deviniendo sádica.

Mi tío Napoleón de Iraj Pezeshkzad

Uno de los mayores placeres de la lectura es “librejear”, que no es lo mismo que callejear, pero responde al mismo espíritu, dejarse llevar hacia libros que se te cruzan, por el motivo que sea, en las páginas del que estás leyendo. Así, finalizado Desoriental, me fui a las clarificadoras, rigurosas e informadas páginas de La revolución constante* y, a la mitad, se me cruzó el nombre del eterno Premio Nobel iraní, Iraj Pezeshkzad, y su obra El tío Napoleón, título que ha dado nombre en su tierra, al hábito de echarle siempre las culpas de cuanto ocurre a otro -en el caso que nos ocupa, a los ingleses-.

El 12 de octubre de 1971 el sha Reza Phalevi -que cuanto más envejecía más próximo a la divinidad se sentía- celebraba en Persépolis con la mayor de las pompas -entonces pasó al libro Guinnes como el banquete oficial más largo y costoso de la historia- los 30 años de su reinado y los 2500 de la fundación del Imperio Persa por Ciro el Grande. Dos años después publica Iraj Pezeshkzad, juez y diplomático, Mi tío Napoleón, centrada en el personaje de El Querido tío, policía con el rango de teniente tercero durante la época de la anterior dinastía y jubilado con la llegada del nuevo Sha, Reza Sha, 1926, fundador de una nueva casta, aunque solo fuera de dos soberanos. Como Reza Palevi, El Querido tío, a medida que se aleja de los tiempos gloriosos que recuerda haber vivido, estos crecen, se magnifican y, en su pasión por Napoleón, acaba reproduciendo sus batallas. Patriarca entorno al cual giran vida, espacio y voluntades de hermanos, hermanas, cuñados, primos, primas, etc., el autor desarrolla una irreverente comedia con un Tío Napoleón -es el apodo que circula a sus espaldas- quijotesto, ridículo, nada enternecedor y aún poderoso, siempre acompañado y protegido por un sanchísimo Mash Qasem. Tras la hilaridad que despierta, se reconoce el fin de una clase obsoleta y la emergencia de una nueva burguesía, cínica y maniatada, pero con capacidad de maniobra. Iraj Pezeshkzad fue traductor de Molière y se nota, además -piruetas de la estupidez en la historia y sobre todo en la historia de la religión-, como Molière con su Tartufo, ha visto su novela prohibida a instancias de la autoridad eclesiástica. El tío Napoleón o el «aristócrata» delirante, paranoico y desacreditado que en su estupidez, por huir de una inexistente amenaza inglesa, pretende acudir a los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial -tal Reza Sha-. Todo el vodevil -permítaseme la libertad- se entreteje entorno a una fresca y tierna historia de amor -la cual, el autor reconoce como propia- que sirve para pergeñar situaciones disparatadas y desternillantes, sabiamente potenciadas por un lenguaje que tanto define a un personaje por su reiteración, como hace omnipresente una palabra sin llegar jamás a pronunciarla o sustituyéndola, sistemáticamente, por una disparatada perífrasis, como … ir a San Francisco, que demuestra tener infinidad de flexiones.

Una joya persa y universal. Porque en Irán no hay solo ayatolás y oraciones. La versión española, traducción incluida, resulta impecable y es de alabar la labor de la editorial Ático de los libros por acercarnos esta maravillosa y divetidísima novela. Léanla. En unos años, la releeremos.

* Irán, la revolución constante de Nazanin Armanian y Martha Zein. Ediciones La Flor del Viento. 2012

Desoriental de Négar Djavadi

En Desoriental, una mujer, Kimia -de Alquimia, cuyo significado no es baladí-, reconstruye su historia familiar remontándose a los tiempos de su bisabuelo paterno, hacia finales del XIX, hasta llegar a la actualidad. Al igual que Négar Djavadi, ha nacido en Irán, pero ha tenido que crecer en Francia desde los 10 años a causa del necesario exilio de sus padres. Négar Djavadi publicó esta novela con éxito en 2016. El título ya dice mucho con el juego semántico que el prefijo privativo aporta, ausencia, carencia o renuncia a Oriente, pero si jugamos también con el sufijo, anticipa la desorientación de quien de repente, en medio de un café de París, mira a su alrededor y se dice : Soy la nieta de un mujer nacida en un harem. Y ese «desorienta» ronda también entorno a la orientación sexual. Sin embargo no hay ni rastro de desorientación en el pulso narrativo de esta escritora que, ligando secretos, leyendas, intrigas y dramas familiares, recrea un contexto político y social, claramente coprotagonista y motor de la peripecia vital expuesta, cuestionada y, al tiempo, atesorada. En este collage, aparentemente deshilvanados fragmentos persas de resonancias míticas y vívidas instantáneas occidentales se entrecruzan, dos mundos donde Kimia no se reconoce, aunque se podría concluir, igualmente, lo contrario, que aprehende las esencias y se libra de prejuicios. A una explicación racional se le puede sobreponer, sin necesidad de elección, una interpretación extraordinaria, insólita y coherente.

Esa tendencia a chismorrear sin parar, a lanzar frases al aire como lazos al encuentro del otro, a contar historias que cual matrioskas se abren a otras historias es, sin duda, una manera de acomodarse a un destino que sólo ha conocido invasiones y totalitarismo*. Dentro de esta frase referida a sus antiguos compatriotas, se encuentra parte del sortilegio de Négar Djavadi cuando recoge el testimonio de esta joven de nombre claramente extranjero que aguarda sola en una sala de espera francesa. Desde allí, la memoria retrocede hacia lo que podría ser el principio y para ello toma prestada la voz de su tío número 2 que se remonta a un tiempo de resonancias míticas sabiamente punteadas de ironía, pero esa voz también se desarrolla ligada a la niña que Kimia fue entonces y la mujer que es. No es el relato emprendido por la protagonista charla banal, sino necesidad de hacerse entender. … algunos me pondrían frente al paredón si supiesen, me escupirían a la cara, me tirarían a la calle. Nadie se tomaría la molestia de comprender, de preguntar, de mirarme a mí también como a una incongruente suma de circunstancias, de fatalidad, de herencias, de desgracias y de dramas. Por eso escribo.*** Unas historias abren a otras que se resolverán -o no-, incógnitas que se despiertan en el pasado anterior, en el reciente o en el presente. Entre tantos relatos, la trama se va urdiendo con la tradición representada por el abuelo paterno y recogida, a su manera, por el tío segundo, personaje que se articulará con Kimia no sólo recogiendo el pasado para los demás, sino que representarán la cara y y la cruz de la sexualidad silenciada. Se urde también con el odio del padre a esa tradición y, por lo tanto, a la religión, ciega, cruel, despiadada, basada únicamente en el miedo; igualmente, se hila esta obra con la fuerza de las mujeres que luchan como pueden, que aprenden, reflexionan, avanzan, actúan, que pueden callar pero no claudican. A la Cara A -así titulada la primera parte-, le sigue la Cara B, ambas, significativa y simbólicamente antecedidas por un breve preámbulo titulado L’escalator (Las escaleras mecánicas). La cara A necesita de la B y viceversa. La segunda parte resuelve los principales sucesos que la primera anuncia, mas no únicamente. A Oriente le sigue Occidente pero siempre se cruzan. Traducirse del persa al francés y en la traducción perder. Si en la cara A Kimia solo se vale de sí misma y de la voz de su tío iraní para remontarse a los comienzos, la B comienza con la traducción que Sara hace de su propio libro acerca de la huida de Irán, libro que ninguna de sus hijas quiere traducir y que Kimia ni tan siquiera quiere leer. También recoge una carta escrita por Emma, la abuela materna -armenia huida a Irán para, a su vez, ver exiliarse a su hija de Irán a Francia, mitificado país que no resulta tan acogedor-, la carta de alguien que sabe aunque parta desde otro punto. Y, más actual, un correo electrónico de su hermana Mina -interesante personaje salvador y, con la otra hermana, aglutinador-. El relato de Djavadi se abre o se cierra con un final perfecto tras destrenzar crecimiento y desarraigo, esencia y tradición, maternidad y sexualidad, familia e ideología…

Una estupenda novela con muchos matices maravillosamente engarzados, sin respuestas tajantes, hecha de rupturas y abierta a interpretaciones. Hay una preciosísima edición en castellano de la editorial Malpaso. De la traducción, no sé, pero su francés es esmerado, preciso, con un vago aliento poético festoneado de un fino sentido del humor y, para quienes no sepan o hayan olvidado cuanto en Irán acaeció en el siglo XX, Négar Djavadi, consciente de la gran ignorancia sobre Persia que en Occidente pesa, anota sintéticamente a pie de página cuanto es necesario saber al respecto. Léanla.

Silas Marner de George Eliot

 

Comienza George Eliot a escribir novela tarde, con casi cuarenta años, puesto que la consideraba algo menor respecto a la poesía, la filosofía y tantos otros saberes sobre los que se versó esta mujer, de nombre de pila Mary Ann Evans, quien se enfrentó a los prejuicios de la sociedad de su tiempo y de sus hermanos, viviendo primero con un hombre casado y casándose, tras la muerte de este, con otro bastante más joven que ella. Como Silas Marner, el hilandero solitario que da nombre a su tercera novela, conoció una forma de aislamiento social que, no obstante, no le impidió recibir y conocer a principales figuras intelectuales de su tiempo que supieron valorarla -además del público-.

     La obra, publicada en 1861, alude a un pasado remoto -finales del XVIII- en un tono entre legendario y reflexivo, salpicado de una suave ironía, no siempre alejada del escepticismo, a la que, de una manera u otra se verán sometidos todos los participantes de esta particular fábula sin moraleja, pero con conclusión. La autora maneja tres tiempos y, sin ser en absoluto novela de intriga, consigue alentar el interés con su hábil y sutil forma de manejar la información, retrotrayéndose primero hacia atrás para situarnos, a continuación, en la vía de lo que sabemos será un día decisivo y, una vez alcanzado el acontecimiento, anticipándonos un pequeño detalle relativo al futuro. Que Silas sea un tejedor en tiempos en los que la industria textil británica comenzaba a despuntar, no creo que sea una elección banal, como tampoco lo es que su llegada al rural inglés se deba a una huida motivada por un concepto puritano de la religión, tema muy presente tanto en la novela, como en la vida de George Eliot y qué decir del Reino Unido. En su arranque nos describe el miedo del campesino a lo diferente, al intruso que pasa o que llega –para su mentalidad estacionaria, el vagar era un concepto tan inexplicable como la vida invernal de las golondrinas que vuelven con la primavera- y después nos introduce a la nobleza del lugar a la que Eliot presenta como una clase caduca e inútil, centrándose, principalmente, en los hermanos Cass, los hijos del principal hacendado del lugar, Raveloe, a uno de los cuales, a Godfrey, el menos malvado, el más escurridizo, las impresiones que había recogido acerca del sentir de la clase obrera le inclinaban a creer que el cariño es incompatible con las manos toscas y la falta de medios. Ellos, con Silas, conforman un triángulo unido por una cadena de hechos y sus diferentes reacciones ante la adversidad, todas ellas equivocadas en su momento, y es en este devenir tras la propia decisión donde giran prosa y pensamiento de esta novela. La historia sirve de escenario de fondo a la aceptación del propio destino desde una perspectiva religiosa o, por lo menos, moral. Las conversaciones de Silas con Dolly, ilustre mujer piadosa, buena y aparentemente simple, son francamente regocijantes en su deseo de profundidad, mezclado con ignorancia y una forma de expresarse sumamente peculiar. Los personajes femeninos afrontan los hechos dentro de sus posibilidades que son, en buena lógica, muy limitadas, y no se saben víctimas de nada, sin embargo voces de reconocimiento de las limitaciones en la realidad de la mujer afloran en Priscilla. la soltera oficial, hermana de la guapa. Porque limpiando muebles, una vez que puedes mirarte la cara en una mesa, ya no puedes hacer nada más. Y las reflexiones de la voz omnisciente que dirige la historia nos informan, respecto a la rígida moral de Nancy -la hermana paradigmática en belleza y saber estar-, de que su autocrítica excesiva es inevitable en personas de mucha sensibilidad moral, cuya vida no se desarrolla en un ambiente de actividad ni se entrega a los goces de los afectos naturales.

     Una obra falsamente sencilla, repleta de humor, con mucha punta para sacar. Siempre es una alegría que exista la novela del XIX cuando satura tanto siglo XXI con sus cuarenta caracteres -o los que sean-. Y da un gusto enorme saber que queda más George Eliot por leer o por releer. No dejen pasar a esta autora ni olviden ponerla en su contexto.

El año del pensamiento mágico de Joan Didion

 

Fueron, sin duda, la belleza de la edición, turbadora y sensiblemente ilustrada por Paula Bonet, el hecho de tener pendiente de leer algo de Joan Didion y la cercana irrupción de la muerte, los motivos que me decidieron a comprar este libro en cuestión de segundos, en cuanto cayó en mis manos pululando por los pasillos de una librería.

     Este conjuro contra el pensamiento mágico -el que habita en una realidad paralela, propia, casi secreta e irracional, donde comienzan a instalarse objetos, imágenes, frases, voluntades…,  íntimos fetiches tangibles o intangibles, que pasan a formar parte de una nueva vida interior-, este anuario de salvífica voluntad lo comienza a escribir Joan Didion nueve meses y cinco días después de que su marido muriera, probablemente, frente a ella. Muchas preguntas la abordan sin remedio transcurridos los momentos de estupor, preguntas recurrentes, independientes, obsesivas. ¿En qué momento exacto? es una de ellas. Hacía ya casi siete meses que le habían hecho un implante y ya en 1987, dieciséis años antes, le habían intervenido la arteria descendiente anterior izquierda, conocida por la clase médica -y por ellos- como la “hacedora de viudas”, pero ella, Joan Didion no estaba preparada, tal vez no me había fijado lo suficiente -otro de los ritornelos que la acompañaran-. Los supervivientes miran hacia atrás y ven presagios, mensajes que se perdieron. Recuerdan el árbol que se murió y la gaviota que se estrelló contra el capó del coche. Viven por medio de símbolos. Símbolos y puntos de referencia, fechas, marcas en el tiempo, volátil, anclas para tomar tierra cuando navegas sin rumbo, perdida. El reloj parado de la funeraria, la hora exacta de la muerte, los versos compartidos, los que resurgen, los que reaparecen o nacen –más que un solo día más-, los libros como aliados en busca de no se sabe muy bien qué, si conocimientos, reconocimiento, comprensión, razones, la razón…, libros de consulta -que no de autoayuda- de Freud, de Klein, de medicina, incluso un libro de etiqueta de 1922 de la señorita Post que escribía en un mundo en el que el duelo seguía siendo algo reconocido y permitido y no se escondía. La diferencia entre el dolor y el duelo, los asaltos del pasado en cualquier sitio, por los motivos más inesperados, el tiempo, siempre el tiempo, como aliado o como enemigo, el tiempo que pasa y que se puede contar, el tiempo que un año después te recordará que tal día del año anterior, ya estabas sola.

   Joan Didion afrontó la muerte de su esposo como pudo, como mejor supo. La mujer que cantaba lo de atravesar la tormenta daba por sentado que, si no lo hacía, la tormenta acabaría con ella. Lo cierto es que, poco después de acabar este libro, también murió su hija, presente en toda esta obra ya que ella ya estaba muy enferma cuando John, John Gregory Dunne, falleció. No es un libro alegre, sí es un libro hermoso, sincero, de límpida y sentida  profundidad.